Jarvik Galoc, guía de barranquismo, dedica su vida a proteger y dar a conocer la catarata de Yumbilla.
Por: Verónica Ramírez Muro
Fotos: Morgana Vargas Llosa
Al nacer, su madre lo untó con grasa de oso para hacer de él un niño valiente. Aun así, Jarvik tenía miedo de acercarse a las cataratas porque en sus aguas habitaban sirenas hechiceras y serpientes gigantescas con orejas de elefante. También sentía pavor de quedarse solo y advertir la presencia de los duendes que amarraban a los caballos con sus propias colas y colgaban becerros de los árboles.
Jarvik Galoc, que hoy peina los 30, recuerda con respeto sus terrores infantiles mientras señala unas rocas que parecen contener la pata de un caballo y la de una gallina. Es la “pata del diablo” y se ubica a la entrada del camino que conduce a la catarata de Yumbilla. “Estas piedras nos asustaban, pero son historias que ya no podemos contar a los niños. No podemos transmitir ese miedo”, dice Jarvik.
Desde que tiene uso de razón, este es el territorio de sus alegrías y pesadillas. Si bien la catarata fueron oficialmente descubierta en 2007 por un grupo de científicos del Instituto Geográfico Nacional (IGN), los pobladores ya sabían de su existencia. Pero, debido a las leyendas que pesaban sobre ella, muy pocos se atrevían a visitarla.
Jarvik fue por primera vez en 2009 y encontró una caída de agua de 895,4 metros de altura, una entre las cinco cataratas más altas del mundo, rodeada de bosques primarios y animales que jamás habían intercambiado miradas con un ser humano.
La vida en Cuispes
Jarvik vive en Cuispes, Amazonas, un pueblo de un poco más de 350 habitantes, sin comercios ni escuelas. Sus habitantes se dedican al cultivo de hortalizas, café, plátano o piña y siempre en base a las fases lunares porque sigue siendo la manera más eficaz de evitar las plagas.
A pocos metros de la plaza se ubica La Posada de Cuispes, donde Jarvik recibe a los visitantes locales y extranjeros. La mayoría son montañistas españoles que llegan atraídos por la estela que dejó el paso de un programa de televisión protagonizado por un chef (David Muñoz, tres estrellas Michelin) y un aventurero mediático, Jesús Calleja.
Normalmente, su madre lo ayuda en la cocina. Cuando la posada está completa (tiene cinco habitaciones), Jarvik pide ayuda a los vecinos que usualmente se involucran en el cuidado y promoción de la zona. La mayoría son jóvenes tentados de irse a Lima o Chachapoyas para buscar un trabajo mejor remunerado. Jarvik les explica e insiste. “Todo esto es nuestro, hagamos que el mundo lo conozca”. Con todos ellos ha formado la asociación Yacu Urco, que además de los paseos a la catarata, organiza caminatas para ver gallitos de las rocas, osos de anteojos, armadillos peludos, tucanes, pumas, venados y colibríes cola de espátula.
“Antes todo esto era bosque de ishpingo y cedro. No había ni carretera, pero las carpinterías de Chachapoyas empezaron a demandar nuestros árboles y aquí todos talaban sin medir las consecuencias. Cada quince días se llevan alisos en abundancia. Les decimos que no lo hagan, pero nos dicen que necesitan el dinero para comer”, dice Jarvik mientras camina por los antiguos campos de cedro. “El bosque tiene capacidad para regenerarse, pero para ver un cedro como los que teníamos antes tendremos que esperar al menos 15 años”.
De padres campesinos, Jarvik cursó la secundaria en Chachapoyas. Primero se fue a vivir con su abuela y a los 15 años alquiló una habitación. Quería ser Ingeniero Agrónomo pero esa carrera no existía en la universidad de Chachapoyas. Estudió Agroindustria y trabajó en el Gobierno Regional. Le gustaba, se sentía útil, pero le faltaba libertad. Para defender los bosques de Cuispes había que hacer guardia y estar en permanente estado de alerta frente a los taladores y no en una oficina.
Jarvik ultima los detalles de la nueva temporada de barranquismo, piensa que atraerá a más gente y que, en pocos años, se convertirá en un imán turístico. En la región, además de Yumbilla, están las cataratas de Gocta, Chinata y Pabellón. También los sarcófagos de Karajía (siete sarcófagos de 2,5 metros pertenecientes a la cultura Chachapoyas), la fortaleza de Kuélap o los mausoleos de Revash.
¿Y los duendes, las sirenas y serpientes? Hace un par de años, una turista dejó sus lentes de sol en la cueva San Francisco. La profundidad de esta cueva, de donde nace la catarata, es desconocida. Solo han logrado ingresar 250 metros, pero no cuentan con los medios necesarios para llegar al origen. Jarvik se ofreció a desandar el camino y recuperar los lentes. Caminó solo por el estrecho sendero entre piedras y matorrales. A la izquierda sentía el ruido del agua que caía, y a la derecha, un zumbido, una presencia efervescente que lo obligó a apretar el paso, a no mirar atrás y concentrarse en el siguiente árbol, la siguiente curva.
Su madre tenía razón. El ungüento de oso, finalmente, había funcionado.
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