RPP Noticias convesó con J.J. Maldonado, escritor peruano que acaba de publicar su primera novela "El amor es un perro que ruge desde los abismos", editada por el sello Emecé.
Tras la publicación de tres libros de cuentos (el último escrito a dúo con el narrador Leonardo Ledesma), este año J.J. Maldonado hizo su debut en la novela con "El amor es un perro que ruge desde los abismos", publicada bajo el sello Emecé.
Se trata de un libro que dialoga con sus anteriores títulos, por convocar a un grupo de adolescentes que viven en los márgenes del tejido social, pero que se inscribe en un entorno más contemporáneo, con el internet y los referentes pop estimulando la educación sentimental de estos seres heridos por la miseria.
Durante la presentación del libro, J.J. Maldonado definió a su primera novela como una sobre la "crisis de la adolescencia". Y, en conversación con RPP Noticias, complementó: "Es en la adolescencia donde o te vuelves una persona con ciertos valores morales o te vuelves un asesino en serie".
En "El amor es un perro que ruge desde los abismos", Diosito es el adolescente protagonista que, marcado por la orfandad, lucha contra un ambiente que lo jalonea hacia el fracaso al mismo tiempo que lidia con sus propios demonios.
Entre tus libros de cuentos y "El amor es un perro que ruge desde los abismos" noto una depuración del estilo. ¿Fue difícil esta decisión, habida cuenta de que el exceso parecía un sello de tu narrativa?
No fue una decisión muy difícil. En principio creo que el contexto ficcional determina el estilo, es decir, el lenguaje. Mis libros anteriores se circunscribían a un espacio y a unos códigos que exigían su propio estilo. En relatos ambientados en Ñaña, zona rural de Lima, acorazada por cerros y un ecosistema muy propicio para el “folk horror” y el misticismo religioso, creo que cierto barroquismo y exceso lingüístico funcionaban para dar sentido a ese universo. En la estructuración de esta primera novela seguí el mismo sistema. La ambienté en un Callao inventado, un espacio con asfalto, de mecánica urbana, con edificios cayéndose a pedazos, con toda la influencia del internet dando vuelta por ahí, etc. Entonces ese contexto reclamaba otro lenguaje, definitivamente otro estilo. Mi editor lo supo desde un inicio y me aconsejó que para la funcionalidad del relato había que ser mucho más mesurado, menos barroco, más exacto, pero sin perder momentos de lirismo o de alta tensión lingüística, los cuales, aconsejó, solo debían aparecer en el momento preciso: en un quiebre psicológico, por ejemplo, o en un instante de vértigo, o en un estado onírico. Todo esto fue muy consciente.
Has creado un mundo particular en torno a la adolescencia. Incluso dijiste en la presentación del libro que esta novela es sobre la crisis adolescente. ¿Qué te atrae de estas canteras que picas de manera recurrente en ellas?
Creo que fue Valéry quien dijo que bastaba sobrevivir la adolescencia para tener material suficiente para escribir poesía por cien años. Y es lógico. La adolescencia es la etapa más intensa de la vida a pesar de sus privaciones, deficiencias y limitaciones. Es un momento determinante dentro de la conducta humana. Es ahí donde o te vuelves una persona con ciertos valores morales o te vuelves un asesino en serie. Es ahí donde recoges todos los traumas de la infancia y capitalizas tus obsesiones para la adultez. Es ahí donde despiertas consciencia sexual y hasta posibles parafilias. Es ahí donde te vuelves tú. De hecho es una etapa muy dura, pero también muy bella. Y esa “crisis de la adolescencia” comienza o bien cuando no quieres dejar de ser adolescente –por lo intenso del asunto– o bien cuando estás desesperado por dejar de serlo. Tal vez por eso la adolescencia atrae a muchos escritores. Ni hablar de los mangas o animes, que tienen unas demografías llamadas shonen y shojo, que tratan casi siempre sobre la educación sentimental de un adolescente. Esta novela le debe mucho a todo eso. Y quizá también a mi propia adolescencia, que fue una de las etapas más intensas de mi vida.
La contraportada apunta como referentes literarios de la novela a escritores estadounidenses como J.D. Salinger y Bret Easton Ellis. Pero por su humor corrosivo, su desenfado sexual, la encuentro cercana también a ciertos narradores peruanos —pienso en Bayly, en el primer Vargas Llosa y el primer Augusto Higa—. ¿A quiénes reconocerías, en todo caso, como una huella en tu escritura?
Bueno, el humor corrosivo y el desenfado sexual también son marcas muy fuertes del primer Bret Easton Ellis. "Menos que cero", por ejemplo, es una novela sobre la ambivalencia sexual y el humor corrosivo a partir de la burla a los jóvenes yuppy de los 90. "Franny y Zooney", o los cuentos de Salinger también tienen esas características que rondan mi novela. Pero si pensamos en narradores nacionales, creo que has acertado cuando mencionaste a Jaime Bayly ("La noche es virgen") y a Mario Vargas Llosa ("Los cachorros" y "La ciudad y los perros"). Y podría agregar también a Oscar Malca con su "Ciudad de M" y, quizá, a Reynoso, con "Los inocentes". Y definitivamente a las crónicas y relatos de Fernando Ampuero y a los cuentos atmosféricos de Guillermo Niño de Guzmán. Hay una huella, sin duda, pero no tanto en la similitud de las formas o de los tonos, sino más bien en la configuración de estados de ánimo de seres perdidos en la ciudad.
Esta atmósfera que recreas del Callao —pesadillesca, hiperreal—, contrasta con el mundo rural de tu primer libro y del puñado de cuentos que conforman tu libro a cuatro manos con Leonardo Ledesma. ¿Cuán natural ha sido el desplazamiento de Ñaña hacia los bloques hacinados del puerto?
Ha sido bastante natural, porque siempre me ha gustado explorar territorios ajenos a los míos en lo que podríamos llamar la vida real. Desde la adolescencia, con los campeonatos de skateboarding entre barrios completamente lejanos y con diferentes códigos, o con el Dota para ir de una cabina de internet del barrio a otra cabina de internet fuera de nuestro territorio para jugar un “Lan”. Estos desplazamientos vitales en mi adolescencia, digamos, han hecho que mi cercanía con otros espacios no sea tan desnaturalizada. Sin embargo, narrar esas periferias sí que resulta complicado, pues se necesita algo más que simples impresiones o breve visitas a los espacios; lo que se necesita es experiencia y mirada. Eso era algo que me faltaba con la vida en el puerto del Callao. De modo que me tuve que inventar un mundo dentro del mundo, con sus propias normas y dinámicas, para ir sobre seguro y hacer que mis personajes se muevan con tranquilidad sin falsear el contexto. Además, la trama del relato me exigía una salida con vista al mar y creí que el Callao podía funcionar muy bien como escenario. Total, yo quería hacer una épica de la periferia, cualquiera que fuera. Y creo que el protagonista, bien que mal, logra vivir su propia epopeya.
Por las referencias que abundan en tu novela al anime, la pornografía en línea y la cultura pop, tu novela retrata a más de una camada de jóvenes que ha crecido familiarizada con la tecnología sin importar los estratos sociales. ¿Qué otros elementos han marcado a tu generación? ¿Y cómo se filtran en tu mirada de narrador?
Definitivamente el internet. Te diría que incluso la parte interna de esta novela está ensamblada como un sistema descentralizado de redes que se intercomunican entre sí. Casi la pienso como un “mash-up”, esta aplicación web híbrida que gana autonomía a partir de muchas fuentes. Eso por un lado. Por el otro, creo que el mundo de hoy es tanto físico como virtual. Tenía que narrarlo así. Ya no puede comprenderse la realidad sin otros niveles de realidad: la vida detrás de la pantalla, por ejemplo. O la vida dentro de ella: la darknet o los avatares para juegos en red, etc. En una realidad en la que recibimos a diario millones de impactos de información venidos de todas partes, naturalmente debe haber una confusión sobre lo que es o no es real. Entonces yo quería mostrar un poco de eso. Cómo el internet y los sistemas digitales han configurado nuestra realidad y cómo el precepto del fragmentarismo es el que ahora nos domina. Ya sea tanto en una nación ultradesarrollada, como en un suburbio de Lima del que nadie quiere ni oír.
El dinero, como el sexo, es sin duda uno de los conflictos esenciales en "El amor es un perro que ruge desde el abismo". Le da un norte al protagonista, Diosito, y también al resto de personajes, que a veces parecen no tenerlo. Pero al mismo tiempo los vacía, los expone, los explota. ¿De qué contradicciones están hechos los Big Boys?
De todas las contradicciones con la que estamos configurados las personas. Si algo nos define como seres humanos, me parece, es nuestra ambivalencia y constante contradicción. A ese estado semiclínico agrégale el culto al dinero, las filias y las utopías que nos vende el internet, y entonces tenemos una molotov a punto de explotar. De todo eso están hechos los personajes de la novela. Su confusión y su terror es la vida misma.
Resulta curioso que una novela formativa como la tuya sea, al mismo tiempo, una historia de amor. A lo mejor mi lectura es aleccionadora, pero encuentro que no hay cosa más difícil para tus personajes que aprender a amar.
Estoy completamente de acuerdo con tu lectura. Yo sí quería que esta novela sea una historia de amor, pero poco a poco se fue volviendo una historia de terror. Pero el amor es lo que signa este libro. Pero no un amor idealizado ni romántico, sino más bien un amor desconfigurado en sí mismo. Quizá sea que el amor en el siglo XXI tenga como ingrediente esencial algo de terror, de fantasma. No lo sé. Un título que me gusta mucho es el que lleva una biografía sobre David Foster Wallace, escrita por D.T. Max. Dice: “Todas las historias de amor son historias de fantasmas”. Creo que ahí está la clave. El amor debe ser eso. Algo sacado de la ciencia ficción. Y eso lo hace muy divertido, pero también peligrosísimo. ¿O me equivoco?
Comparte esta noticia