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¡Adiós religión, bienvenida espiritualidad!

Es fundamental distinguir bien entre moral y ética si queremos distinguir entre religión y espiritualidad, y liberarnos de los yugos de los sistemas de reproducción, sometimiento, control y exclusión que crean las guerras en nombre de Dios, la Verdad, la Patria y el Bien. En época de las ciencias, la globalización y el peligro de colapso ecológico general, urge cultivar la espiritualidad, no la religión, si queremos salvar a la humanidad.

La moral es un sistema de control para la integración grupal, un decálogo explicativo impuesto para asemejar a los “buenos” y excluir a los “malos”. Suele ser muy mala con los individuos que quieren ser diferentes y genuinos, la más mínima desobediencia despierta su ira. Su definición del “bien” y del “mal” es ad hoc, dependiendo de los rasgos culturales del grupo y de la religión que lo funda.

La ética es una liberación de la moral para interrogar libre y sensatamente qué ha de ser universalmente celebrado en la existencia. La ética no explica nada, interroga desde la sed de universalidad, y crea personas autónomas, capaces de crear nuevas maneras de coexistir, sin imposición. Desde luego, la ética es un acontecimiento escaso, improbable y frágil. Es para los desobedientes, como Jesús, Gandhi, Mandela. La moral detesta la ética. La ética mira a la moral con tristeza, le da pena su dogmatismo y su violencia familiar.

Del mismo modo, las religiones, aunque pretendan religar con una dimensión absoluta de la existencia, en realidad se han sedimentado hace siglos en “sistemas de programación colectiva” (Marià Corbí) para el sometimiento y el control gregario de la manada. Es increíble ver cómo su doble discurso se expresa a todas luces sin vergüenza: por un lado, se alaba un modelo de vida de amor, perdón y generosidad; por el otro se fustiga, se excluye, se impone con sangre y censura. Las religiones, como la moral, creen que pueden imponer a todos lo que ellas creen que se debe hacer. Fingen ser sagradas, para esconder que son construcciones sociales hechas a imagen y semejanza de humanos vanidosos. Hace buen tiempo que no producen más que conservadurismo.

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. | Fuente: Freeimages

Al contrario, la espiritualidad es aspiración a buscar lo que la religión prometía y no cumplió: religación amorosa con la dimensión absoluta de la realidad. Siendo experiencia y no creencia, siendo presencia y no doctrina, siendo profundamente personal y no colectiva, siendo irrepetible y no ritual, la espiritualidad no tiene ninguna explicación que promover. “El sabio es, sin ideas” decía Confucio. Ética, sabiduría, arte y espiritualidad son cuatro experiencias de la gran dimensión del existir que nunca se sedimentan en instituciones promotoras de un programa de vida controlador. Nunca obligan, celebran.

La espiritualidad busca la experiencia inmediata e innombrable con una dimensión absoluta de la realidad; el arte la figura; la sabiduría la encarna; ¡y la ética la recuerda a los sistemas normativos impositivos que subyugan a las personas y hacen sufrir la vida lejos de… la espiritualidad!

Cuatro acotaciones y salvaguardias, para que no se me satanice:

  • Reemplazar el sometimiento a mandatos religiosos por sometimiento a mandatos económicos y alabanzas tecnológicas, como se hace hoy, no libera del control religioso de los individuos, mientras se toma al Mercado y la Ciencia como nuevos Dioses. Sigue siendo sometimiento ante ídolos, odio a la autonomía, miedo a la libertad, y afán de controlar a los demás. La tecnocracia neoliberal y el consumo voraz de tecnología no liberan ni la mente ni el cuerpo (la dictadura del proletariado encarnado en el divino Partido único tampoco, claro está). Solo desplazan el sagrado hacia sórdidas esferas seculares matematizadas para seguir vociferando igual que los antiguos sacerdotes: “There is no alternative” (Margaret Thatcher).
  • Criticar a la religión no es opinar sobre Dios, ni quitarle nada, ni mucho menos blasfemar. Desde 1781 (primera publicación de la “Crítica de la Razón pura” de Kant), queda demostrado que no hay ninguna prueba posible de la existencia o de la no existencia de Dios. Ateos y religiosos son ambos tan dogmáticos cuando afirman conocer algo de metafísica. Dios es objeto de fe, no de saber. Más de dos siglos después, es tiempo que nos convenzamos de eso, para de-dogmatizar a la fe, que es muy noble cuando conduce a la espiritualidad amorosa, y muy fea cuando conduce a la encerrona fanática. Es muy probable que a Dios no le guste mucho las religiones instituidas en su nombre.
  • Despedirse de la religión no es abrir la puerta al derrumbe de los valores, el caos disoluto y la decadencia libertina. Hace ya buen tiempo que nuestras sociedades no se regulan más por los mitos y las prácticas religiosas sino por el Estado de derecho moderno, la gestión pública de la vida cotidiana (educación, salud, seguridad, normas de convivencia…), el progreso tecno-científico, la iniciativa privada fiscalizada y las elecciones periódicas. Funciona tan bien y tan mal como las antiguas sociedades casi estáticas regidas por la religión, ninguna nostalgia que tener, ningún pánico tampoco. Pero nadie podría pretender volver al antiguo dominio religioso en época de globalización científica, interculturalidad forzosa e innovaciones constantes.
  • Criticar a la religión desde la ética y la espiritualidad no es despreciar a las personas religiosas. Primero porque cada quién es libre de llevar su vida personal como quiere, con tal de permitir esa misma libertad a los demás. Segundo porque una reflexión espiritual permite dilucidar en la práctica religiosa la fuente legítima de experiencia amorosa profunda, distinguiéndola de la costra institucional ritualista que suele desdibujarla. Cualquier persona religiosa ética debería constantemente interrogar su fe y su religión a la luz de la experiencia espiritual. Es al menos lo que afirman las personas religiosas éticas que conozco y admiro mucho.

La espiritualidad es nuestra única puerta de salida frente a las religiones irreconciliables que siguen enfrentándose; a la mediocridad mediática de la sociedad de consumo individualista con sus vedettes efímeras; al fracaso ecológico y social de la economía global. Contra el arcaísmo crispado, la novedad vulgar y el destrozo indiferente de los equilibrios de la vida, debemos dar un salto personal y colectivo hacia mayor calidad humana asentada en el triple imperativo de una virtud personal emancipadora; una justicia colectiva equitativa; una sostenibilidad planetaria armonizadora. Ese salto reclama una “religación” con la belleza, la bondad, la templanza sobria, la armonización con el gran todo. Favor de no confundir esta “religación” con una religión, no reducirla a una moda de consumo New Age, no tergiversarla en mera gestión del comportamiento socioemocional, no imponerla con la policía.

Dicha calidad humana será obra nuestra o no será. Nadie nos salvará de nuestra mediocridad, estamos condenados a la autonomía. Al menos, ya sabemos bien cómo alcanzarla, qué deberíamos cultivar en nosotros para liberarla y hacer que el vulgo se canse de la vulgaridad, la moral se torne ética, la economía se vuelva equilibrio, la política se eleve al arte, la religión se incline a la espiritualidad. No es ningún secreto, los sabios lo han repetido mil veces en el transcurso de la historia: cultivar el distanciamiento de la inmediatez; cultivar el silenciamiento interior; cultivar el ponerse en el lugar de todos los demás. Desde ese triple cultivo de sí mismo, uno se vuelve tierra fértil para vivir la experiencia espiritual: dejarse desbordar por la certeza de la armonía.

Les dejo reflexionar si el colegio de sus hijos, la televisión de su casa, el gobierno de su país, el discurso de su mentor, los consejos de su banquero, les orientan hacia esto o bien todo lo contrario.

NOTA: “Ni el Grupo RPP, ni sus directores, accionistas, representantes legales, gerentes y/o empleados serán responsables bajo ninguna circunstancia por las declaraciones, comentarios u opiniones vertidas en la presente columna, siendo el único responsable el autor de la misma.

Profesor de ética y responsabilidad social de la Pacífico Business School de la Universidad del Pacífico. Doctor en Filosofía por la Universidad de París Este (Francia) y máster en Filosofía por la Universidad de Nantes (Francia). Presidente de la Unión de Responsabilidad Social Universitaria Latinoamericana (URSULA).

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