
Elección tras elección, los peruanos han esperado con ansias el cambio electoral, aquel que finalmente cambie la mala política de la que nos quejamos hacia el final de cada quinquenio. Y luego, durante semanas, con suerte meses, la ilusión poco a poco se desvanecía frente al incumplimiento de las promesas, transformándose en desaprobación y luego en indiferencia. Sin embargo, hasta hace unos años, la indiferencia estaba sostenida por el crecimiento económico, aquel que, por un buen momento, nos dejó refugiarnos en la idea de que podríamos construir estabilidad económica en un mundo donde la política alcanzaría sólo a ser algo de qué quejarnos y continuar hacia adelante.
Y luego de algunas malas decisiones de entretiempo y decepciones políticas, llegamos a un punto en el que nuestra paciencia se agotó y la fe en la clase política encontró su punto más bajo. Esto se refleja bien en las encuestas. Según el informe de opinión del Instituto de Estudios Peruanos (IEP) de agosto del 2023, la desaprobación de la presidenta Dina Boluarte se encontraba en un 79%, mientras que la del Congreso se encontraba en 90%. En resumen, encontrar un peruano satisfecho es tan o más difícil que encontrar transparencia en las intenciones de nuestra clase política, salvo contadas excepciones.
Sin mucha sorpresa, esto ha llevado a una serie de protestas en las calles que pedían la renuncia de la presidenta, al mismo tiempo que nuestra economía se veía afectada por la inflación y la inestabilidad política que ahuyenta la inversión extranjera. No obstante, no tenemos un líder o un partido que haya liderado o aprovechado el descontento popular para proponer soluciones. Entonces, si tuviéramos que votar por alguien mañana, ¿quién estaría en la medida de hacer cambiar de opinión la confianza perdida de los peruanos?
Lamentablemente, donde antes encontrábamos remotas esperanzas de que todo cambie ante nuevas elecciones, hoy los peruanos no encuentran en quién depositar sus deseos de cambio.
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