Según las estadísticas de la CEPAL (https://es.statista.com/estadisticas), sin incluir a los países y territorios del Caribe, en el año 2019 Uruguay registró el PBI per cápita más elevado de Latinoamérica, con ingresos anuales de 16.200 dólares por persona aproximadamente, seguido por Panamá, con más de 15.700 dólares, y Chile, con casi 14.900 dólares per cápita. El Perú registró cerca de 7.000 dólares por persona, siendo el promedio en América Latina y el Caribe (LAC) de 8.847,4 dólares per cápita. Los Estados Unidos de América (EUA), ese mismo año, registraron un PBI per cápita de 65.280 dólares; es decir, el promedio de este indicador en LAC representa el 14 % con relación a los EUA. Respecto al caso peruano, este corresponde al 11 %. Es preciso recordar que en el 2010 el Banco Interamericano de Desarrollo publicó La era de la productividad: cómo transformar las economías desde sus cimientos (Carmen Pagés, editora), en donde se indica: “…que el bajo crecimiento de la productividad es la raíz del deficiente crecimiento de América Latina y que el logro de una productividad más alta debe ubicarse en el epicentro del debate económico actual”.
En este marco, el caso del tema laboral agrario vigente en el Perú es particularmente relevante, pues si bien es cierto requiere de una solución política y económicamente viable, nos invita a los peruanos a reflexionar sobre la naturaleza de esta problemática. En abril del 2019, el CIES y GRADE publicaron Auge agroexportador en el Perú: un análisis de sobrevivencia de productos y empresas, en el cual se reconoce esta grata epifanía surgida en las últimas dos décadas. En el 2019 las exportaciones agrarias ya superaban los US$ 7.000 millones (gráficos 1 y 2).
El punto de negociación crítica –entre otros– se circunscribe a la determinación de un salario (utilizado en un sentido amplio, no enmarcado propiamente en la legislación laboral peruana) de aproximadamente S/ 1.500 mensuales. Si asumimos una jornada laboral estándar de ocho horas y de cinco días laborables, nos estaríamos refiriendo a un salario por hora de S/ 9,4 (US$ 2,6 por hora de trabajo). El salario mínimo en los EUA (a enero del 2020) se ubicó en US$ 7,25 por hora. Es decir, las exigencias de los trabajadores asalariados del agro equivalen al 36 % del salario mínimo en los EUA; sin embargo, empresarios serios y economistas conocedores de la dinámica agraria manifiestan que este nivel de salarios pondría en grave riesgo la sobrevivencia de determinados productos y empresas. Lo más probable es que las empresas –que puedan– tan solo se enfocarán en los productos más rentables y consolidados. Sabemos que para un correcto análisis comparativo de salarios en dólares americanos en diferentes países corresponde efectuar el ajuste del poder de paridad de compra (PPP), pero no deja de ser interesante observar las dimensiones nominales.
Cabe indicar que de acuerdo con el INEI, la productividad laboral en el período 2007-2018 se incrementó en un 42 % en el Perú (es decir, una variación promedio anual de aproximadamente 3 % en dicho lapso). Por otro lado, en ese mismo período, el ingreso promedio mensual proveniente del trabajo creció a una tasa promedio anual de 5,1 %. Es decir, la lógica distributiva enrumbó por un camino muy correcto. ¿Qué es lo que nos sucede entonces?
El INEI, en una reciente publicación (2019), Perú: evolución de los indicadores de empleo e ingreso por departamento, 2007-2018, al abordar la productividad laboral por ramas de actividad económica, nos dice: “La información disponible del año 2018 muestra una marcada diferencia a nivel sectorial. Las cifras del año en análisis revelan que la productividad laboral en el sector Minería, Manufactura y Construcción son mayores a las registradas en Agricultura, Comercio, Servicios y Pesca. Por otro lado, cabe indicar que el empleo en el sector Servicios concentra al 40,3 %, en Agricultura al 24,2 % y en el sector Comercio al 18,8 %; mientras que la Minería, Construcción y la Manufactura al 1,1 %, 6,0 % y 9,0 %” (gráfico 3).
En el gráfico 3 podemos encontrar la naturaleza de nuestra desgracia: si seguimos con la vigente matriz productiva, nos ahogará la “trampa del ingreso medio”, pues la movilidad social demandaría varias generaciones, y la frustración siempre pone en riesgo la estabilidad política y social de un país (obsérvese el estallido social en Chile en octubre del 2019). Nótese también que sin la minería estaríamos hablando de una “tragedia griega” en el Perú… ¡Cómo nos pueden llevar al precipicio algunas ideologías!
Eric Maskin, Premio Nobel de Economía 2007, alguna vez afirmó que la globalización había beneficiado más a los trabajadores con mayores estudios y competencias, habilidades técnicas y capacidades de aprendizaje, y autónomos. En esta línea, recientemente, la reconocida economista Anne O. Krueger ha publicado (2020) International Trade: What Everyone Needs to Know, en cuyo cuarto capítulo destaca el enfoque de las ventajas comparativas como fundamento del libre comercio. ¿Bastarán los TLC para incrementar sostenidamente nuestros niveles de productividad y, por ende, de nuestros ingresos reales? Considero que es una condición necesaria, pero no suficiente.
En el 2013 tuve la oportunidad de participar en un seminario sobre crecimiento económico llevado a cabo por el Centro para el Desarrollo Internacional (CID) del Harvard Kennedy School, liderado por el profesor Ricardo Hausmann. Una de las herramientas más innovadoras para el análisis comparativo del crecimiento entre los países fue The Atlas of Economic Complexity, hoy conocido como The Observatory of Economic Complexity (OEC). Desde ese entonces, una de mis preguntas favoritas en determinadas reuniones (presenciales o virtuales) es preguntar sobre la canasta de bienes o servicios que exporta determinado país. Dependiendo de la respuesta, tengo una idea aproximada del PBI per cápita del mismo.
En el 2014, el Banco Interamericano de Desarrollo publicó ¿Cómo repensar el desarrollo productivo? Políticas e instituciones sólidas para la transformación económica. Estimo que es imperativo volver a una discusión seria sobre este asunto y establecer una agenda viable y pragmática, apuntando hacia objetivos más ambiciosos para nuestro futuro colectivo: no nos basta pensar en la reducción de la pobreza, hay otros factores y dinámicas en juego.
Revisar los números “duros” (productividad, salarios reales y complejidad económica) detrás de la actual crisis en el mercado laboral del sector agrario –y, fundamentalmente, del sector agroexportador– me ha llevado a una reflexión más profunda, a pensar sobre la matriz productiva que requerimos a mediano y largo plazos para ser una sociedad sostenidamente viable. De no aplicarla, le estaremos dejando el campo libre a los populismos y a las ideologías, cuyas aventuras ya conocemos cómo terminan. Bienvenida la economía política del crecimiento y la globalización.
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