Antonio Iáñez-Domínguez, Universidad Pablo de Olavide
Además de ocuparse de las tareas domésticas y el cuidado de sus hijas, Mercedes trabajaba como auxiliar de ayuda a domicilio, atendiendo a personas mayores en situación de dependencia. Sus cargas familiares y laborales le dejaban poco tiempo libre para dedicarse a ella misma.
Con el paso del tiempo, este estrés continuado hizo que Mercedes tuviera que acudir a su médico a solicitar ayuda. Se sentía sobrepasada por la ansiedad, el insomnio y un sentimiento de tristeza que le era difícil controlar. La respuesta médica fue un tratamiento con ansiolíticos. Pero su cotidianeidad continuó intacta y, tras varios meses, seguía experimentando los mismos problemas físicos y psicológicos.
Por suerte, se topó con la estrategia GRUSE que había puesto en marcha recientemente el Sistema Sanitario Público de Andalucía para promocionar el bienestar emocional de las mujeres ante dichas circunstancias. Esta iniciativa surgió porque los sesgos de género en la práctica sanitaria hacen que no se consideren las causas psicosociales de la salud de las mujeres.
La estrategia tiene en cuenta que las condiciones de vida de las mujeres, derivadas de sus roles tradicionales en la sociedad patriarcal, pueden hacer aflorar esos malestares. Si respondemos a los síntomas sin atender su origen estructural, podemos caer en el error de percibir a las mujeres como débiles e incontrolables emocionalmente.
Cuando a Mercedes se le ofreció participar en GRUSE se sintió aliviada. Aunque su participación no estaba exenta de dudas: ¿serviría de algo?, ¿sería efectiva?
Alternativas a la sobremedicalización
Los datos sobre el estado de salud de la población española muestran un aumento de las consultas médicas en atención primaria y del consumo de fármacos. Cuando se tiene en cuenta la perspectiva de género, se observa que ese aumento es aún mayor en las mujeres.
Muchas de esas consultas guardan relación con ansiedad, depresión o somatizaciones inespecíficas, sin signos clínicos que las justifiquen. A menudo, suelen recibir una respuesta medicalizada con tratamiento farmacológico que, si bien intenta aliviar el estado de malestar de quien lo padece, no resulta eficaz en muchos casos. Incluso, en ocasiones, puede provocar una cronificación del problema.
A hacer frente a esta situación ayudaría que las mujeres aumentaran su capacidad de afrontamiento ante las dificultades de la vida cotidiana. Ese es precisamente el propósito de GRUSE: potenciar los talentos y habilidades personales de las mujeres e identificar y desarrollar los activos comunitarios como factores protectores.
¿Pero a quién se dirige? Las destinatarias son mujeres adultas que presentan síntomas somáticos sin causa orgánica. La intervención es conducida por profesionales de trabajo social de los centros de salud de atención primaria, pero también están implicados diferentes profesionales sanitarios.
Los grupos se organizan en ediciones de 8 a 10 sesiones que duran aproximadamente dos horas. Estas sesiones, además, suponen un espacio de comunicación donde identificarse, expresarse, autoconocerse y encontrar comprensión y apoyo mutuo. Todo para alejarse de la medicalización de las dificultades y problemas de la vida cotidiana.
¿Mejoran antes las mujeres que toman ansiolíticos?
¿Y funciona esta alternativa? Para evaluar el impacto de la estrategia GRUSE, un equipo de investigación de tres universidades andaluzas (Pablo de Olavide, Huelva y Cádiz) llevó a cabo una investigación con dos grupos (experimental y control) durante 18 meses.
El grupo experimental estaba conformado por mujeres que habían sido seleccionadas en sus centros de salud tras presentar síntomas somáticos sin causa orgánica. El grupo control eran mujeres con las mismas características, pero no se le aplicaba la intervención durante ese periodo.
Los resultados obtenidos indican una clara mejoría de las mujeres del grupo experimental en comparación con las del grupo control. Concretamente, se identificó un aumento de la autoestima positiva y una reducción de síntomas de ansiedad y depresión al mes de haber participado en los GRUSE.
De igual modo, se evidenció una mejora en el bienestar emocional, las relaciones interpersonales, la autodeterminación y el desarrollo personal. El efecto positivo se mantuvo hasta 18 meses después de la intervención.
El valor del grupo para generar cambios individuales
Al preguntarle a los profesionales del Sistema Sanitario sus impresiones, coinciden en que el trabajo de grupo genera cambios interesantes a nivel individual y grupal.
Queda, por tanto, demostrada la mejora de la salud mental de las mujeres tras dotarlas de herramientas para afrontar las dificultades cotidianas. Y podemos concluir que este tipo de estrategias ofrecen una alternativa para abordar ciertos síntomas somáticos sin causa orgánica.
Parece indiscutible lo absurdo que resulta recurrir a la medicalización de malestares cuyo origen se halla en determinantes psicosociales y culturales, y cuyos tratamientos farmacológicos no muestran resultados claros.
Antonio Iáñez-Domínguez, Profesor Titular Trabajo Social y Servicios Sociales, Universidad Pablo de Olavide
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.