Existe en el Perú y en el mundo una evidente pérdida de confianza en el sistema, en las empresas y en los liderazgos tradicionales, y una expectativa por una nueva clase de liderazgo capaz de generar valor a la sociedad. Pero, ¿qué genera valor para la sociedad? Pues, depende.
Una sociedad es un conjunto de personas que se relacionan entre sí y viven de manera organizada. Esto no supone que todos sus miembros piensan igual o perciben las cosas de la misma forma.
La percepción es el proceso mental a través del cual una persona organiza e interpreta la información que obtiene del entorno, para construir una impresión propia de la realidad. Así, las percepciones de las personas pueden ser distintas a la realidad, pero en ese momento es “su” verdad. En este sentido, cambiar percepciones no pasa por decirles que “están equivocados”, involucra hacer el ejercicio de colocarse en el lugar del otro para identificar, de manera objetiva, aquellos inputs internos y estímulos externos que llevan a la persona a formarse esa idea, para a partir de ahí demostrar algo distinto e influenciar el cambio.
El capitalismo es un sistema que ha sido fuente de oportunidades, gran desarrollo y crecimiento económico en el mundo y en el pais. No obstante, también ha generado grandes desigualdades sociales e impactado en el medio ambiente. El Indice Global de Movilidad Social 2020 publicado por el Foro Económico Mundial advierte que la desigualdad se está incrementando en todo el mundo, incluso en los países con un rápido crecimiento económico, y que las consecuencias sociales y económicas de esta desigualdad están generando en la población sentimientos de injusticia, reduciendo la confianza en las instituciones y causando decepción respecto de la política.
La democracia está en crisis en todo el mundo. Prueba de ello son las diversas explosiones sociales ocurridas antes de la pandemia reclamando eliminar desigualdades y nivelar oportunidades. El año 2020 obtuvo una calificación de 5.3 sobre 10 en el índice sobre el estado de la democracia de la revista The Economist, y según un reciente reporte del Centro para el Futuro de la Democracia de la Universidad de Cambridge, los jóvenes en el mundo están más desilusionados con la democracia incluso que sus padres y abuelos a la misma edad.
Este descontento está relacionado con la frustración económica y la percepción de que las élites políticas son corruptas y no les importan los ciudadanos. Es importante resaltar que la frustración económica a la que se refieren las personas no está relacionada con su nivel de ingresos, sino con la igualdad de oportunidades para mejorar su calidad de vida.
La democracia es un sistema basado en que todos tienen iguales derechos. Los gobiernos son vitales para garantizar igualdad de oportunidades, supervisando el adecuado funcionamiento del mercado y dotando a la ciudadanía de servicios básicos como educación y salud. Sin esto, la corrupción aflora y la riqueza se concentra en quienes tienen más poder. Los continuos escándalos de corrupción en el pais han puesto en duda la ética del sector privado y público, incrementando la desconfianza en el gobierno, en las instituciones, en los políticos, y, en general en el sistema, generando la percepción de que este sólo favorece a los más ricos o poderosos.
En el Perú, en opinión de un 85% de los ciudadanos la igualdad frente a la ley se respeta poco o nada, según información del INEI. Como leí hace poco en un informe de la Organización de Estados Americanos “es como jugar un partido de fútbol siempre con un terreno de juego inclinado para el lado de las élites”.
Hoy en medio de la pandemia resulta evidente que en el Perú no hemos logrado que el crecimiento económico se traduzca en bienestar para la mayoría de los peruanos. El esquema de élites en el que hemos estado viviendo ha generado una desconexión con la realidad del país, incrementando las desigualdades y contribuyendo a la crisis de confianza en el sistema.
La COVID-19 ha sido un recordatorio del nivel de interdependencia e interconexión en el que vivimos y que nadie está seguro hasta que todos lo estén. Ha quedado evidenciado que una persona o entidad sólo puede estar bien, si la sociedad y la economía funcionan para todos. El bienestar de una sociedad impacta en otras sociedades y, en consecuencia, debemos priorizar el bienestar de todos para sobrevivir.
Estamos enfrentando una crisis social, económica y sanitaria, y la mejor respuesta es que todos los actores veamos más allá de satisfacer nuestros propios intereses para salir de ella. Necesitamos construir un modelo de sociedad más justa e inclusiva, en la que todas las personas tengan las oportunidades y los recursos necesarios para participar plenamente en la vida económica, social y política. Para ello, debemos dejar de pensar en “ellos” y “nosotros”, pues no se trata de incluirlos a “ellos”, sino de comprender que somos parte de un mismo sistema interdependiente y, por tanto, el bienestar de todos es el propio. El bien común no es un concepto etéreo, sino lo único que garantizará nuestra supervivencia.
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