Como hemos venido comentando en esta columna, desde el 2011 ya venimos viviendo en la Era de la Tecnología Consciente o, como es mejor conocida, la Cuarta Revolución Industrial (4RI). Usualmente quedamos sorprendidos por la inmensa cantidad de nuevos productos y servicios basados en alta tecnología que nos son ofrecidos por todos los medios de comunicación y redes sociales. Sin embargo, no nos detenemos a pensar que esta marea de consumismo tecnológico requiere condiciones básicas para que las naciones las aprovechen.
Tres son quizás los pilares que deben construir los países para no quedar al margen del desarrollo tecnológico de la 4RI: infraestructura de alta calidad, una población que genera y usa conocimiento, y un ambiente interno favorable para la inversión y el emprendimiento. Sin esos tres elementos, el papel que puede representar una nación en el horizonte del 2030 (fecha que como hemos venido señalando debe ocurrir el próximo cambio de era, cuando se desarrolle el fenómeno de la singularidad), será de mera comparsa. Pasemos a describir esos pilares.
La próxima década requerirá que las naciones favorezcan la instalación de infraestructura logística (carreteras, puertos y aeropuertos), energética (smart grids de generación y almacenamiento sostenibles y baja huella de carbono), de telecomunicaciones (5G y 6G en todo el territorio de la nación) y productiva (manufactura aditiva 3D y 4D de cualquier material orgánico e inorgánico), que haga competitiva la generación de bienes y servicios para un mercado global.
El segundo pilar está relacionado con la calidad de la educación del país y sus logros en desarrollar ciudadanos digitales y especialistas en innovación, sea productiva o social, con ética y valores. La tecnología se expandirá a todos los elementos de nuestra vida diaria, y requeriremos que la población, sin distinción de edad, género o ingresos, pueda ser capaz de administrar toda la información a su alcance y convertirla en conocimiento.
Y el tercer y último pilar es el clima favorable a los negocios y a la inversión. Y quizás este pilar sea el más difícil de construir sosteniblemente, porque implica convencer a la mayoría de la población de un país, de que es preciso generar riqueza para que luego se puedan distribuir los beneficios que ella produce, y no a la inversa; y porque tiene que ver con ideas políticas y sociales que suelen enfrentarse principalmente en momentos electorales.
Y a estos efectos, ¿cómo le va al Perú? La brecha en infraestructura en la actualidad, según la Asociación de Fomento de Infraestructura Nacional, es de US$ 160,000, y sigue creciendo. La calidad de la educación básica sigue siendo baja, aun cuando hay mejoras respecto a los años anteriores; en la educación superior casi no figuramos en los rankings de las mejores universidades del mundo, y con inversiones nacionales en investigación, desarrollo e innovación por debajo del 0.20 % del PBI. Por último, a pesar que las cifras de las exportaciones nos refriegan en la cara que somos, a pesar de todo, un país minero, los conflictos sociales y medioambientales que se suceden a menudo en todo el territorio nacional, no hacen sino desalentar a los posibles inversionistas, por el poco o nulo respeto que se tienen a las leyes y a los compromisos asumidos por parte del Estado, en sus tres niveles de gobierno (nacional, regional y local).
Ante esta situación, resulta claro que el Perú no está construyendo su mejor futuro, sino uno donde no podrá desplegar todas sus potencialidades. Y eso, en un mercado global altamente competitivo, nos estaría condenando a no pasar “la trampa del ingreso medio” y aún peor, regresar a la multitud de países de bajos ingresos, que fueron incapaces de encontrar su espacio en el momento histórico que vivimos.
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