Las acciones inmediatas para intentar sobrevivir al caos en las pistas limeñas no requieren de políticas públicas. Especialista brinda acciones prácticas para superar estas situaciones.
El alto nivel de congestión vehicular de nuestra ciudad es un problema que ya no sorprende a nadie y al parecer se ha convertido en una rutina diaria. ¿Qué podemos hacer? ¿Podemos aplicar una de las reglas de la biología, aquella que nos obliga a adaptarnos o morir? ¿Realmente podemos adaptarnos sin que eso afecte nuestra salud mental?
Desde mi perspectiva, en este caso, la adaptación al entorno no resulta ser eficiente para nuestra salud mental, porque el problema no se encuentra en una persona, sino en todos aquellos aspectos o condiciones relacionadas a la congestión vehicular.
Por ejemplo: el alto número de autos, falta de autopistas, elevado número de personas que se trasladan de un lugar a otro, desorden e incumplimiento de las normas de tránsito vehicular y peatonal, horarios de trabajo y de colegio al mismo tiempo, el sonido del sílbato del policía de tránsito y el acto impulso de tocar el claxon innecesariamente.
En el transporte público se suma el alto volumen de la música del bus o de algún pasajero sin audífonos, las discusiones entre el cobrador y/o chofer, las conversaciones por teléfono, la inseguridad del vehículo ante un robo, el acoso sexual, entre otros.
Todo lo anterior genera caos, el cual debemos enfrenta todos los días por casi 4 horas. Teniendo en cuenta que el 75% de la población se moviliza en transporte público ¿Qué podemos hacer?
El problema del transporte en nuestra ciudad es complejo y tiene muchas dimensiones que deben ser atendidas. Varias de estas requieren de políticas públicas que orienten el ordenamiento vehicular y peatonal, pero hay otras que dependen de acciones inmediatas que podemos realizar para mejorar esta situación y cuidar de nuestra salud mental.
Estas acciones inmediatas serían, en primera instancia, no ser parte de las condiciones mencionadas en los párrafos anteriores, es decir, no provocarlas o reproducirlas. Por ejemplo, como conductor, usted no necesita una política pública que le prohiba tocar el claxon innecesariamente, usted lo puede dejar de hacer por voluntad propia.
En segundo lugar, cumplir con las normas de tránsito y evitar cometer actos que provoquen mayor desorden. Tener en consideración su importancia para la salud de todas las personas que nos movilizamos o hacemos uso de los transportes públicos y privados.
En tercer lugar, invitemos a nuestros familiares, amigos y compañeros a reconocer la posibilidad de cambios desde nuestras propias acciones. El lema sería “no te quedes con la queja, actúa”.
Recuerden que el congestionamiento vehicular no atenta contra nuestra comodidad al viajar, atenta contra nuestra salud mental. La exposición a las condiciones antes descritas generan ansiedad, enojo, frustración, miedo; promoviendo el famoso estrés, el cual está vinculado a la mayoría de enfermedades, no sólo mentales sino físicas, como: hipertensión arterial, obesidad, diabetes, alzheimer, asma, entre otros.
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