Lo que hace un par de décadas se consideraba un fenómeno inusual ha pasado a convertirse en un evento estacional que se espera con angustia en muchos casos.
Llegado el verano, es cada vez más común oír a “especialistas” hablando sobre la posible llegada de un fenómeno de El Niño. A la voz autorizada del Comité Nacional Multisectorial encargado del Estudio Nacional del Fenómeno El Niño, más conocido como ENFEN, se suman docenas de “expertos” que, con poca vergüenza y amplias ganas de figuración, pugnan por ofrecer la predicción más apocalíptica posible. Los más exitosos probablemente gozarán de su media hora de gloria, en complicidad con algún medio masivo con menor vergüenza todavía, con lo cual contribuirán a una innecesaria alarma pública y al descrédito de los profesionales calificados.
En primer lugar, hay que recalcar que los organismos estatales que conforman el ENFEN cuentan con profesionales de primer nivel que regularmente conforman equipos académicos internacionales especializados en el clima y los océanos a escala global.
¿Cómo es posible entonces que nuestros pronósticos climáticos sean tan limitados? El principal factor limitante es la disponibilidad de información que permita elaborar modelos climáticos acordes a nuestras condiciones y que nos ayuden a comprender mejor el comportamiento de las precipitaciones y otros fenómenos atmosféricos.
Perú tiene muy pocas estaciones meteorológicas distribuidas en su accidentada geografía, lo que, sumado a la poca información disponible, hace complicado tener pronósticos certeros en la escala de tiempo que reclama la población. Es como pedir a un conjunto de guitarristas que brinde una buena presentación, aun cuando a algunos de ellos tengan instrumentos con menos cuerdas o ninguna, quizás algunos solo recibieron la partitura. Se puede tener talento, pero si las condiciones no son las adecuadas, en injusto reclamar eficacia.
Afortunadamente, conforme mejore la cobertura de la red hidrometeorológica nacional y se desarrollen nuevos modelos ad-hoc, esta situación se irá superando. El nuevo reto será incorporar el factor cambio climático en la ecuación. Por lo pronto ya sabemos, gracias a comunidad científica internacional, incluidos especialistas peruanos, que la frecuencia e intensidad de El Niño va a cambiar hasta el punto en que las condiciones cálidas sean la norma. Para entonces ya deberíamos haber aprendido a convivir con El Niño.
Pero, si cada verano se convierte en sinónimo de desastres naturales y reclamos por obras de prevención inconclusas ¿en qué momento empezamos a aprender?
Si como señalaba un colega hace poco “ponemos la ciudad en el camino del huaico” y confiamos que este último no volverá a pasar por ahí, pues no se aprendió nada. Por desgracia, nuestra cultura de la prevención se basa en el cemento y el hormigón, no se invierte casi nada en la educación de las personas y en la aplicación efectiva de las leyes que derivan de las políticas de ordenamiento territorial. Las zonas de riesgo ya han sido identificadas, pero se permite que sean ocupadas por traficantes de tierras o invasores precarios.
Tampoco se trata de expulsar a diestra y siniestra a los ocupantes sino el asegurar condiciones para una vida digna fuera de las zonas de peligro y hacerles ver los riesgos que conlleva retar a la naturaleza. Por ello, se requiere un urgente cambio de paradigma en la ocupación y uso del territorio. Dejar los valles y cauces para los ríos y el agro, que florece con los suelos enriquecidos por los aluviones, y habitar en las laderas como en el antaño prehispánico. Obviamente no es tan simple, pero al paso que vamos quizás ya sea hora de dejar de pelear con El Niño y aprender a convivir con él.
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