Hace más de dos décadas, se acuñó la frase “It is the economy, stupid” en el contexto de las elecciones estadounidenses que enfrentaron a Clinton contra George H. W. Bush. La frase fue un llamado para asociar diversos problemas de ese país a un eje (economía) que no se había visibilizado lo suficiente como culpable. Desde entonces, esa frase sirve de guiño para hablar del elefante blanco en la habitación.
Cuando pensamos en las causas del crimen sucede algo similar. La particularidad es que el crimen es un fenómeno multi-causal. Como tal, hay muchos factores que lo causan. Y entre ellos, hay un consenso relevante: la configuración de las ciudades incentiva la aparición de ciertas formas de violencia y delitos.
La pregunta es esperable: ¿por qué las ciudades incentivan la aparición de violencia? La respuesta no es evidente y no conocerla tampoco nos hace estúpidos. Más bien, no reconocerla nos convierte en ciegos.
Hace pocos años, un ex ministro del Interior señaló que la delincuencia estaba en aumento porque el país crecía económicamente. La prensa lo vapuleó, pero en parte ese ministro tenía razón. El fenómeno se conoce como dilema urbano y ha sido bien planteado por Robert Muggah*.
El dilema urbano aparece cuando en forma simultánea se presenta (1) crecimiento económico, (2) desarrollo urbano rápido y acelerado, y (3) una urbanización desordenada. El resultado casi inevitable de este trío es la aparición de violencia urbana: más delincuencia y violencia en general.
Esta es una explicación macro. Es decir, es un argumento global que releva tres aspectos. Primero, crecer con desigualdades económicas genera brechas sociales, insatisfacción ciudadana y servicios públicos (luz, agua, salud, educación, seguridad, etc.) entregados en forma desigual en la población. Segundo, esas desigualdades introducen dificultades diversas para la cohesión y el ejercicio de derechos en tanto hay muchas personas desiguales (personas convertidas en ciudadanos de primera y segunda clase) en espacios contiguos. Esta jerarquía discriminatoria genera fricciones. Tercero, la debilidad de los servicios estatales para eliminar esas desigualdades y evitar tales fricciones exacerba el primer y segundo punto de este párrafo.
El resultado del dilema urbano es una sociedad injusta, en la que aparecen con mayor intensidad diversas motivaciones para delinquir. Recurren al delito aspiracional aquellos que no pueden alcanzar lo que la sociedad impulsa a consumir. Otros, empujados por su frustración, recurren a la violencia como forma de expresión para desfogar lo que no pueden alcanzar. Algunos acumulan factores de riesgo que elevan su probabilidad de delinquir porque han crecido en espacios complicados (pobreza, desigualdades, deserción escolar, consumo temprano a drogas, malas juntas, etc.).
En un plano más focalizado, la configuración de las ciudades ejerce otro tipo de presión. La concentración del delito en zonas puntuales de las ciudades incentiva más delitos y el contagio de zonas aledañas. Además, la concentración del delito genera miedos focalizados y limita la circulación y el goce de espacios públicos. Igual sucede con la falta de iluminación y la desigualdad en la distribución de policías y serenazgos. La regulación deficiente de los puntos de venta de alcohol y la proliferación de puntos de micro comercialización de drogas también propicia la aparición de zonas de delitos focalizadas.
Identificar a la ciudad como parte de las explicaciones de la violencia nos permite conectar estos problemas con la gestión municipal. No podemos seguir siendo ciegos. ¡También es la ciudad! No verlo implica seguir creyendo que contar con más policías y darles armas a los serenos reducirá la inseguridad en la ciudad.
En el buen sentido, los gobiernos locales son el epicentro del cambio. No por nada existen Comités Distritales de Seguridad Ciudadana liderados por el respectivo alcalde. Lamentablemente, estos Comités son espacios poco técnicos, con pocos insumos (estadísticas y estudios focalizados), débiles competencias para mejorar la seguridad, y con una limitadísima asistencia técnica desde el Ministerio del Interior. Así, quejarnos del crimen sin acordarnos de la ciudad y de sus alcaldes es una clara forma de invidencia.
* Muggah, Robert (2012). Researching the Urban Dilemma: Urbanization, Poverty and Violence. IDRC, UKAID. Disponible en http://bit.ly/2Kxq1Gy
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