El día de San Valentín es una de esas fechas con una férrea narrativa asociada, es decir, con una lista definida de representaciones, deseos, ideales y criterios que impulsan cierta dinámica emocional en nosotras y nosotros. De ser una celebración cristiana que conmemoraba la insurrecta decisión del sacerdote romano Valentín de casar subrepticiamente y en contra de la orden del emperador Claudio II a todos los jóvenes enamorados, se ha convertido en una agrupación de exigencias que debemos cumplir, por ejemplo, tener una pareja con quien salir a comer y tomarnos una fotografía para colgar en las redes sociales. Este conjunto de requerimientos, que asumimos como válidos, son capaces de generar estados emocionales cercanos al estrés y comportamientos impulsivos y poco reflexivos en consecuencia. ¿Cuántas personas, en esta efeméride, prefieren volver a entablar una relación con sus exparejas, de quienes se separaron como un grito de bienestar? ¿Cuántas personas eligen de forma aleatoria y bajo un gran riesgo una o un acompañante desconocido, como quien inserta una moneda en una máquina de un casino y espera que la ruleta se detenga real-maravillosamente en el objeto mejor valorado?
Lo que sucede es que nuestro cerebro responde con emociones y comportamientos a las narrativas de nuestra vida. Con narrativas, me refiero a la descripción pormenorizada, pero quizás inconsciente, de un acontecimiento. Esta descripción siempre está edificada con bloques que resultan de la mezcla entre lo que nos dicta la sociedad y nuestras propias vivencias. Dicho de otro modo, toda narrativa es una pequeña o gran historia que ha sido erigida bajo mandatos sociales y experiencias personales, experiencias acumuladas desde nuestra infancia más temprana. Eso hace que cada narrativa tenga particularidades muy subjetivas que únicamente nosotras y nosotros podríamos reconocer mediante un análisis meticuloso. Lo que le otorga un matiz de peligro o amenaza a estas narrativas es nuestra aceptación incondicional, producto de un posible desconocimiento: nos conducimos por la vida mediante comportamientos que son completamente dirigidos por estas narrativas, mas, en la mayoría de los casos, no somos conscientes de ellas.
Una narrativa por demás conocida es la idea de éxito: se ha instaurado el discurso que nos obliga a buscar cada vez más dinero o más ascensos profesionales para considerar que estamos teniendo éxito. ¿Cuál es la narrativa que está detrás del día de San Valentín? Genéricamente, la impostura social nos dicta —aunque con cada vez menos fervor, aún no se ha abolido completamente— que debemos tener una pareja con quien celebrar esta fecha; de no ser así, hemos fracasado en el ámbito interpersonal. Si a esta imposición le agregamos la impostura personal (por ejemplo, vivencias tempranas de abandono que nos hacen sentir que no tenemos a nadie en quien apoyarnos), es probable que vivamos esta fecha como un gran estresor, es decir, como un evento proclive a generarnos respuestas de estrés. Claro que esto no queda ahí: un estresor de este tipo, al ser tan masivo, desregula nuestro cerebro, lo somete a tal presión que lo hace perder de vista la capacidad para analizar con detenimiento, planificar nuestro comportamiento y frenar nuestros impulsos. Es por ello que la primera idea que nos prometa extraernos de este malestar emocional será bienvenida sin un mayor análisis, por ejemplo, volver con nuestras exparejas.
Esta dinámica puede ser refrenada de dos formas, una más simple y superficial que la otra. En primer lugar, el método más básico consiste en enfocarnos en evitar conductas indeliberadas: antes de poner en la realidad una decisión, conviene reflexionar sobre sus múltiples causas y consecuencias. En particular, si sentimos un impulso por comunicarnos con nuestras exparejas, podemos evaluar por qué aparece ese deseo y qué efectos podría tener en nuestra vida presente y futura. En segundo lugar, el método más complejo, pero sostenible en el tiempo, es revisar nuestras narrativas, esto eso, analizar circunstanciadamente lo que pensamos y queremos del amor, de las relaciones de pareja, de la vida conyugal, y nuestras experiencias más tempranas a este nivel. Este análisis es el que va a determinar qué es lo que, inconscientemente, está impulsando el malestar emocional y los comportamientos irreflexivos. Este nivel de análisis es el que se lleva a cabo en terapia.
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