Guionista de televisión y escritor, Daniel Krauze conversó con RPP Noticias sobre "Tenebra", su trepidante thriller que explora las corruptelas del sistema político mexicano.
"Solo hay una regla: cazar o ser cazado", decía el maquiavélico Francis Underwood en aquella inolvidable primera temporada de "House of Cards". Una frase maliciosa e irrebatible que también parece ordenar el universo de "Tenebra", la nueva novela del escritor y guionista mexicano Daniel Krauze que explora las sombras del poder político en México.
Pero en el libro de Krauze, con quien RPP Noticias conversó a propósito del lanzamiento, los protagonistas no están en la cúpula, sino en la parte baja: aquellos trepadores que garantizan el funcionamiento de la maquinaria de trapacerías e impunidad. Ese es Julio Rangel, operador político del senador del PRI (Partido Revolucionario Institucional), Óscar Luna, cuya ocupación consiste en hacer y deshacer chanchullos para su jefe.
En la otra orilla de este thriller político está Martín Ferrer, un abogado que enfrenta una crisis familiar y busca ajustar cuentas con el mencionado senador priista para reivindicar la memoria de su abuelo y su padre. Su destino, sin embargo, está a punto de cruzarse con el de Rangel. Y uno de los dos será cazado.
La idea para escribir "Tenebra" surgió en el 2014. Desde entonces, Daniel Krauze compaginó su proyecto literario con su trabajo como guionista de "Luis Miguel, la serie", y aunque sean totalmente distintas, un proceso creativo conecta ambas propuestas: la investigación rigurosa que llevó a cabo el autor. De ahí que, como la serie, su novela se sienta próxima, tan real como desoladora.
"Tenebra" parece el montaje de aquella teoría hobbesiana en la que el hombre es un lobo para el hombre. ¿Qué debe ocurrir en la vida de un político para convertirse en licántropo?
Es una pregunta que quise explorar. La respuesta está en la novela. Es una mezcla de sentimientos, resentimientos y carencias muy atávicas. En el caso de Julio [Rangel], está el resentimiento que provoca haber crecido entre gente rica, con una infancia precaria desde su punto de vista. Para volverte un político así tienes que haber crecido en un país como México, un país así de descarado, corrupto e impune, donde genuinamente puedes ser un político de medio pelo, incluso más abajo, y ser millonario. Hacer puras corruptelas. No creo que eso ocurra en Islandia.
Es como una especie de enfermedad latina, ¿no te parece?
Esas y otras muchas cosas. En muchos sentidos, somos una región muy trágica. Y somos trágica, porque tenemos aspectos que nos vinculan y pasan los años y no nos zafamos. Tenemos una propensión para caer en discursos populistas, somos mayormente muy violentos.
Hay un pasaje de la novela en el que Julio Rangel soborna al padre de una chica violada. Eso que parece inconcebible no luce nada distante de la realidad. "Tenebra" es ficción, pero toca como un libro de no-ficción.
En la medida en que ese juego narrativo funciona en "Tenebra "se debe también a un trabajo de investigación interior al escribir la novela. Era un tema tan delicado que no podía salir enteramente de mi imaginación. Evidentemente, el músculo creativo hay que ejercitarlo. Pero quería hablar de cosas que yo supiera que han ocurrido. Por ejemplo, los bautizos y las fiestas infantiles de las que hablo las escribieron personas. Yo estuve en esos restaurantes con políticos similares, viéndolos desayunar. Entonces no era tanto un asunto de crear, sino de recrear lo que yo había visto y escuchado. Y yo quería que eso revistiera de una verosimilitud al relato.
Incluso hay un cameo del expresidente Enrique Peña Nieto, lo que abre las puertas a leer el libro como uno de corte histórico. ¿Qué momento de la política mexicana has querido capturar?
Yo creo que es una novela que abarca más. No siento que es una novela sobre el peñanietismo, pero sí creo que habla de una suerte de degradación moral muy contemporánea, que en mi adolescencia e infancia no estaba tan presente en la vida en México. Yo me resistí mucho a decirlo, pero ahora lo digo abiertamente: creo que el país en el que crecí era un país muy pobre, desigual, antidemocrático, pero era un país mejor que el país en el que vivo y está creciendo mi hija. Y esa inquietud es el combustible que me llevó a escribir esta novela: la preocupación con el deterioro que veo en mi país y un poquito también en el mundo. Eso me hace pensar que un lector de otro país puede conectar con el libro.
Tu novela me hizo recordar aquella frase que Vargas Llosa dijo en tu país en 1990, donde estaba también presente tu padre Enrique Krauze: "El PRI es la dictadura perfecta". ¿Te parece una idea que sigue vigente?
No, Julio Rangel no existiría en 1996, en las épocas de la dictadura perfecta. Porque en ese entonces el poder estaba más controlado hasta arriba. El presidente decidía quién se hacía multimillonario con la política y quién no. Con la alternancia democrática en el 2000, el poder se dispersa en los gobernadores que se vuelven entidades muy independientes del gobierno federal. Eso les permite, no a todos, pero sí a muchísimos, volverse unos ladrones. El fenómeno de la corrupción rampante donde Julio Rangel —que es un operador político de hasta abajo— puede ser un político multimillonario, pertenece a un país que ya no pertenece a la dictadura perfecta. No es un grupo de diez corruptazazazos, sino son 20 mil corruptos llevando a tal escalón al país que no te puedes imaginar.
A Julio Rangel lo vemos en medio de la cotidianidad política, pero Martín Ferrer está inmerso en espacios domésticos, familiares. La política, en él, parece ser un asunto mucho más personal.
Yo sabía desde un inicio que el universo de Martín iba a ser mucho más familiar y que tenía que enriquecerlo de esa manera, porque su trabajo no era tan fascinante. Cuando empecé a escribir la novela y ponía a Martín a investigar cosas como detective, se sentía súper falso. Entonces me di cuenta que en vez de recargar la trama, tenía que enriquecer el universo personal, pensar profundamente en su relación con su hija y su exesposa. Y era más fácil meterme en la mente de Martín. Y del otro lado conocemos a los políticos corruptos, y a Landa que es un personaje súper divertido de escribir. Siempre quise que [Julio y Martín] sean lo más aparentemente diferentes posibles. Por un lado tienes un drama familiar y, por el otro, un drama profesional, aunque se refleja eso en el drama íntimo de Julio.
Al contrario de muchas novelas políticas latinoamericanas, la tuya tiene mucho de sátira, una mirada tragicómica de las cosas. ¿A qué crees que responde esto, a tu bagaje como lector de literatura extranjera?
No tanto. Se debe a que cuando te metes a ese universo, narrarlo con solemnidad haría el proceso de escritura aburridísimo y, además, falso. Es trágico, pero tan absurdo que es cómico. El propio humor negro te habla de la maldad inherente de estos personajes. Pienso en Landa que llega a un bautizo para informar a Julio que tiene que arreglar un problema de una niña que violaron mientras le arregla la corbata. Si esto ocurriera en Islandia, Landa llegaría preocupadísimo por la violación de una niña y sería muy solemne como en general es la literatura nórdica. En México tiene que haber algo campechano. No había otra manera de narrarlo y es un registro que me gusta mucho, se acomoda mucho conmigo el humor negro, y me mantiene enganchado con lo que estoy escribiendo. La solemnidad me aplasta.
"Tenebra" avanza a un ritmo trepidante y muestra un manejo de la oralidad que habla muy bien de tu oído para capturar ciertos detalles del habla. ¿Cuán natural es tu paso del guion a la novela?
Me ayudó mucho que cuando empecé a escribir "Tenebra" no encontraba trabajo frecuente como guionista de televisión, entonces podía enfocarme a la labor narrativa. Mi formación es como guionista. Mi primer amor no es la literatura, sino el cine. De hecho, me ha costado mucho trabajo abordar las cosas que escribo de manera que no se sienta como un guion novelado. Pero me imagino que algo del oficio del guionista permea en el oficio del narrador y me permite, por ejemplo, dialogar con voces distintas entre sí o armar una trama que se precipite no como un programa de televisión, pero con cierta velocidad... Ahora que ya trabajo más frecuentemente como guionista, lo que me preocupa es perder la sensibilidad necesaria para escribir una novela o una colección de cuentos. Lo que me preocupa no es tanto que la novela afecte al guionista, sino que el guionista acabe imponiéndose al novelista.
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