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¿Falta de apetito o falta de oído?

FANO
FANO

Hoy reflexionaremos sobre ´ateísmo de la indiferencia´ o lo que el Padre Clemente Sobrado llamaría ´ateísmo de la falta de apetito´.

Cuando el Concilio Vaticano II habla del problema del ateísmo moderno, plantea el “ateísmo de la indiferencia”, y que personalmente yo llamaría “ateísmo de la falta de apetito”. Porque ¿qué otra cosa es la falta de apetito que la indiferencia ante la comida? Max Weber por el contrario, habla de “la carencia de oído para lo religioso”. Lo religioso pareciera que ha dejado de tener suficientes decibelios como para poder ser escuchado. Y por eso mismo diera la impresión de que hoy todos somos un tanto sordos a la llamada de Dios.

Leyendo la parábola de hoy, de los invitados al banquete de bodas del Hijo de Dios con los hombres, uno siente, por una parte “el ateísmo de la indiferencia”, el “ateísmo de la falta de apetito”, en que ni siquiera la mesa preparada, los mejores terneros y las reses cebadas, son capaces de abrir el apetito a muchos. Y estos mismos sufren también la sordera incapaz de escuchar la música de la fiesta.

Pero tampoco todos son inapetentes e indiferentes ni todos son sordos. También los hay que todavía gozan de buen apetito y de buena audición. Es que toda generalización tiene el peligro de ser inexacta e incluso falsa.
Los inapetentes
Sí que los hay. Y hoy como ayer  son inapetentes a los banquetes de Dios en la fe y en el amor nupcial y en el amor para con los hombres.
Son los que no carecen de nada.
Lo tienen todo.
Viven ocupados en “sus tierras”.
Viven obsesionados con “sus negocios”.
¿Por qué no llamarle “sordera del tener”?
¿O por qué no llamarle “indiferencia de la abundancia”?
Las cosas sacan demasiado ruido en el corazón.
Las cosas ocupan demasiado espacio y no dejan lugar a Dios.
Las cosas son buenas, pero cuando no ocupan todo el espacio del corazón.
También los hay de buen apetito
“Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda”. “Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. Y la sala del banquete se llenó de comensales”.

Por una parte, uno siente que hay demasiados que ya viven saturados de lo religioso.
Y por otra, uno percibe que la gente anda a la búsqueda de algo trascendente, de algo espiritual. La prueba está en esa proliferación de grupos religiosos y seudo-religiosos que pululan por todas partes y siempre están llenos.

El banquete de la boda tenía buenos y apetitosos manjares. Y la gente harta se negó a participar. En cambio hoy uno se pregunta si ese banquete que nosotros ofrecemos no estará demasiado pobre, repetido, y sin demasiada música que alegre la vida.
Es un cuestionamiento que todos nos tenemos que hacer. ¿Por qué se van los que se van? ¿Por qué no vienen los que no están?
Jesús novio y esposo
A veces pienso que la imagen que ofrecemos de Jesús es poco atractiva.
Dios nos presenta una religión y una salvación que es “boda”. ¿No habrá en nuestra Iglesia más de velorio que de boda. Nuestra predicación no tendrá  más de aburrimiento que de música y de fiesta.
El Dios que nos ofrece Jesús es un Dios que le encanta la fiesta.
Jesús mismo “se declara a sí mismo novio” y Dios termina celebrando la fiesta de boda “de su Hijo”.

Me encanta la idea de un “Dios enamorado, un Dios novio, un Dios esposo”.
Un Dios “enamorado” a quien le hemos caído bien, y se nos declara y nos hace arrumacos de cariño para ganar nuestro corazón.
Un Dios “novio” que se atreve a pedir la mano de nuestro corazón y se quiere comprometer definitivamente con nosotros.
Un Dios “esposo” que quiere entrar en plena comunión y alianza con nosotros y juntos vivir un mismo plan de vida, de amor, de alegría y de fecundidad.

Y eso lo dice el Evangelio. Y Pablo se atreve a decirles a los esposos: “Amad a vuestras mujeres como Jesús amó a su Iglesia y se entregó por ella, para dejarla sin mancha, ni arruga ni cosa semejante sino santa e inmaculada”.

Pero nosotros seguimos prefiriendo un Dios mucho más serio, que entiende poco de cariños de enamorado y novio y menos de amor de esposo.
¿A caso hablamos hoy mucho de este amor enamorado de Dios?
Nos atrevemos a llamar a Jesús “enamorado-novio”?
Casi sentimos miedo a decirlo, por parecernos irreverente lo que para Dios quiere ser algo normal.
¿No creen que tenemos que volver al Dios de Jesús y al Jesús del Evangelio, y olvidarnos de ese Dios tan austero que pareciera que hasta le molestan nuestras risas y nuestras alegría y nuestras fiestas?

El mundo tiene demasiados sufrimientos, es hora de que, al menos la Iglesia les ofrezca una fe y una religión de la alegría y la fiesta.

Clemente Sobrado C.P.
www.iglesiaquecamina.com

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