"Aquí no quedó nada", se quejó una mujer mayor, agregando que no sabe qué harán las familias entre tanta destrucción.
La devastación ha pintado de rojo a Kolontár, la localidad más afectada por el vertido tóxico en Hungría, que ya ha sido bautizada por algunos de sus habitantes como "el pueblo muerto".
Ni siquiera la salida del sol ha permitido hoy alguna alegría porque muchos de sus habitantes miran con desconfianza el apestoso fango rojo que lo anega todo, temerosos de que se seque y pueda ser aún más peligroso si se respira.
"Aquí no quedó nada", se quejó una mujer mayor, agregando que no sabe qué harán las familias entre tanta destrucción. Otros interceden para decir que "éste ya es un pueblo muerto" del que quieren irse.
Otro joven, de unos 20 años, al escuchar la pregunta del periodista, responde llorando y tras un largo silencio, se marcha.
A medida que pasa el tiempo la desesperación se abre paso entre los habitantes de esta localidad de 855 habitantes que viven en su mayoría de la agricultura y que siguen enfrascados en tratar de arrancar al lodo lo que queda de sus pertenencias.
No saben qué pasará con sus tierras de cultivo, cubiertas de metales pesados altamente venenosos, que es casi la única forma de ganarse la vida en la región.
Los ecologistas de WWF han advertido que los metales pesados pueden ser asimilados por las plantas y tener un efecto a largo plazo en la flora y la fauna de la región.
El gobierno ha avisado ya que se deberán de quitar dos centímetros de tierra en los 40 kilómetros cuadrados afectados por el vertido, una tarea titánica que confían acabar en un año.
Quienes tenían animales de granja en el pueblo los han perdido ahogados por la riada tóxica que apenas dio tiempo para salvar la propia vida, y a algunos ni eso, tres personas murieron arrastradas por el lodo, incluido un niño de tres años.
"Mucha gente tenía cerdos en los jardines de sus casas, ahora están todos muertos", dice un hombre con la mirada desolada, que pese a todo, quiere quedarse en Kolontár.
El alcalde de la localidad, Karoly Tili, ha declarado a varios medios húngaros que el 90% de los vecinos quieren irse del pueblo, en el que han dejado de ver algún futuro.
Los equipos de descontaminación con trajes químicos y agua a presión tampoco han ayudado a tranquilizar a los vecinos. Muchos habitantes piensan que sus casas son tóxicas, y el agua puede quitar el fango rojo, pero no el miedo.
Otra de los temores recurrentes que aparecen en las conversaciones vecinales es si los metales pesados podrían haber envenenar el agua potable o los acuíferos.
"No existe ese peligro" aseguró a Efe Tibor Dobson, el responsable gubernamental para coordinar las tareas de descontaminación.
La información de que el vertido ha acabado con toda forma de vida en el río Raba ha despertado la inquietud por la enorme toxicidad del vertido.
Los vecinos de las zonas más afectadas han afirmado que no piensan volver al pueblo, y esperan que la empresa de aluminios a la que pertenecía la balsa de acumulación les indemnice.
"Aquí no se puede vivir", dijo hoy el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, al contemplar las ruinas de las casas más afectadas.
El político propuso no reconstruir las zonas más devastadas, asegurando terrenos a los que perdieron todo para que puedan empezar de nuevo en otros lugares menos del pueblo menos dañados.EFE
Ni siquiera la salida del sol ha permitido hoy alguna alegría porque muchos de sus habitantes miran con desconfianza el apestoso fango rojo que lo anega todo, temerosos de que se seque y pueda ser aún más peligroso si se respira.
"Aquí no quedó nada", se quejó una mujer mayor, agregando que no sabe qué harán las familias entre tanta destrucción. Otros interceden para decir que "éste ya es un pueblo muerto" del que quieren irse.
Otro joven, de unos 20 años, al escuchar la pregunta del periodista, responde llorando y tras un largo silencio, se marcha.
A medida que pasa el tiempo la desesperación se abre paso entre los habitantes de esta localidad de 855 habitantes que viven en su mayoría de la agricultura y que siguen enfrascados en tratar de arrancar al lodo lo que queda de sus pertenencias.
No saben qué pasará con sus tierras de cultivo, cubiertas de metales pesados altamente venenosos, que es casi la única forma de ganarse la vida en la región.
Los ecologistas de WWF han advertido que los metales pesados pueden ser asimilados por las plantas y tener un efecto a largo plazo en la flora y la fauna de la región.
El gobierno ha avisado ya que se deberán de quitar dos centímetros de tierra en los 40 kilómetros cuadrados afectados por el vertido, una tarea titánica que confían acabar en un año.
Quienes tenían animales de granja en el pueblo los han perdido ahogados por la riada tóxica que apenas dio tiempo para salvar la propia vida, y a algunos ni eso, tres personas murieron arrastradas por el lodo, incluido un niño de tres años.
"Mucha gente tenía cerdos en los jardines de sus casas, ahora están todos muertos", dice un hombre con la mirada desolada, que pese a todo, quiere quedarse en Kolontár.
El alcalde de la localidad, Karoly Tili, ha declarado a varios medios húngaros que el 90% de los vecinos quieren irse del pueblo, en el que han dejado de ver algún futuro.
Los equipos de descontaminación con trajes químicos y agua a presión tampoco han ayudado a tranquilizar a los vecinos. Muchos habitantes piensan que sus casas son tóxicas, y el agua puede quitar el fango rojo, pero no el miedo.
Otra de los temores recurrentes que aparecen en las conversaciones vecinales es si los metales pesados podrían haber envenenar el agua potable o los acuíferos.
"No existe ese peligro" aseguró a Efe Tibor Dobson, el responsable gubernamental para coordinar las tareas de descontaminación.
La información de que el vertido ha acabado con toda forma de vida en el río Raba ha despertado la inquietud por la enorme toxicidad del vertido.
Los vecinos de las zonas más afectadas han afirmado que no piensan volver al pueblo, y esperan que la empresa de aluminios a la que pertenecía la balsa de acumulación les indemnice.
"Aquí no se puede vivir", dijo hoy el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, al contemplar las ruinas de las casas más afectadas.
El político propuso no reconstruir las zonas más devastadas, asegurando terrenos a los que perdieron todo para que puedan empezar de nuevo en otros lugares menos del pueblo menos dañados.EFE
Comparte esta noticia