Ya no es correcto hablar del “cambio climático” como de algo por venir, una tendencia que presentaría “riesgos” en el futuro. El drama climático es ahora. Vale persuadirse de ello con las crudas datas: En 2018, los incendios en California destruyeron 8000 km2 de vegetación, equivalente a más de un millón de canchas de futbol. En 2019, 25000 km2 de selva desaparecen en Brasil, tres millones y medio de canchas de futbol. Y los incendios actuales en Australia ya superan los 80 000 km2 de bosques quemados. Nadie puede visualizar lo que significa la cifra de once millones de estadios de futbol, pero en el caso de Australia estamos camino a la desaparición de dos veces la superficie de República Dominicana. Y los humos de los incendios han alcanzado Chile y Argentina. Nadie se salva.
Tan actual y evidente es el drama climático que incluso los dirigentes de las empresas multinacionales lo entienden como el factor de riesgo nº1. Larry Fink, CEO de BlackRock, la mayor empresa de gestión de inversiones en el mundo, acaba de anunciar que se redirige la política de inversión de su sociedad hacia el desarrollo sostenible. Argumentando que la inversión en sostenibilidad representa ahora la estrategia “más robusta” para los portafolios, que el cambio climático es una crisis “mucho más estructural y de largo plazo” que todas las crisis económicas de las últimas décadas, BlackRock escucha ahora las críticas de las ONG ambientalistas y dejará de invertir en compañías que obtengan más de 25% de sus beneficios en negocios ligados al carbón térmico. Así dicen por lo menos.
Este anuncio sale al mismo tiempo que el Reporte de Riesgos Globales del Foro Económico Mundial que entrevista cada año, antes de la Cumbre de Davos, a 750 dirigentes de empresas y expertos acerca de los riesgos que más amenazan nuestro mundo. Por primera vez, los 5 primeros ítems de la lista de riesgos más probables se relacionan todos con la crisis ambiental: fenómenos climáticos extremos, fracaso de la acción climática, desastres naturales, pérdida de biodiversidad y catástrofes ambientales originadas por la humanidad. El cambio climático está de moda, el drama climático es efectivo, y se toma conciencia de esta nueva situación peligrosa de la humanidad. ¡En buena hora!
Pero la Cumbre de Davos es una buena ocasión de subrayar la contradicción entre lo dicho y lo hecho. Mientras los debates de los poderosos cada año se focalizan con mucha inquietud en la salud del planeta, ellos llegan cada vez más a la pequeña ciudad de Suiza en su jet privado: 1500 jets en la Cumbre del 2019, 11% más que en 2018. Veremos si esta tendencia mejora o empeora este año, que se enfrentan en el ring Greta Thunberg y Donald Trump, una niña contra un peso pesado.
Aquí yace la contradicción central de la humanidad: puede darse cuenta colectivamente de un gran problema que la acosa sin que esto signifique un cambio de actitud para resolverlo. Y esta contradicción se debe a dos factores articulados: Por una parte, todos hacemos a veces cosas que pensamos que no se deberían hacer. Existe una contradicción individual entre el deber y el hacer, por lo que los moralistas (que en el fondo son como nosotros, humanos, demasiado humanos) pasan su tiempo pregonando un cambio personal de actitud, generalmente en vano.
Pero, por otra parte, no basta que el individuo sepa y quiera hacer lo que debiera para que lo haga efectivamente, se necesita también una organización social que le permita hacer el bien que él quiere hacer. Los problemas colectivos necesitan de una responsabilidad colectiva y una solución social organizada para ser resueltos, la mera voluntad individual es casi ineficaz en este caso. El tema ambiental ilustra perfectamente esta verdad que se tiende a olvidar: la sociedad no es una suma de individuos, es algo diferente de los individuos que la componen, por lo que los problemas sociales no se resuelven con acciones individuales nomás, sino con nuevas estructuras sociales. Sin política, no hay solución ética.
Yo puedo querer reciclar la basura de mi casa, pero si vivo en Lima este deseo no encuentra forma social organizada de hacerse realidad porque la gerencia pública todavía no ha dado el paso. La vida social nos inclina o no hacia la ética según sus características propias. Por lo que el drama climático que vivimos no tendrá solución sin una poderosa y amplia voluntad colectiva organizada, que agrupe todos los actores públicos y privados alrededor del mismo bien común: el desarrollo sostenible.
Estamos muy lejos de tal cooperación. Lo urgente del interés de cada actor social por separado sigue siendo más urgente que la urgencia de la salvación colectiva. Y el otro drama es que la educación no ayuda, ni siquiera la educación superior. La Unión de Responsabilidad Social Universitaria Latinoamericana (URSULA) lo investigó entre 80 universidades de 10 países latinoamericanos durante los últimos dos años. El resultado es que los campus universitarios no son modelos de modales sostenibles: comida chatarra, plásticos descartables por doquier, despilfarro energético… Y tampoco los Objetivos de Desarrollo Sostenibles de la ONU están insertados en las mallas curriculares de las universidades.
Si no incentivamos a los futuros profesionales para el desarrollo sostenible, ni con hábitos racionales, ni con enseñanzas científicas adecuadas, bien poco podremos esperar de su capacidad colectiva para organizar una sociedad sobria, sostenible, saludable y solidaria. Pero felizmente existen los milagros. Hoy, son los escolares que se despiertan y nos empujan. En todas partes hacen huelga de clases, se meten en las cumbres a reclamar políticas ambientales eficaces, organizan manifestaciones. ¡Qué patético se ve: son las niñas y los niños, es decir, las personas con menos poder político, poca voz y ningún voto, las (los) que tienen que enseñar a los padres atontados por la sociedad de consumo lo que el planeta necesita! Mientras los políticos siguen con actitudes infantiles, las niñas y los niños empiezan a hacer política con madurez. ¡Démosles rápido el poder, la casa común se está quemando!
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