Claudia Egusquiza logró, de la mano de la medicina alternativa, que su hijo de diez años tuviera una mejor infancia.
Andrew Coté es un niño de diez años, hijo de un canadiense y una peruana. Disfrutó de una infancia convencional hasta los seis años, cuando finalmente fue diagnosticado con déficit de atención. “Lo primero que hicimos cuando notamos que no podía concentrarse fue llevarlo con tres especialistas: una psicóloga, una terapeuta de lenguaje y una terapeuta ocupacional. Queríamos agotar todas las opciones”, menciona Claudia, su mamá.
Diagnóstico. Con la confirmación del diagnóstico vinieron las alternativas. Una de las opciones era escoger un tratamiento de pastillas que tenían una gran cantidad de efectos secundarios y que debían pasar primero por un proceso de experimentación. “Teníamos que cambiar de pastilla y de dosis cada semana hasta dar con la indicada”, dice. La elección de la pastilla ideal no fue fácil, pues muchas de estas ponen a los niños bastante adormecidos.
Tratamiento. Luego de llegar al medicamento correcto, las cosas para Andrew comenzaron a cambiar para bien. “Ya no se olvidaba los cuadernos en el colegio ni de cómo vestirse”, afirma. Los niños con este déficit tienden a sentirse incómodos incluso por los sonidos de su entorno o por el vuelo de un insecto mientras intentan concentrarse. De pronto, el avance del niño se vio afectado por un nuevo problema: había comenzado a presentar tics nerviosos. Claudia tenía que tomar una nueva decisión.
Plan B. Los tics en el rostro se volvieron insoportables para él. “Llegó un punto en el que nos preocupaban más estos episodios que el problema de atención”, admite. Era momento de buscar otra solución. Después de una exhaustiva investigación, Claudia y su esposo consideraron la opción de darle suplementos naturales, como el magnesio, para ayudarlo con su problema y reducir la ansiedad que le había causado el tratamiento.
Pronto Andrew comenzó a concentrarse más, a leer regularmente y dejó de olvidarse de las cosas. “Igual tenemos que seguir ayudándolo a hacer las tareas. Pero hemos notado que ha empezado a desarrollar su sentido de la responsabilidad. Le tomará más tiempo que a un niño que no tiene déficit de atención pero lo logrará”, finaliza.
Cifras. Aunque en el país no existen estadísticas oficiales, se estima que entre el 3% y el 7% de la población escolar sufre de algún grado de déficit de atención. Expertos del Instituto Nacional de Ciencias Neurológicas (INCN) calculan que en un salón de clases de 30 alumnos puede haber de 1 a 2 niños con este desorden neurológico, que les impide enfocar su atención por un largo tiempo, controlar sus reacciones e interactuar con otros pequeños sin parecer muy toscos.
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