Ahora, es necesario pensar en nosotros: una sociedad ferozmente golpeada por una pandemia que día a día se vuelve normalidad. Ni siquiera es necesario pensar en un futuro para determinar que nuestros pasos y de los que ya no están se encuentran gravemente vulnerables. Ante esta situación resulta inevitable volver al concepto inicial y preguntarnos por la ubicación, por el sentido, por la falta y por la necesidad de los líderes políticos. Nuestra sociedad sin institucionalidad sólida, cuya incertidumbre histórica abarcó todos los ámbitos posibles, demanda más que otra de dirigentes políticos con un enfoque claro y definido de su rol.
Ubicar a los líderes políticos en el país resulta una tarea titánica en cuanto más lejos de la definición se encuentran muchos. Su ubicación debería formar parte de nuestro radar y ser un punto que ilumine no solamente un territorio sino una identidad y representación. Por ello, preguntarnos por el sentido de su presencia es primordial dado que configuran la construcción de identidades en torno a la idea de bien común (en todas sus manifestaciones posibles). El líder político es un sujeto creador de sentido, una persona con una “visión” que es capaz de conectar y comunicar con sus seguidores con la intención de organizarlos, dirigirlos, movilizarlos y empoderarlos para la consecución de ciertas metas.
Su falta o ausencia en medio de una democracia representativa no solo ejemplifica un conjunto de voluntades acéfalas sino una oportunidad para traficar con estas con el fin de proporcionarse, siempre en primera persona, todos los medios posibles que encubran su actuar tanto pasado como futuro. Y es necesario poner atención sobre lo siguiente: no se puede llamar líder político a quien no cuenta con la necesaria sensibilidad ética y estética que le permita exteriorizar un profundo conocimiento de su pueblo, de sus necesidades y de sus angustias, de tal manera que sus gestiones tengan la necesaria perspectiva como para superar la inmediatez de sus egoístas intereses.
Por último, no podemos dejar de mencionar con vehemencia la necesidad de líderes políticos, personas que mejoren a la sociedad, gobernando o no, y que consideran aquella tarea como una de las más nobles actividades humanas. Lo cual no significa que los líderes sean los únicos capaces de motivar nuestras acciones más solidarias, inclusivas, afectivas y democráticas. Hay que revigorizar la vida pública, la acción conjunta y las tradiciones ancestrales que constituyen verdaderos liderazgos políticos capaces no solamente de representar sino de organizar respuestas comunitarias ante los tiempos críticos. Nos encontramos en estado de emergencia, sí, pero desde hace muchos años debido a la ausencia de verdaderos líderes políticos.
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