Dentro de la tragedia que aún significa la pandemia, aparecieron algunos pocos beneficios. Uno de esos ha sido la reducción del crimen.
Era natural que estando todos en casa, la actividad delictiva decaiga fuertemente. Una de las teorías del crimen más conocidas es la que señala que para que un delito se cometa tienen que confluir una víctima apropiada, un delincuente motivado y la ausencia de guardianes (policías, serenos, etc.).
Durante la cuarentena y sus restricciones de movilidad, fue obvio que tanto las “víctimas apropiadas” se quedaron mayormente en casa, al igual que los “delincuentes motivados”, mientras que los “guardianes” vigilaban nuestras calles en muchos puntos del país. Es la teoría en su máximo esplendor ante los cambios de rutina obligados.
Una forma de corroborar lo que pasó con el crimen es analizando el número de llamadas que recibió el 105, el número de la policía dedicado a recibir llamadas por emergencia. Una vez descontado el número de llamadas maliciosas (bromas, llamadas falsas, etc.), observamos tres fases del gráfico respectivo (solo para Lima): caída, baja intensidad delictiva y reactivación.
Primero, la fase de caída. Luego de la declaratoria de cuarentena decretada el 16 de marzo (primera línea roja vertical en el gráfico), el número de llamadas cayó en forma importante durante las cuatro siguientes semanas hasta la quincena de abril. Es el shock de la cuarentena sobre la reducción de “víctimas apropiadas” en las calles. Se pasó de aproximadamente 1500 llamadas diarias a menos de 500.
Segundo, la fase de baja intensidad delictiva. Desde la quincena de abril hasta poco más allá de mediados de mayo, el crimen se estabilizó en su punto más bajo, probablemente en décadas. Este periodo calza con la segunda y tercera extensión de la cuarentena. Por entonces, la movilidad todavía era muy restringida, todavía con muchos militares y policías en las calles, y la economía seguía absorbiendo los golpes fuertes al empleo y PBI. Desde el punto de vista del delincuente, era muy costoso robar. Se veían obligados a un mayor desplazamiento geográfico más para identificar víctimas, lo que aumentaba la probabilidad de ser detectados, capturados y sancionados dado el mayor despliegue policial y militar en las calles.
Tercero, la reactivación. Coincide con una nueva extensión de cuarentena, anunciada el 8 de mayo. Pero, más importante, la “reactivación delictiva” aún se da en forma paralela a la Fase 1 de la reactivación económica. Es decir, más gente en las calles, más “víctimas apropiadas”. Es la fase que no nos gusta, pues marca el camino a la vieja normalidad. Desde entonces, el número de llamadas que recibió el 105 – recalco, en Lima – empieza a aumentar casi en forma constante.
Creo que la “reactivación delictiva” no nos regresará a la vieja normalidad tal como la conocemos. Por lo menos, no por los próximos meses. Por varios meses, sufriremos una nueva normalidad con riesgos distintos. Y es que, como la mayoría de nosotros, los delincuentes también han visto afectados tanto sus ingresos por fuentes delictivas como sus ingresos legales (ocho de cada diez reos trabajaban antes de ingresar el penal, según el Censo Penitenciario del 2016).
Así como ahora muchos comerciantes buscan recuperar lo perdido cambiando de giro de negocio o cobrando sobreprecio, los delincuentes actúan bajo una lógica similar de reactivación que resumo en tres dimensiones: recuperar lo perdido (delinquir con mayor frecuencia), diversificar sus actividades delictivas (ya no solo robo de celulares, sino carteras, etc.) y extender su campo de acción (incrementar zonas u horarios para sus actividades). Esa es una nueva normalidad de mucho riesgo.
El nuevo Ministro del Interior tiene muchos retos en esta pandemia. Uno de ellos es cómo hacer para que esa reactivación delictiva se desinfle y podamos regresar a una nueva normalidad más beneficiosa para todos.
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