El primero no tiene nombre. Ni siquiera se trata de uno sino vagamente de cónsules peruanos –como el Marriano Rubio de Mario Puzo en Omerta– que ofrecen cocteles en Berlín de los años treinta, como suelen hacerlo seguramente los diplomáticos sudamericanos en una ciudad en la que sus oficios deben ser menores y las mayores preocupaciones debe estar en decidir los hors d´óeuvres de moda para invitar en una época en la que seguramente no abundaban los pisco sours ni el cebiche en copitas, presentes en casi toda recepción diplomática peruana que se precie en el siglo XXI. En esa época y seguramente en una ciudad en plena ebullición nacionalsocialista, aquellos eventos diplomáticos debían ser animadas fiestas llenas de nobles espías, oficiales condecorados y mujeres como la rubia imponente con figura a la Marlene Dietrich que es habitué del bar de Charley en Kurfürstendamm, donde se junta con el ridículo Traugott von Yassilkovski y otros personajes farsescos, decadentes y geniales en la novela de Gregor von Rezzori.
El otro sí tiene nombre y existió en la realidad: el embajador Fernando Rodríguez Oliva, apuñalado siendo nuestro hombre en Kingston, Jamaica, un 14 de junio de 1976. Y aparece en la novela de Marlon James, ganadora del Man Booker Prize de 2015, como víctima en un homicidio extraño e incomprensible pues “incluso para los estándares de los francotiradores, diablos, incluso para los estándares de la policía secreta chilena, la muerte de Rodríguez fue demasiado planeada, muy meticulosa, muy forzada en parecer aleatoria, como para serlo realmente. El modus operandi de los cubanos son los explosivos, todos lo saben, pero algo en aquella muerte apesta. Simple y jodidamente apesta.”
Aquel representante peruano fue apuñalado mientras entraba a su casa –y aquello lo vio su hija desde el segundo piso– y los criminales eran unos ladrones que luego de matar a Rodríguez se fueron sin mayor interés en robar algo de su residencia diplomática. Efectivamente no parecía casual, mucho menos en una ciudad envuelta en una guerra entre pandillas además vinculadas a los partidos políticos de derecha e izquierda, cada uno influenciado por las superpotencias. La muerte del embajador –sumada a otros cadáveres acribillados, bombardeados, destazados por machetazos entre otras civilizadas formas de aniquilamiento– hizo que se decretara un estado de emergencia en Kingston, pese a lo cual Bob Marley accedió a hacer un concierto por la paz antes de ser él mismo herido en un extraño atentado en el que murieron muchos de los que estaba a su alrededor y que solo se puede explicar por alguna mano negra controlada por la CIA.
El uso de la palabra: traductores y diplomáticos
La novela de von Rezzori refleja la tragicomedia de la preguerra en Berlín. La de Marlon James los horrores de la guerra fría. En tanto la primera se construye como un monólogo lleno de anécdotas y curiosidades, la segunda usa una complejísima trama llena de voces que van desde políticos muertos hasta mujeres que cambian siempre de nombre huyendo de todos: de los pandilleros –imaginados casi como buffalo soldiers sin uniformes ni reglas–; de la CIA y su tramas sangrientas; de los cubanos que juegan para ambos lados de la política isleña; y de su propio pasado, claro, que es el de los rastafaris y de Bob Marley. R´asscloth, bombocloth, bloodcloth.
La novela de Von Rezzori traducida al español viene con una nota del traductor quien se excusa de antemano diciendo que el tamiz lingüístico y cultural por el que pasa una traducción siempre deja arenilla que en el caso de esta novela –debido a su estilo y al uso de infinitos juegos de palabras y dobles sentidos– en realidad dejaría piedras. Solo puede agregarse que ello es enteramente cierto. En nuestro esfuerzo por leer en inglés la novela de Marlon James nos topamos con numerosas dificultades que desde ya cimentarán mi admiración por quien acometa el enorme trabajo de traducir esta novela extensa y coral que transcurre entre Jamaica y los Estados Unidos e incluye referencias locales pero sobre todo el normalmente intraducible slang de las pandillas. Desde los personajes que no son Bob Marley hasta los partidos políticos locales, los nombres y apodos curiosos de los pandilleros, la existencia del ackee[1] y hasta las lisuras terminadas en cloth,[2] es necesaria mucha paciencia para ir descifrando todo lo que se dice en esta novela. Paciencia de traductor, sin duda; o de diplomático.
En la antigüedad el diplomático era el mensajero y también el traductor; quien en su interpretación de gestos y palabras podía seguramente evitar guerras o causarlas. Actualmente, mientras el intérprete es bolo fijo en una visita oficial, la función del diplomático se ha especializado dejando de lado esa más que delicada labor. Quizás eso haya hecho que diplomáticos dediquen parte de su valiosísimo tiempo a la creación de mundos imaginarios y entelequias mayores que las de Naciones Unidas. Desde Saint John-Perse hasta nuestro crédito Carlos Herrera, casi nunca hay una generación de diplomáticos en la que no haya uno que pretenda ser escritor; casi todos van perdiendo la noción de lo que es ficción y realidad y en el mejor de los casos destacan por tratar a la segunda como la primera (como quien esto escribe).
[1] Blighia sápida. Fruto típico jamaiquino, una especie de granada jugosa que se come con pescado salado.
[2] R´asscloth, bombocloth y bloodcloth son algunas de las palabras más usadas. Todos insultos o interjecciones, cuyo origen está en el bloodcloth (toalla higiénica femenina) que desde la sangre se extienden al culo (ass) y la vagina (bombo) en un parentesco lejano con nuestros amados - ¿e intraducibles?- poto y chucha peruana).
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