Uno de los aspectos más interesantes de la relación entre ciencia y sociedad se observa en el plano de producción y, sobre todo, en los niveles de productibilidad económica de un país. De hecho, la ciencia en su expresión tecnológica ha permitido que determinados países alcancen mayores cuotas de desarrollo y que la calidad de vida de sus ciudadanos sea mayor. De ahí que cualquier nación que haya tomado la decisión de abandonar el subdesarrollo, lo haga sobre la base de vincular ciencia, tecnología y producción industrial.
Desde fines del siglo XVIII y a lo largo de los siglos XIX y XX, la relación entre ciencia, tecnología y desarrollo industrial ha experimentado una evolución constante. Determinados descubrimientos científicos, algunos en el plano teórico, otros en ámbito práctico, fomentan olas de innovación tecnológica, las mismas que tienen, potencialmente, diversas aplicaciones industriales. Esta ha sido la dinámica más evidente de la relación entre conocimiento y poder a lo largo de modernidad.
Las innovaciones tecnológicas y sus aplicaciones industriales han tenido un claro impacto en el ámbito laboral. Y más allá de las duras consecuencias sociales de la primera y parte de la segunda revolución industrial, el trabajo se fue haciendo más complejo y capacitado. Y en sociedades donde se tomó la decisión política de edificar estados de bienestar, el trabajo técnico industrial fue la base del crecimiento de las clases medias. El trabajo sustentado en la relación ciencia y tecnología, y la obvia innovación, es mucho más productivo y tiene repercusión directa sobre los ingresos y en la calidad de vida de los trabajadores, generando una amplia gama de estabilidades, que incluso se observan en el plano político y cultural.
Un rasgo de los países que se mantienen la primarización exportadora y los servicios básicos de baja innovación técnica, es su poca productividad. En un hecho que el comercio informal de todo lo imaginable resuelve problemas del día a día de muchísimas personas y, eventualmente, ocasiona la movilidad social de algunos sujetos. Sin embargo, se encuentra muy lejos del crecimiento de la riqueza que genera la innovación tecnológica y la diversificación industrial. El trabajo informal de servicios mínimos jamás lograría niveles de productividad del trabajo capacitado y técnico.
La pregunta del millón es por qué países como el Perú decidieron no tener un desarrollo industrial sustentando en la ciencia y en la innovación tecnológica. La decisión de primarizar nuestra economía al máximo nos ha traído grandes efectos nocivos, que se observa, entre otras cosas, en los bajos niveles de capacitación laboral, los mismos que se encuentran vinculados a la paupérrima educación básica. Una economía primarizada y de servicios muy elementales no requiere mayores competencias científico-tecnológicas y, por ello, no precisa de una educación básica de calidad. Y los efectos de la economía pauperizada e informal, se puede observar hasta en la configuración psicológica de muchas personas.
En la medida que no aspiremos a una reconversión productiva, sustentada en la relación entre ciencia, tecnología y la producción industrial, difícilmente podremos superar el subdesarrollo. Se dirá que este proyecto resultó un fracaso cuando se lo quiso llevar a cabo en el Perú y en otros países de Latinoamérica. Sin embargo, hay que enfatizar, que el modelo que vincula ciencia, sociedad y desarrollo industrial no es solo un modelo económico. Es un tipo de civilización. Ocurre que hicieron todo lo posible para erremos en ese camino. Sabían que, primarizandonos y convenciéndonos que eso era lo mejor, nos mantendrían lejos del desarrollo y distantes de la posibilidad de la autonomía científica. La gran revolución peruana será científica-tecnológica o no será.
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