
Quién iba a decirlo, paisana, paisano, que el mundo entero miraría hacia el Perú no por un desastre o un escándalo político, sino por la elección de un papa. Un papa, León XIV, marcado por la Ch de cholo. Que vino casi churre de Chicago a Chulucanas, la tierra de los chifles; y de allí a Chiclayo, la del chinguirito y la chicha de jora. Como si el destino hubiera querido marcar su camino hacia esta tierra chola.
Y sí, el Perú es un país legalmente laico, la religión católica; sin embargo, está en nuestras venas desde hace cinco siglos, siendo ampliamente mayoritaria, pues 66 %; es decir, dos de cada tres peruanos se define católico romano. Nos llegó con los europeos, con todo lo bueno y lo malo que eso trajo, pero con el tiempo se hizo nuestra. Se mezcló con nuestras costumbres, con nuestras creencias anteriores y se volvió parte esencial de nuestra identidad.
Así como el idioma y la moneda, la religión católica es uno de los aspectos que nos une a los peruanos, que nos hace sentir que somos parte de algo común. No hay rincón en el país donde no haya una iglesia, una capillita o una cruz al borde del camino. Y así uno no vaya a misa, igual se persigna al salir de casa, o le reza al Señor de los Milagros cuando la tierra tiembla. Y para todos, creyentes o no, la Semana Santa es feriado, junto con la Navidad y el día de Santa Rosa. Porque el catolicismo en el Perú no es solo una religión, es cultura, es historia, es familia, es parte de nuestras fiestas, de nuestras penas, de nuestras maneras de celebrar y también de resistir.

Por eso cuando el mundo anunció que el nuevo papa era León XIV, y que era peruano de corazón, usted y yo paisana, paisano, sentimos algo que hace tiempo necesitábamos: orgullo. Ese orgullo que se nos va olvidando entre tantas noticias grises, tanta queja y tanto pesimismo. Porque nos reafirma que incluso si tenemos problemas, también tenemos muchas cosas positivas.
León XIV más que cualquier otro líder mundial, es un símbolo de que aquí también se forman personas ejemplares. Que desde nuestro pueblo pueden salir voces que inspiran al planeta entero. Que nuestra tierra, muchas veces olvidada o maltratada, también puede ser semillero de esperanza, de fe y de liderazgo.
Y esta elección, además de alegrarnos, debería hacernos ver que es hora de darle una mirada positiva a lo que tenemos. Porque si aquí decimos, medio en broma, que Dios es peruano, ahora el Vaticano y gran parte del mundo nos dicen que su representante en la tierra también es cholo. Y por ese papa cholo, más nos vale, paisana, paisano, vernos como un pueblo bendecido, agradecido, unido, y orgulloso.
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