En plena dictadura del general Óscar R. Benavides (1939) las radios recibieron un mandato de "Orden, paz y trabajo" que prohibía propalar varios temas criollos, entre ellos, "El Plebeyo".
El investigador de la música criolla, Darío Mejía, refiere que en una entrevista realizada en el 2008 a don Óscar Avilés por el Dr. Marco Aurelio Denegri, nuestra primera guitarra del Perú evocó una dura etapa en la que las canciones de Felipe Pinglo Alva fueron vetadas de las radios limeñas. Aqí, un apretado síntesis de su investigación.
Corría el año 1939, Pinglo ya había fallecido y nuestro país estaba bajo la dictadura de Óscar R. Benavides y su obsesión por perseguir a los apristas, especialmente a Víctor Raúl Haya de la Torre. Por ese entonces, las canciones criollas copaban las programaciones radiales, especialmente las de Pedro Espinel y Felipe Pinglo Alva, cuyos temas eran hasta parte de películas.
Fue así como llegó a las radiodifusoras de Lima el mandato de "Orden, Paz y Trabajo", mediante el cual no sólo se atentaba contra compositores peruanos sino que también se pretendió acallar la voz de la canción criolla.
LOS VETADOS
El músico Enrique Pozo Zegarra trabajaba por ese tiempo en radio Goicochea y a sus manos llegó la circular de la dirección de radio donde se comunicaba a todas las emisoras de Lima que quedaba prohibida la transmisión de diez canciones criollas, bajo amenaza de fuerte multa a la radio y suspensión indefinida a cantantes de ambos sexos.
Según cuenta Pozo Zegarra en un artículo publicado en el diario "La Tribuna" de Piura, el 30 de abril de 1948, y, posteriormente, en un libro pequeño editado en Lima en 1984, "Agravio no reparado a la memoria del inmortal Bardo", entre las canciones prohibidas estaban: El Plebeyo, La oración del labriego, Mendicidad, El canillita, El huerto de mi amada, El tísico, Droga divina, El expósito y Fin de bohemio. Pozo Zegarra se acordaba del nombre de nueve canciones solamente, la décima canción era "Pobre obrerita" de Pinglo. También él se confunde llamando "Droga divina" a "Sueños de opio" de Pinglo.
Los compositores vetados fueron tres: Luis Molina (El tísico), Pedro Espinel (El expósito y Fin de bohemio) y Felipe Pinglo (El Plebeyo, La oración del labriego, Mendicidad, El canillita, El huerto de mi amada, Sueños de opio y Pobre obrerita).
LA PROTESTA DE JAVIER GONZALES Y DELIA VALLEJOS
Delia Vallejos, a pesar de su corta edad, ya era figura estelar de radio Goicochea. Delia Vallejos estaba todavía en el Colegio Maria Auxiliadora y se presentó en la emisora animada por sus compañeras de aula. "El Plebeyo" de Pinglo era su canción preferida y la que más gustaba a los oyentes "... pero ese día negro para la canción criolla se borró de la programación su número preferido", señala Pozo Zegarra.
Javier Gonzáles no había conocido aún a quienes serían sus compañeros de música, triunfos, aventuras y mil experiencias con los cuales formaría Los Trovadores del Perú. Sin embargo, él ya era ídolo de la radio Goicochea y tenía en su interpretación de "El Plebeyo" su mejor carta de presentación "... pero también le sacaron dicha canción de la programación habitual", cuenta Pozo Zegarra.
Tanto Delia Vallejos como Javier Gonzáles protestaron por haberse eliminado su mejor número de la programación radial. Pozo Zegarra señala que se les tuvo que mostrar la circular con la prohibición de diez canciones criollas para poderlos apaciguar.
Según se ha contado, el gobierno dictatorial de entonces pensaba que Víctor Raúl Haya de La Torre era el autor de "El Plebeyo" y las otras canciones que fueron prohibidas, de allí que las quisieron acallar. Poco tiempo después Benavides dejaría el poder y aquel mandato mediante el cual se pretendió silenciar a la canción criolla terminó en el tacho de basura.
Felipe Pinglo falleció el 13 de mayo de 1936 y su composición "El Plebeyo" se convertió en la mejor carta de presentación del bardo inmortal, llegando a traspasar las fronteras del Perú y llenándonos de orgullo a los amantes de la canción criolla. Pero también nos puso en alerta para no permitir que a otra persona se le ocurra atentar, otra vez, contra la canción popular.
FUENTE: Dario Mejia
Melbourne, Australia
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