Para quienes nacimos durante la “Guerra Fría” recordaremos que era fácil reconocer las simpatías imperiales de unos y de otros. Por ejemplo, quienes defendían el modelo económico capitalista y la democracia liberal, solían avalar las prácticas imperiales de los Estados Unidos y de sus aliados occidentales. Por ejemplo, en Indochina, el ejército norteamericano estaba librando una guerra contra la “amenaza roja” en Vietnam y alrededores, y el bloqueo a Cuba se justificaba a fin de ahogar al régimen comunista del dictador Castro. Así, la “lucha por la libertad económica” legitimaba el recurso de la guerra. Por otro lado, los que defendían las ideas comunistas o socialistas, justificaban la financiación económica y militar de los grupos guerrilleros por parte de la Unión Soviética o sus aliados (Cuba, por ejemplo), como parte de la lucha contra el “imperio capitalista”. De ahí que eliminar a los “enemigos de clase” desde la práctica delincuencial del terror programado, estaba legitimada, incluso romantizada; como se puede observar en varios íconos culturales de las izquierdas. En suma, había un “imperio del bien” y un “imperio del mal”. Todo dependía del lugar donde se encontraban las preferencias ideológicas de cada uno.
Varias décadas después del final de la “Guerra Fría” y en plena crisis del “Imperio Americano”, se yergue el “Imperio Chino” contemporáneo. Los antiguos admiradores nostálgicos de la extinta Unión Soviética, ven en el “dragón asiático” una especie de resarcimiento histórico. China, como sabemos, tiene un modelo político totalitario, de partido único, y está gobernada por una poderosa burocracia estatal. Pero, al mismo tiempo, posee un modelo económico sui géneris, economía de mercado de orientación socialista, el mismo que le ha permitido, en pocas décadas, convertirse en la némesis perfecta de los Estados Unidos. Muchos fieles de la “idea comunista” ven en el “milagro chino” el triunfo de la superioridad moral, económica y social de esta idea frente a su antagonista capitalista.
Ciertamente los Estados Unidos y sus aliados de occidente (Inglaterra y la Unión Europea), oriente (Japón, Corea del Sur, Taiwán), medio oriente (Israel) y Oceanía (Australia y Nueva Zelanda), consideran que representan a los valores políticos y económicos liberales: democracia, derechos humanos y economía de mercado. Y, por lo tanto, están legitimados a seguir conduciendo el proceso de globalización que se inició en los años ochenta del siglo pasado bajo su liderazgo. Desde esta perspectiva, la “civilización liberal” está en constante peligro, sobre todo por el nacionalismo de orientación socialista y de los integrismos religiosos, pues ambos son abiertamente antiliberales. De ahí que, para defender a la “civilización liberal” de sus enemigos, es preciso poseer un aparato militar agresivo/disuasorio que proteja los valores e intereses de occidente y sus aliados. Las guerras auspiciadas por la OTAN de 2003-2011 tuvieron ese objetivo.
En el nuevo siglo, desde las cenizas empobrecidas de la ex URSS, reapareció Rusia intentando ser un agente imperial de relevancia de los nuevos tiempos. No sólo abrió su economía a la inversión global (a fin de no cometer el error soviético), sino que edificó una alianza integral con China a fin de formar un bloque alterno que se enfrente a la “civilización liberal occidental”. Alrededor de la alianza Beijing-Moscú se han agrupado aquellos que profesan ideologías nacionalistas, comunistas y afines; viendo con alborozo cómo se ha ido empoderando China en la escena contemporánea y festejando los errores de los Estados Unidos y sus aliados. De igual modo, los partidarios del dominio chino, no toman en cuenta los problemas económicos, sociales, éticos y medioambientales que este imperio en ascenso está generando a lo largo del mundo, pues su “antioccidentanalismo” es más grande.
La actual guerra entre Rusia y Ucrania no ha hecho más que enfatizar las posiciones antiliberales de unos y afianzar las posiciones antinacionalistas y antiestatistas de los otros. Para algunos, EEUU y sus extensos aliados, representan al mundo libre, democrático y librecambista. Para otros, Rusia y China representan una alternativa emancipada y poscolonial a la globalización. De igual modo, para muchos, los valores liberales son lo peor y, para otros, los valores nacional colectivistas son lo peor. Más allá de las creencias fervorosas, los imperios son imperios. Y buscan modelar el mundo a partir de sus intereses, conveniencias y objetivos. Esta guerra y como las que vendrán, no harán más que enfatizar esa creencia. Finalmente, cada quien lleva un imperio en su corazón.
Comparte esta noticia