En los ya casi 2 meses del gobierno de Pedro Castillo, el jefe de estado se ha visto caracterizado por el uso notable de símbolos identitarios (sombrero, ropa, lenguaje, etc.) para apelar a una base de apoyo la cual ve en él un líder disímil a la amplia mayoría de presidentes democráticamente electos de nuestra historia republicana. Como se ha podido ver en encuestas recientes (Datum), cerca del 42% de la población respalda la gestión de Castillo, versus un 46% que desaprueba la misma. Se puede hablar de un líder con una desaprobación mayoritaria, pero con una ligera tendencia al alza, desde el choque que produjo el nombramiento del gabinete Bellido. Tomar estas cifras por sí solas pueden dar una imagen engañosa de la condición del presidente ante el ojo público.

Para entenderlo mejor, es importante tomar en cuenta que la aprobación que goza Castillo actualmente no se debe a su gestión ni a las capacidades de su gobierno, pero a un factor previamente mencionado: el carácter simbólico. En una encuesta realizada por IPSOS (El Comercio, 09/14), las cifras de aprobación y desaprobación se presentan como idénticas a las expuestas por Datum, pero también incluyen información clave sobre el raciocinio de los encuestados que expresaron su respaldo al gobierno. La encuesta sugiere que el electorado está juzgando el desempeño de Castillo en base a su perfil e intenciones. Es decir, en base a su imagen y a sus gestos y no a su capacidad como gestor. Entre los que aprueban su gestión, cerca de un 45% de los que lo aprobaban lo hacían “porque quiere que el Perú cambie”. Además, un 22% de encuestados manifiestan que , “es un hombre del pueblo… [que] entiende los problemas del pueblo”, y un 20% de los encuestados lo aprueban gracias a su percepción de que “es [una persona] humilde… [y que es] una buena persona”.
La aparición de estos puntos de respaldo en la población no deben de entenderse como un fenómeno espontáneo, puesto a que no se puede ignorar el uso de símbolos y gestos afines a estas posiciones por el mismo presidente Castillo ya durante la campaña electoral. Desde imágenes promocionales hasta planteamientos retóricos, el otrora candidato de Perú Libre buscó presentarse como un exponente de la población rural y campesina, apelando a su labor como maestro en múltiples ocasiones y haciendo de su hogar y entorno familiar en la localidad cajamarquina de Chota un eje en una amplia cantidad de reportajes televisivos.
Considerando el “personaje político” construido por Castillo y sus aliados, resulta imposible obviar el contraste que existe entre la imagen que busca proyectar y los frutos de su gestión en el tiempo al mando del estado peruano. Dicha imagen de honradez, sinceridad y buenas intenciones se ve cuestionada por los precarios atributos de su equipo ministerial: Íber Maraví en el Ministerio del Trabajo, Juan Carrasco Millones en Interior, Héctor Béjar en la Cancillería, e incluso el mismo premier Bellido. A esto habría que sumar la investigación al caso “Los Dinámicos del Centro”, que involucra al Secretario General y fundador de Perú Libre, Vladimir Cerrón, y a varios otros miembros de su actual gobierno. Con un equipo así es difícil hablar de intenciones honorables en la gestión pública
La construcción de un personaje caracterizado primordialmente por su capacidad a la hora de “querer” y no en el “hacer” no es del todo nueva a la realidad política del Perú. Vale destacar un caso similar con la gestión del ex-Presidente Martín Vizcarra (2018-2020). Su gestión de la pandemia del COVID-19 ha sido muy deficiente, pero mantuvo altos índices de aprobación pues un 47% de los peruanos asociaban sus frecuentes conferencias de prensa con la esperanza y no con los resultados (IPSOS-Perú, El Comercio, 04/2020). A lo largo de ese año, IPSOS-Perú registraría de forma consistente nociones positivas en torno a la gestión de Vizcarra, basadas primordialmente en una percepción de “sinceridad” y “transparencia”, y por la percepción del Congreso 2020-2021 como “obstruccionista”. En el caso de Vizcarra, la aprobación se debía a la construcción del ya mencionado “personaje político”, a pesar que nivel de gestión, medios como Reuters, la BBC y agrupaciones como “Doctors Without Borders” han resaltado a lo largo del 2020, y los estudios recientes de la Johns Hopkins University, muestran al Perú como la peor gestión de pandemia en el mundo.
Considerando estos factores, es vital tomar en cuenta que en los meses por venir, un amplio segmento de la población peruana no juzgará al Presidente de la República en base a su hacer, sino más bien, en base a su “querer”. La construcción de un personaje caracterizado por un aparente deseo honesto y transparente de hacer del Perú un mejor país, sumado a su origen rural, podría proteger gran parte de la popularidad de Pedro Castillo, como en su momento lo fue Martín Vizcarra.
En la medida que pase el tiempo, las personas pondrán más atención en los resultados de la gestión del actual gobierno y su popularidad podrá verse afectada, pero es poco probable que sufra una merma significativa mientras el carácter y las intenciones del presidente sean vistas como positivas. Si el personaje político se deteriora, como sucedió con Martín Vizcarra después de su auto-vacunación, su popularidad podría bajar dramáticamente.
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