Conoce la historia de cómo el equipo peruano lucho por 36 años para llegar al mundial y cómo Coca-Cola, patrocinador histórico de la selección nacional, lo acompañó.
Pocos entrenadores extranjeros habían dejado mejor huella en el Perú que Sergio Markarián. El uruguayo que antes de ser entrenador había trabajado como administrador en una cadena de distribución de combustibles tenía en su currículo títulos nacionales con Universitario de Deportes y Sporting Cristal, y había llevado a los celestes a la final de la Copa Libertadores de 1997. También había dirigido con éxito en Grecia, Chile y México y había logrado una clasificación mundialista con Paraguay.
Le llamaban ‘El mago’. Era reconocido como hábil estratega, y también por su escasa paciencia y su carácter un tanto explosivo. Con todo, tenerlo como entrenador de la selección era un viejo anhelo de la dirigencia peruana que finalmente se concretó en julio del 2010. Markarián encabezaría el proceso eliminatorio previo al Mundial del 2014, pero antes tendría que dirigir a Perú en la Copa América de Argentina 2011.
El flamente entrenador armó un comando técnico eminentemente charrúa, con dos históricos de la celeste como Pablo Bengoechea y Óscar Aguirregaray como asistentes. Contaba con un plantel interesante, en gran medida heredado por el anterior proceso de José del Solar. Liberados de sus castigos por el escándalo del Golf, Jefferson Farfán y Claudio Pizarro volvieron a ponerse a la orden del comando técnico. A ellos se sumaron Paolo Guerrero y Juan Vargas, que venía jugando a gran nivel en Italia.
Había mucha fe depositada en ese cuarteto de gran poder ofensivo que la prensa bautizó como ‘Los cuatro fantásticos’. Y el comienzo del ciclo Markarián confirmó esas buenas sensaciones. En la Copa América, Perú pasó la primera ronda y luego se topó con Colombia por el pase a semifinales. Falcao falló un penal en el tiempo reglamentario y en la prórroga dos goles de Lobatón y Vargas le dieron al Perú un improbable triunfo. Llegamos a semifinales, donde perdimos con Uruguay, y finalmente acabamos terceros en el torneo continental. Además, Paolo Guerrero se consagró como goleador del campeonato. El optimismo del hincha estaba a tope.
Expectativa y realidad
A fines del 2011 llegaría la verdadera puesta a prueba. Nuevamente nos tocaba empezar la eliminatoria ante Paraguay en Lima y el marco en el Estadio Nacional fue el mismo de anteriores procesos mundialistas: un coloso repleto de hinchas con las gargantas inflamadas de tanto gritar, globos blancos y rojos, banderolas de Coca-Cola y una bulla infernal configuraban ese ambiente de apoyo incondicional a la selección que siempre ha caracterizado a los partidos de la Blanquirroja en Lima.
En esa noche de debut, Markarián alineó a los cuatro fantásticos y Perú dominó a los guaraníes, pero el gol le estaba costando. Todo cambió en el arranque del segundo tiempo, cuando Jefferson Farfán robó una pelota en salida y habilitó a su compadre, Paolo Guerrero. El ‘Depredador’ descontó al arquero y definió a placer. Luego haría un gol más –a centro de Pizarro– para sellar el 2-0 final. Nuevamente, sumábamos de a tres en la primera jornada, una costumbre que solamente se había roto en el anterior ciclo de Del Solar.
La apuesta por los ‘Fantásticos’ parecía estar funcionando. Al menos como local Perú había logrado armar un cuadro capaz de imponer respeto. Mucho más discutible era repetir la apuesta de visita en escenarios difíciles y ante rivales de fuste. Aun así, para la segunda jornada Markarián decidió presentarse en Santiago de Chile con tres delanteros. Se enfrentaba a una selección poderosa, en la que ya brillaban elementos como Claudio Bravo, Arturo Vidal, Gary Medel y Eduardo Vargas.
¿Por qué Markarián no presentó un once más cauto en Santiago? Al respecto, el escritor José Carlos Yrigoyen, autor del libro “Con todo contra todos”, considera que Markarián se sintió afectado por las acusaciones de ser un técnico hiperdefensivo (‘ratonero’) que le endilgaron desde la Copa América del 2011. Herido en su orgullo, el ‘Mago’ habría decidido plantear un partido ofensivo en un escenario improbable. Cualquiera sea la razón, era de esperarse un encuentro abierto. El resultado fue adverso a Perú por 4-2.
La euforia empezaba a desvanecerse y rápidamente empezarían los cuestionamientos al técnico, sobre todo luego de una nueva caída en Lima, por 0-1 ante Colombia, que dejó a Perú muy rezagado.
Una nueva oportunidad desperdiciada se dio ante Argentina, también en el Nacional. Pese a que la posición de Perú en la tabla de posiciones no era muy auspiciosa, el fiel hincha peruano llenó el estadio para alentar a la Blanquirroja frente a albiceleste de Messi, y estalló en júbilo cuando el árbitro Wilmar Roldán cobró un penal a favor de Perú en el minuto 2. Sin embargo, el remate ejecutado por Pizarro fue atajado por el portero Sergio Romero. Al final, pese a que Perú hizo un buen partido, el resultado fue empate a uno. La fantasía y la magia no alcanzaban.
De cualquier forma, los mayores problemas del seleccionado de Markarián no se apreciaban en Lima, sino cuando le tocaba jugar de visitante. A lo largo de toda la campaña, Perú apenas pudo sacar un punto fuera de casa. Ese fue su más grave punto débil y la principal causa de una nueva eliminación. En la penúltima fecha doble, ya con mucho apremio por ganar, Perú recibió a Uruguay en el Nacional y cayó sin apremiantes. Era la sentencia definitiva.
Las lágrimas de Jefferson Farfán al final de aquel partido simbolizaron la frustración acumulada por un país que acumulaba más de tres décadas sin presencias en lo más alto del fútbol mundial.
No obstante, no todo fue negativo en el ciclo Markarián. Este es el proceso en el que Paolo Guerrero consolidó su liderazgo y se convirtió en el alma de la selección, además de su artillero. Asimismo, surgieron recambios como Yoshimar Yotún y empezaron a aparecer nuevos valores como Renato Tapia.
Al hincha, decepcionado por una nueva eliminación, todo esto le supo a poco. De cualquier forma, allí estaría, igual que Coca-Cola, presto para apoyar a su selección en el próximo proceso. El sufrimiento estaba a punto de terminar.
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