El transcurso de la historia política usualmente es una tensión entre la fuerza progresista y la fuerza conservadora. Ésta última, en su afán por buscar exorcizar todo aquello que cuestione el statu quo económico o el orden social del neoliberalismo, verá fantasmas por doquier, hasta el extremo de querer encontrarlos en el pasado de la historia del pensamiento. Es así que, transcurridos cien años de la fundación de la Escuela Frankfurt, quizá sea necesario recordar sus ideas más resaltantes y esclarecer lo que significó al interior del movimiento progresista que, entre otras cosas, ha buscado y busca superar la explotación del hombre por el hombre, a pesar de los denodados esfuerzos del conservadurismo por impedirlo.
En efecto, hacia 1922, Felix Weil organizó grupos de discusión sobre temas de contenido marxista entre intelectuales de la época. Un año después, en 1923, se funda el Instituto de Investigación Social, cuyo primer director fue Carl Grünberg. En las tareas académicas del Instituto ya aparecen Friedrich Pollock y Max Horkheimer, quien asume la dirección en 1932, un año antes de que el nazismo gobierne totalitariamente a Alemania. Desde su órgano de difusión, la Revista de Investigación Social (Zeitschrift für Sozialforschung), el Instituto hace notar uno de los rasgos más evidentes de la Escuela de Frankfurt: su interdisciplinaridad, una muy interesante fusión entre la tradición del idealismo alemán con la teoría social de Karl Marx. Otros integrantes posteriormente incluidos son Herbert Marcuse, Theodor Adorno, Jürgen Habermas, entre otros grandes filósofos y colaboradores.
Por otro lado, es un temerario reduccionismo el evaluar la trascendencia de sus integrantes a partir de su holgada posición de clase o de su distancia respecto del curso que tomara la revolución comunista de la III Internacional. Pero es comprensible que el conservadurismo no comprenda que lo que los integrantes de Frankfurt buscaban era la libertad de la crítica; es decir, un justo medio entre el compromiso político-partidario (lo cual implicaría el sacrificio de su independencia), y el ser una clase socialmente desligada (lo cual implicaría la capacidad de autocrítica). Si los de Frankfurt heredan el proyecto marxista de superar la explotación del hombre por el hombre, heredan y tributan parcialmente el proyecto de la Ilustración, lo cual explicará el énfasis dado a la teoría y a la praxis. Por ello, yerran los conservadores al querer criticar la filosofía de la Escuela de Frankfurt bajo el proyecto culturalista del gran filósofo italiano Gramsci, antes bien, sería preferible atender lo que uno de sus más excelsos integrantes, Max Horkheimer indicara: «La acción por la acción no es de ningún modo superior al pensar por el pensar, sino que éste más bien la supera». El conservadurismo, pues, con su limitada critica, pretende que una de las enseñanzas más trascendentales de la Escuela de Frankfurt quede en el olvido: «es la falta de teoría la que deja al ser humano inerme ante la violencia».
La acre invectiva de que los de Frankfurt socaban los cimientos de la civilización occidental y cristiana denota el no entendimiento de la noción «teoría crítica». Es decir, no hay ciencia independiente de la praxis. Por ello, la verdad de un concepto no se pondera por su adecuación al Ser, sino por su praxis o tarea a realizar. Precisamente, si el conservadurismo no quiere entender esto, es porque pretenden perennizar una ciencia acorde a la explotación del hombre por el hombre y acallar todo asomo de crítica. A cien años de la fundación de la Escuela de Frankfurt, los progresistas de todas las disciplinas, de trabajos manuales y trabajos intelectuales preservan y practican la teoría crítica de modo perdurable en el tiempo.
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