Eran las 08:30 de la mañana y Karol Wojtyla pisaba tierra cusqueña en medio de un intenso frío y una ligera llovizna que no aminoraron sus fuerzas ni su energía hasta llegar a la antigua fortaleza de Sacsaywaman.
El mundo en las próximas horas será testigo de la canonización de dos papas, el polaco Karol Wojtyla, “Juan Pablo II” y el italiano Angelo Giuseppe Roncalli “Juan XXXII”, todo un acontecimiento que inunda de recogimiento a la feligresía católica de todos los continentes.
Recordemos que Juan Pablo II en vida, declaró a Juan XXXIII en el año 2000 como beato, pero nunca imaginó que en la misma fecha y en la misma hora, ambos iban ser santificados por el Papa Francisco I.
Tras la silenciosa calma que rodea este importante acontecimiento, los peruanos y en especialmente los cusqueños recordamos con alegría al Papa Viajero, cuando llegó un 3 de febrero a las 08:30 de la mañana al aeropuerto Alejandro Velasco Astete, lugar donde fue recibido por el entonces alcalde de la Municipalidad Provincial del Cusco, Daniel Estrada Pérez y el diputado , Rodolfo Zamalloa Loayza. La ocasión fue propicia para declararlo como Ciudadano de Honor.
La mañana fría estaba combinada con una ligera llovizna, cuando pasó por calles abarrotadas por miles de personas, muchas de las cuales habían madrugado para apostarse en las avenidas con la esperanza de verlo aunque sea un instante.
Cuando uno miraba a su alrededor, encontraba varones, mujeres, niños y ancianos esperando con ansiedad su recorrido, algunos estaban en sus bancas pese al viento que arreciaba sus rostros, los más ancianos tenían gorros y paraguas. Todo con un solo propósito, ver al polaco Karol Wojtyila, el hombre que trabajó como docente y alguna vez como obrero en una cantera de piedra, para sobrevivir.
La Plaza Mayor era un alboroto, pues estaba incluida en la ruta que le conduciría al visitante a la explanada de Sacsaywaman, lugar donde desde tempranas horas le esperaba la Mamacha del Carmen con sus cuadrillas de danzarines. Se dice que la venerada imagen fue traída al Cusco el 1ro de febrero en una combi acondicionada por la familia Gallegos hasta el seminario San Antonio Abad, lugar donde pernoctó.
Al día siguiente, el 2 de febrero, la milagrosa virgen fue llevada hasta Santa Teresa, donde pasó la noche. Muy de madrugada, los cargadores se la llevaron hasta la fortaleza inca, en su anda, según el relato de Segundo Villasante Ortíz.
La coronación de la Virgen del Carmen y la colocación de un rosario que trajo desde el Vaticano fue apoteósica y aclamada por la gran multitud. Juan Pablo II tenía una gran devoción por la Virgen María, pues la considerada como su madre. Un día antes ya había coronado a la Virgen de Chapi, en la blanca ciudad de Arequipa, quien fue trasladada también desde su santuario.
Luego de la singular ceremonia, el Papa Viajero se trasladó raudamente a la ciudad de Ayacucho, población que había sido devastada, en medio de un fuego cruzado, por la violencia y la lucha interna de grupos subversivos y las Fuerzas Armadas. Su idea fija en esta localidad era llevar un mensaje de paz a tantas familias que habían perdido a sus seres queridos, en medio de la triste confusión.
El año pasado, Cusco celebró 25 años de la coronación de la Virgen del Carmen por parte de Juan Pablo II y sus devotos ofrecieron una eucaristía. Pasaran más años, y a Juan Pablo II ya no lo recordaremos tan solo como el único Papa que visitó Cusco, sino como uno de los santos de la Iglesia Católica, quien fue canonizado el 27 de abril del 2014 en Roma, conjuntamente que Juan XXXIII, el Papa Bueno, el cuarto hijo de una familia de aparceros, integrado por 14 hermanos, allá en el lejano pueblo de Lombardía, Italia.
Por: Adelayda Letona
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