Desde el punto de vista etimológico, no hay ninguna razón para diferenciar la palabra griega “ética” de su traducción latina “moral”. Tampoco se puede llegar a clarificar mucho la diferencia desde la historia de la filosofía, porque los filósofos han empleado ambos términos de muy distintas maneras según su propio pensar.
Toda diferenciación parte entonces de una decisión; la mía aquí es de clarificar la distinción que el común de la gente suele hacer entre “moral” como los valores que uno practica y la “ética” como reflexión sobre lo que se debería hacer en forma racional. Porque en esta distinción yace una idea fundamental para evitar el dogmatismo moral, hacer que las creencias morales no arriesguen tornarse en actos de maldad.
Toda persona humana nace en un determinado entorno social y adquiere mediante socialización los patrones de conducta que su grupo de referencia “valora”. Es así como el pequeño bebé que hubiera podido crecer islandés, chino o alemán, finalmente asume lo que se espera de él (ella) en su familia peruana costeña urbana, por ejemplo. Querer ser amado es sin duda la poderosa fuerza que nos hace responder positivamente a las expectativas sociales de nuestros cercanos, asumir tempranamente sus modales, obedecer a sus órdenes e incentivos. La crianza moral es un proceso natural de integración grupal, por supuesto con fallas, tanto del lado del candidato a la obediencia (que no siempre hace lo que se espera) como del lado de los educadores que suelen declarar una cosa de la boca para afuera y hacer lo contrario. Los hijos repetirán obviamente las palabras de los papás, pero harán lo que hacen.
Es así como la “moral” es un mecanismo de integración e identificación que exige obediencia por parte de los miembros, y que declama siempre que sus “valores” son los valores que deben ser valorados, vale la redundancia. Desde ese mecanismo, lo importante es la reproducción de los patrones de conducta dominantes, y los problemas son de discrepancia entre las palabras y los actos. Por eso, tantas veces escuchamos que “la moral viene de casa” (lo que es verdad), y que el problema es la “pérdida de los valores”, el hecho de que los educadores ya no practican los valores que deberían practicar, y así dan “el mal ejemplo” a las niñas y niños. Como la moral es conservadora por definición, le preocupa mucho las desviaciones y fallas en los procesos de reproducción social.
La ética, al contrario, nunca viene de casa, y le encanta que se pierdan ciertos valores. Es una reflexión libre y autónoma sobre lo que se debe hacer en general. Busca establecer principios universales y universalizables para determinar los deberes y derechos entre todos los humanos, cuales sean su origen social y su moral grupal. La reflexión ética empieza siempre por preguntar: ¿qué tan valiosos son estos valores que me han inculcado? ¿Realmente tenemos que obedecer a lo que nuestro grupo mayoritariamente valora y exige de sus miembros? ¿Nuestra moral es ética? Es decir: ¿nuestros valores son universalizables, o solo son particulares y se puede imaginar vivir de otro modo con igual legitimidad?
Entendemos que estas preguntas éticas ponen en tela de juicio a las evidencias morales del grupo, y pueden (suelen) conducir a discutir, problematizar, relativizar, y hasta rechazar ciertas de sus expectativas de comportamiento. Por lo que la ética, aunque suene curioso, conduce a menudo a la desobediencia, cada vez que logra denunciar que los valores morales de la comunidad no son universalizables, no valen para todos, desde luego no tienen fuerza de obligación legítima alguna para pretender imponerse sin más a cualquier individuo. Obviamente la ética no viene de casa, por ser un esfuerzo de reflexión complejo que pide al sujeto distancia crítica ante sus propias opiniones. En la casa se puede valorar la reflexión dialógica más que la imposición, pero si esto hará de mis hijos unos sujetos de reflexión ética, eso lo decidirán ellos después. Los padres tenemos poder moral sobre nuestros hijos, mas no poder sobre su libertad.
Esta capacidad de desobediencia, en nombre de principios universales trascendentes a las costumbres morales dominantes del momento, es la que se nota en la vida de todos los grandes líderes éticos de la historia, que siempre tuvieron problemas con la ley por defender ideales más justos (más universales) que la moral y justicia de su época: Sócrates, Jesús, Gandhi, Rosa Parks, Nelson Mandela… Todos ellos fueron desobedientes, lo que de un punto de vista moral es insoportable, pero desde un enfoque ético era necesario. Es fácil ser moral, basta opinar lo mismo que los vecinos, es difícil ser ético, porque es un camino de duda, interrogación, complejización y exploración de lo nuevo.
Obviamente, no se trata de desobedecer por desobedecer, sino de denunciar valores morales arcaicos, discriminantes, injustos, prejuiciosos, en nombre de principios de conducta más universalizables, es decir más tolerantes a las diferencias de pensamiento, creencias y preferencias individuales. La universalidad ética total es un ideal inalcanzable, pero funciona como brújula para cada reflexión actual. Y la ética conduce siempre a la tolerancia, en su esfuerzo por pensar lo universalmente válido entre todos los seres humanos diferentes. Mientras que la moral suele conducir a la intolerancia, ya que su propósito es la integración del individuo en los patrones grupales. El comportamiento diferente, la moral lo entiende siempre como desviante, mientras que la reflexión ética interrogará si es admisible entre otros comportamientos igualmente posibles sin afectar a los demás.
En la historia humana, el progreso moral lo permitió siempre la reflexión ética y su rebelión universalista contra el conservadurismo moral gregario. El perdón y la no violencia son más universalizables que el Talión, la democracia que la teocracia, la libertad de opinión y creencia que la imposición de una ideología desde la represión estatal, los derechos humanos que las leyes locales, la argumentación racional ética que las afirmaciones dogmáticas morales. “Progreso moral” significa entonces proponer a los ciudadanos patrones de conducta universalizables para su integración social, que respeten al máximo su originalidad como persona, permitiendo la sana convivencia pacífica entre personas diferentes en diálogo. La humanidad es pluralidad.
Hoy por hoy, gracias al trabajo histórico de la universalización ética, muchas de las expectativas morales de las diferentes comunidades culturales son ya universalizables, felizmente. Pero podemos constatar que todavía falta mucho para que la mayoría de las personas alcancen una verdadera reflexión ética sobre sus propias creencias morales, por culpa de una educación retrógrada. Quien se queda toda su vida con su moral tenderá a querer imponer a todos los demás sus valores, mientras que quien accede a la reflexión ética aceptará más fácilmente que otros tengan modos de vida diferentes al suyo.
Por ejemplo, en el tema del derecho al matrimonio homosexual, quien tiene un enfoque estrictamente moral querrá imponer a todos los demás un mismo comportamiento, en nombre de sus valores, y no entenderá que algo que él no considera moral pueda ser un derecho para los demás. Su lema es: todos deben ser como yo, y la ley debe impedir lo que yo pienso que no está bien. Al contrario, la reflexión ética permite al heterosexual relativizar la universalidad de su propia valoración de la heterosexualidad, y admitir que otros puedan entender el amor de pareja de otro modo, luego tener derecho a los mismos derechos civiles desde una moral diferente. Su lema es: no valoro lo mismo que tú, pero admito que tú puedas tener los mismos derechos que yo para vivir tus valores.
Es así como la reflexión ética nos hace acceder a esta conquista histórica maravillosa: la capacidad de distinguir entre la opinión propia sobre el bien y el mal, y las leyes que deben regir la vida común, la distinción entre moral y derecho. El sujeto ético entenderá que no todo lo moral debe ser ley, porque sabe que la moral siempre es discutible, que es plural, y que la ley debe regir la pluralidad sin aplastarla. Aquel que se queda empapado en sus valores morales no entenderá nunca que algo que no juzga moral pueda ser legalmente permitido, y siempre querrá equiparar moral y derecho.
En conclusión, debemos educar a las personas, a lo largo de su vida, a transitar desde el dogmatismo moral hacia la reflexión ética. Será la única manera de salvar a la democracia y los derechos humanos de la “agenda moral” de los conservadores de cualquier cuño que quieren, en nombre de la pretendida “crisis de valores”, volver a instalar gobiernos de uniformización moral. Debemos afirmar que los problemas morales (corrupción, delincuencia, guerras, explotación laboral, discriminación, depredación del planeta…) se resuelven siempre por un alza universalista y racionalista de la humanidad, nunca por un retroceso de “mano dura” autoritaria, que sea en nombre de Dios, del Partido, del Mercado, o de la Patria. Mucho cuidado con la moral, suele ser inmoral.
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