El crecimiento en el Perú se ha desacelerado en los últimos años. Muchos grandes proyectos están detenidos por conflictos sociales o por determinación de los propios accionistas. Asimismo, la industria crece a tasas menores al crecimiento del PBI, lo que nos hace plantearnos por qué el Perú ya no es atractivo para las inversiones.
Si analizamos el entorno internacional, tenemos un bajo PBI per cápita y nuestro flujo de inversión es menor a la de países como Chile y Colombia, representando solo el 0.4% de las inversiones del mundo. Otro aspecto importante es que, a nivel global, el 71% de las exportaciones son bienes manufacturados; mientras que, en nuestro caso, nos orientamos a la exportación de primarios. Esto nos lleva a reflexionar sobre la importancia de la industria como motor del desarrollo, creando valor agregado.
La inversión en el Perú creció el 2018 representando el 22.4% del PBI, pero no hemos recuperado los niveles del 2013, donde llegó a representar el 26.8%, Asimismo, la confianza empresarial no recupera los niveles del 2010. Ante estas cifras nos preguntamos, ¿por qué somos menos atractivos que hace unos años?
Para darnos respuesta a esta interrogante debemos analizar los factores que hacen a un país atractivo a las inversiones. El primer punto es la estabilidad económica, donde el Perú cuenta con fundamentos macroeconómicos sólidos, deuda pública de solo el 25% del PBI, una economía con grado de inversión y precios estables. Como factores negativos tenemos una sobrerregulación, emitiéndose más de 20 000 nuevas normas al año, lo que nos hace ocupar el puesto 128 de 140 economías del World Economic Forum, en calidad regulatoria.
Otro aspecto en contra es la rigidez laboral, que genera sobre costos a los proyectos. Adicionalmente, esto genera informalidad, teniendo casi un 70% de los trabajadores en esta condición. Analizando nuestro sistema tributario, si consideramos el impuesto a la renta de 29.5% y el impuesto a los dividendos del 5%, nos situamos muy por encima del promedio mundial que es del 23%, debido a que muchas economías durante el 2018 bajaron sus tasas impositivas.
La brecha en infraestructura en el Perú es de 159.5 mil millones de dólares. Esto se refleja en malas carreteras, puertos, servicios públicos, entre otros, incrementando los costos logísticos y dificultando las exportaciones. Un factor no menos importante es el complicado escenario político durante los cinco últimos gobiernos. A esto se suman los 132 conflictos sociales activos y los 47 latentes, la mayoría de ellos relacionados con temas socioambientales. Finalmente, en los últimos meses se ha visto incrementada la inseguridad ciudadana. Swegún información del INEI en el 2018, el 27.5% de las empresas fueron víctimas de un hecho delictivo, de los cuales la mitad fueron robos.
Ante este balance negativo en un país con economía estable, urge tomar acción a corto plazo para mitigar los factores negativos que afectan las nuevas inversiones. Un claro ejemplo de que sí es posible tener un flujo de inversiones sostenibles en actividades diferente a la extracción minera es la agroindustria donde, con una tasa de impuesto a la renta preferencial del 15% y un régimen laboral flexible, se logran crecimientos de dos dígitos al año, además de inversiones sostenibles en habilitación de nuevas tierras y plantas procesadoras, por lo que podemos tener campañas agrícolas durante todo el año, así como atender a los mercados más exigentes.
Para revertir esta situación es importante un trabajo conjunto del estado, los empresarios privados y los agentes que generan impacto en el futuro del país. Es el momento de recuperar el tiempo perdido y volver a la senda del crecimiento basado en el valor agregado y no en la exportación de bienes primarios.
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