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La violencia machista hacia las mujeres mayores, un fenómeno invisibilizado por vergüenza

Las mujeres mayores víctimas de violencia recurren en menor medida a servicios de ayuda.
Las mujeres mayores víctimas de violencia recurren en menor medida a servicios de ayuda. | Fuente: Flickr

En el caso de las mujeres mayores esta violencia es casi invisible y aparece la doble discriminación.

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Rosa Gómez Trenado, UOC - Universitat Oberta de Catalunya

La violencia contra la mujer es un problema que la propia Organización de Naciones Unidas define como “una de las violaciones de los derechos humanos más extendidas, persistentes y devastadoras del mundo actual sobre la que apenas se informa debido a la impunidad de la cual disfrutan los perpetradores y el silencio, la estigmatización y la vergüenza que sufren las víctimas”.

El 25 de noviembre se celebra el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, una pandemia que afecta a millones de mujeres (concretamente, a una de cada tres) en todo el mundo y al que en absoluto son ajenas, aunque a veces sean invisibles, las mujeres que son mayores.

Ante esta situación dramática que es la violencia de género, cada año se trata de concienciar de un problema que sufren las mujeres y que en muchos escenarios se minimiza o no se reconoce como un problema real.

Mucho mayor peso tiene en el caso de las mujeres mayores, donde esta violencia es casi invisible y donde aparece la doble discriminación. Al género le añadimos el edadismo, provocando la reproducción de más estereotipos y marginación. La discriminación por género y edad que sufren las mujeres se agudiza si son víctimas de violencia machista dentro del hogar y la hacen invisible.

Piden menos ayuda que las jóvenes

Según la Macroencuesta de violencia contra la mujer (2015), que elabora la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género cada cuatro años en colaboración con el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), las mujeres mayores víctimas de violencia recurren en menor medida a servicios de ayuda (médica, psicológica, social, legal..). Solo un 33,8 % lo ha hecho, frente al 46,8 % de las víctimas de menos de 65 años. Además, cuentan su situación a personas del entorno en menor medida (62,7 %, frente al 77,8 % de las menores de 65 años).

Se trata de un fenómeno menos denunciado y menos atendido y entendido por el entorno y los recursos públicos. Es preciso señalar que la violencia que sufren las mujeres mayores cumple muchas características homólogas a las que se dan en las mujeres con menor edad.

Los avances en igualdad entre hombres y mujeres están contribuyendo en parte a una mayor conciencia, especialmente en personas más jóvenes y de mediana edad, por lo tanto existen más probabilidades de informar y denunciar hechos abusivos y violentos.

Pero la situación cambia cuando hablamos de mujeres mayores porque la conformidad con normas tradicionales de género femeninas y masculinas es más elevada en las mujeres y hombres con edades mayores, ya que han sido socializados en este modelo de desigualdad. Por tanto, aceptan formas de maltrato con más frecuencia, no por aprobarlas, sino por esa naturalización de la violencia en las relaciones, por arraigadas.

Es el caso de las mujeres educadas durante la dictadura franquista, cuando las creencias religiosas marcaban un papel de la mujer muy concreto y relegado a ser madre y esposa. Se promovía el papel secundario de la mujer en la sociedad. La Iglesia fomentaba la resignación en la mujer cuidadora de la familia, definida por el entorno doméstico donde, como espacio privado, lo sucedido debía quedar allí.

Toma de conciencia tardía

Los contextos históricos de socialización de las mujeres mayores que sufren violencia machista nos llevan a momentos como el de hoy, cuando lo definido e interiorizado como un derecho es claro. Sin embargo, para ellas sigue sin serlo tanto, ya que muchas comienzan ahora a tomar conciencia de las vivencias de violencia a las que llevan enfrentándose años.

Por otro lado, existe la dificultad añadida de que estas mujeres se ven en una etapa tardía en la que lo conseguido supone estabilidad, con independencia de los riesgos; con arraigos por el tiempo transcurrido de convivencia; con posibles situaciones de dependencia; con sentimientos de vulnerabilidad y soledad ante la pérdida de redes de apoyo y del propio contexto familiar; con escasos recursos de apoyo específicos a las necesidades de las personas mayores; y con la lógica inseguridad sobre los recursos existentes ante el cambio. Las variables asociadas a la edad ante la violencia de género aumentan, por lo tanto, la vulnerabilidad de la víctima.

Recursos sin perspectiva de edad

¿Qué hacer ante esta situación? Los recursos especializados en violencia machista, si bien tienen un carácter más coordinado e integral, carecen de la perspectiva de ciclo vital e historia de vida para actuar ante la situación y no se adaptan a las características que reviste el impacto de esta violencia en las mujeres mayores de 65 años.

La prolongada trayectoria de violencia de género/deterioro asociada al proceso de envejecimiento tiene un gran impacto en la salud, por lo que cada vez se hace más necesaria la aplicación de protocolos integrales de detección de violencia de género en las mujeres mayores en las áreas de salud como puntos centinela para la detección.

El impacto del envejecimiento poblacional y la invisibilidad de la violencia de género y de otros tipos de violencia hacia las mujeres mayores hace cada vez más necesario el estudio de procesos relacionados con su seguridad y bienestar y una activación especializada de los servicios a los que llegan las personas mayores, con una activación ante la sospecha por parte de las unidades de trabajo social como disciplina integral de actuación.The Conversation

Rosa Gómez Trenado, Profesora Colaboradora del Master en Trabajo Social Sanitario, UOC - Universitat Oberta de Catalunya

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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