En los años noventa, tras el amplio debate filosófico-cultural entre modernidad-postmodernidad, parecía que había un ganador: el “pensamiento débil”. Así, se instauraba una suerte de “hegemonía postmoderna”, que llegó a tener grandes repercusiones en diversos ámbitos. De este modo, las ideas y valores posmodernos permearon las estructuras culturales, sociales y económicas contemporáneas; cuya incidencia más importante fue el relativismo cultural. En efecto, la perspectiva postmoderna partía de un claro un relativismo moral y epistemológico, que desafiaba a las ideas totalizadoras de la modernidad. Esto implicaba una aceptación de múltiples identidades y formas de vida, aunque también podía llevar a un nihilismo donde nada es considerado verdaderamente significativo.
Varios pensadores postmodernos fundaron sus ideas a partir de una concepción “constructivista” del saber. Según esta orientación epistemológica, lo que consideramos "realidad" es el resultado de interacciones sociales y culturales. No hay hechos objetivos independientes; en cambio, todo conocimiento es visto como un producto de contextos históricos y sociales. Desde esta postura constructivista, un autor postmoderno como J. F. Lyotard, consideró que el progreso, la razón y la verdad objetiva, no son más que “narrativas” o “relatos” construidos que pueden ser desmantelados programáticamente. Asimismo, otro autor posmoderno, Jacques Derrida, planteó que a partir de una metodología “deconstructiva” se podrían derribar conceptos y estructuras que se consideran opresivas o limitantes. Esto implicaba un desmantelamiento crítico -deconstructivo- de los discursos establecidos en diversas áreas, como la política, la ciencia, la cultura, la sexualidad, la filosofía, la religión, la filosofía, etc.
Sin embargo, en la segunda década de este siglo, se empezó a consolidar un cuestionamiento diferente contra el postmodernismo y sus fundamentos constructivistas, desde los denominados “neorrealistas”. Los nuevos realistas plantearon que el pensamiento postmoderno nos ha llevado a un relativismo extremo que socava la posibilidad de un conocimiento objetivo y verdadero. Autores como Maurizio Ferraris y Markus Gabriel, critican la tendencia posmoderna a cuestionar la existencia de verdades universales. Según ellos, el postmodernismo ha promovido una visión donde todo es reducido a una interpretación subjetiva, lo que lleva a la conclusión de que no hay hechos objetivos. Gabriel sostiene que esta postura es una simplificación infundada de la realidad, ya que ignora la existencia de un mundo cognoscible que puede ser conocido tal como es, a pesar de las percepciones individuales.
Frente a la crítica posmoderna a las grandes narrativas modernas y a la metafísica tradicional, los nuevos realistas abogan por una recuperación del pensamiento metafísico. Argumentan que, tras el colapso del paradigma moderno, es posible replantear cuestiones sobre la realidad y la existencia desde una nueva perspectiva que reconozca tanto la objetividad como las experiencias subjetivas. Este enfoque busca establecer un nuevo marco ontológico que permita entender mejor el mundo contemporáneo y superar las consecuencias relativistas del postmodernismo y del constructivismo.
La apuesta práctica del neorrealismo se encuentra en el ámbito moral. Al rechazar el relativismo extremo, el nuevo realismo promueve la idea de que hay verdades morales y sociales que deben ser reconocidas y defendidas. Esto es especialmente relevante en contextos donde las manipulaciones mediáticas y las falsas narrativas pueden tener consecuencias graves. En síntesis, el neorrealismo se posiciona como una corriente filosófica que busca recuperar un sentido de objetividad en el conocimiento frente a las críticas posmodernas. A través de su ontología pluralista y su teoría de los objetos, ofrece un marco para entender la complejidad del mundo contemporáneo sin renunciar a la posibilidad de conocer verdades objetivas. Si este movimiento logra que superemos la “hegemonía postmoderna”, es algo que aun está por verse.
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