RPP Noticias conversó con el escritor Augusto Higa acerca de la reciente reedición de su primer libro "Que te coma el tigre", una colección de cuentos que impulsó su carrera literaria.
Desde su casa, a través de una llamada telefónica, Augusto Higa confesó a RPP Noticias que la pandemia ha "vuelto más dificultosa la vida". Pasear por su querido centro de Lima, comer en un restaurante, comprar en el mercado, asistir a "una entidad pública a armar un papeleo"... todas sus actividades cotidianas se han visto canceladas.
"Nos ha aislado tremendamente, porque yo, por ejemplo, no recibo amigos, los compañeros que antes tenía ya no vienen", dijo el narrador niséi, ganador del Premio de Novela Breve Cámara Peruana del Libro 2014 por su novela "Saber matar, saber morir". Pero si algo no ha frenado la crisis sanitaria son sus ánimos para continuar pergeñando relatos, aunque ahora, pese a tener cuatro cuentos inéditos que continúa corrigiendo, está "más preocupado por la lectura que por la escritura".
"Me siento con más tiempo para leer que para escribir. Escribo ya muy poco, salvo los diarios nada más, los apuntes personales, pero no tanto literatura. (...) Los escribo para mí mismo, son cuadernos en los que uno busca su equilibrio personal, apuntes de desahogo que no tienen ninguna validez literaria", contó con su voz pausada.
El regreso del tigre
Autor de títulos imprescindibles como "La iluminación de Katzuo Nakamatsu" y "Gaijin", Augusto Higa publicó su primer libro, "Que te coma el tigre", en 1977. Una colección de seis cuentos que la editorial Planeta ha reeditado dentro de su Colección Imprescindibles, y que aborda la violencia en los barrios periféricos de la Lima setentera —La Victoria, Breña, entre otros— desde la mirada de muchachos "esquineros".
Escritos entre 1969 y 1974, los relatos de "Que te coma el tigre" tuvieron una buena recepción y acogida crítica el año de su publicación, según recordó Higa. "Prácticamente me entrevistaron en todos los diarios de la época. Recuerdo que fui felicitado por amigos y profesores de San Marcos, y se vendieron casi todos los ejemplares de ese título que yo mismo financié con mi bolsillo", comentó el escritor.
¿Cómo surgió el título "Que te coma el tigre"?
El título era una canción [del colombiano Diomedes Díaz] que tenía como letra "Lo que tú quieres es que me coma el tigre, que me coma el tigre". Pero cuando le puse ese título, el diseñador que hizo la carátula me dijo que era demasiado largo, entonces lo recortó y quedó "Que te coma el tigre". Un caratulista tituló mi libro (ríe).
Un primer libro suele estar permeado por las primeras lecturas de un escritor. ¿Qué autores fueron cruciales para usted por aquellos años en que compuso "Que te coma el tigre"?
En general los del boom latinoamericano. Por ejemplo, "El equipito de Mogollón" sale de una lectura de "Torito" de [Julio] Cortázar y de "Puntero izquierdo" de [Mario] Benedetti. "La toma de colegio" sale de Vargas Llosa, de su novela "La ciudad y los perros" y el cuento "Los jefes". Y así sucesivamente. "Lolita guau guau" y "Parados mirando las gaviotas" salen de Ribeyro. Yo me he dejado influir por estos autores latinoamericanos que leía por aquella época.
Esos cuentos capturaron con audacia el lenguaje popular de la época. Pero ¿cómo recuerda que consiguió dar con el tono del libro?
Yo quería captar el mundo criollo. O sea, los muchachos, los esquineros, los de colegio, los de los barrios populares. Y, sobre todo, captar el humor corrosivo y violento que tienen estas clases populares. El humor popular, la violencia social, el desenfado sexual y todas esas características de los jóvenes y pandilleros de la época.
Usted tuvo contacto con jóvenes de esos barrios.
Sí, tuve contacto e hice pruebas de prosa, especialmente para afiatarme en esa modalidad del habla popular. Especialmente, en "El equipito de Mogollón", porque yo no quería entrar en la jerga, como [Oswaldo] Reynoso, sino hacer un lenguaje mucho más abierto, más popular, pero que no ingresara a la jerga, porque equivaldría a leer el cuento con diccionario. Empleo un lenguaje más popular como "mama mía", "¡echa!", "suba, suba", "jugamos a la joda"... no era un lenguaje cerrado, sino más abierto.
Pero al igual que la propuesta de Oswaldo Reynoso usted tiene una preocupación por la musicalidad de su lenguaje.
Sí, por la musicalidad, y sobre todo que se leyera rápido, con frases breves y cortas. Un cuento que me gusta mucho es "Que te coma el tigre", hecho sobre el habla popular, que refleja los esquineros de la época de los setentas. Muchachos que se reunían bajo los postes y realizaban aventuras de tipo amoroso como comprarle a una chica que vivía en el barrio.
También emerge de sus historias el retrato de una Lima feroz, "animalizada" como la ha denominado la crítica. ¿Qué cambios diría que existe entre esa ciudad sobre la que escribió con la de ahora?
Se ha vuelto mucho más violenta. Yo retrataba muchachos esquineros, tipos que toman el colegio, están enamorando a las muchachas en las esquinas, pero lo que ahora hay son pandillas bravas. En ese entonces, la cosa era más limitada, menos violenta, más erótica, más circunscrita al barrio.
Suele decirse que su primer libro estuvo fuertemente influido por su pertenencia al Grupo Narración (al que pertenecieron autores como Miguel Gutiérrez y Oswaldo Reynoso). ¿Cuánto marcó su mirada literaria?
Influyó en la medida en que en las conversaciones sacábamos a relucir el deseo o la necesidad de representar a las clases populares. Gregorio Martínez lo ubica con "Canto de sirena" y los negros de Nazca. Lo mismo hace Antonio Gálvez Ronceros con los negros de Chincha. Y el lenguaje que se utiliza es popular y cuidadoso, a través del cual se retrata un mundo contradictorio.
Después de "Que te coma el tigre", sus temas se trasladan a las crisis de identidad que atraviesa el hombre niséi en el Perú. Pero ¿encuentra algún punto de conexión entre su primer libro y la obra que después haría?
No, no hay mucho. Hay un libro que en el 87' publiqué, "La casa de Albaceleste", ahí cambié la óptica. Ya no se trata de muchachos de barrio, sino de gente de la clase media que vive una vida fortuita, al azar. Allí incluí cuentos como "Corazón sencillo", que me ha traído muchas satisfacciones, y luego me preocupé por los descendientes de japoneses en el Perú, y salieron cuentos como "Okinawa existe", novelas como "Gaijin" o "La iluminación de Katzuo Nakamatsu", que se refieren al mundo personal que viví. Y con ese tipo de personajes puedo penetrar más en el alma, cosas que no podía hacer con los muchachos criollos.
Pero persiste su preocupación estilística.
Sí, sigue la preocupación estilística. El escribir bien, darle ritmo a la palbra, musicalidad a las oraciones, también subsiste. Es una cracterística que aprendí del boom, con Cortázar, Vargas Llosa, Ribeyro, Carpentier. De ahí aprendí este tipo de escritura.
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