La estatua de una sirena levantada a pocos metros de un templo católico dividió opiniones y generó escándalo.
Se dice de las sirenas que son seres mitológicos, descritos como hermosas mujeres con cola de pez en lugar de piernas, provistas de larga cabellera y una encumbrada voz musical, prodigiosamente atractiva e hipnótica.
Textos vetustos pero no por ello prescindibles, refieren a las sirenas como criaturas ligeramente difusas presentes en todas las culturas. Paradójicamente, una de ellas llegó a Trujillo, y su misteriosa presencia no pasó desapercibida.
Fue a inicios del nuevo milenio que un polémico personaje conocido entre sus adeptos como JJ Córdova, autoridad edil del distrito de Víctor Larco en Trujillo, decidió coronar su cuestionada gestión con una obra que, según él, serviría para dejar un incólume recuerdo de su paso por el ayuntamiento.
Así nació la sirena de Víctor Larco o la sirena de JJ como fue denominada en ciertos corillos. La enorme estatua de cuatro metros y medio de altura, asemejaba una bella dama con rostro pétreo y prominentes posaderas que culminaban en una cola parecida a la de un pez. Su brazo, elevado en señal de triunfo, constituía casi una alegoría del mensaje político que su promotor anhelaba expresar.
La ubicación de la sirena no pudo ser más desafiante. En medio de un mar de críticas, provenientes incluso del Colegio de Arquitectos, fue erigida en el cruce de dos importantes avenidas del distrito Víctor Larco y, peor aún, a pocos metros de la parroquia Virgen de Fátima. Esto último desató la furia de los creyentes que estuvieron a punto de pedir que excomulguen a la osada autoridad edil.
No obstante, fue el costo del monumento lo que generó el mayor número de controversias. Reportes de la comuna revelaron que se gastó un monto cercano a los 240 mil soles en una obra que algunos calificaron como un ícono de la desvergüenza y otros como un monumento a la inutilidad, calificativos que, seguramente, influyeron para que JJ Córdova se marchara de su cálido distrito trujillano con el fin de continuar su carrera política en una alejada localidad de Cajamarca.
Se contaron muchas historias sobre el efecto de la sirena en choferes y peatones. Dijeron por ahí que el número de accidentes de tránsito aumentó pues los conductores miraban embelesados la protuberante retaguardia de la sirena, descuidando su responsabilidad frente al volante. Otros adujeron que la obra era un abierto desafío a la moralidad.
Casi una década después, cuando transcurrieron muchas lunas y otro alcalde estrenaba el sillón edil, se decidió el traslado de la sirena. Esta vez, el burgomaestre Carlos Vásquez Llamo, no quiso entrar en más polémicas y muy raudo retiró la estatua colocando allí una imagen de la Virgen de la Medalla Milagrosa.
La sirena, por su parte, tuvo un destino nada auspicioso. Con un costo de 17 mil soles y el esforzado trabajo de una decena de obreros, fue trasladada a la parte sur del balneario de Buenos Aires, uno de los sectores más azotados por la pobreza y, como era de esperarse, por las inclemencias del mar siempre traicionero.
Olvidada por muchos, recordada con lujuriosa nostalgia por otros, la sirena de Víctor Larco permanece allí, corroída y salpicada por la indiferencia. Tal vez ese era su destino, muy cerca del mar y esperando atraer con su canto a los ingenuos enamoradizos siempre endebles ante la irresistible belleza femenina.
Por: Jorge Rodríguez
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