La televisión y la cultura no son dos elementos a primera vista compatibles, pero Marco Aurelio Denegri (1938-2018) logró crear un programa -La función de la palabra- que los fusionó con mucha gracia y entusiasmo. Debo decir que no fui su mejor seguidor, pues muchas veces no tenía el tiempo (y a veces, ni el televisor) para seguirlo, pero siempre surgía en mí la pregunta: ¿cuál era el truco para poder hablarle a millones de televidentes sobre libros, el arte, el aburrimiento, el sentido de la vida, la felicidad, la ortografía, los diccionarios, el cerebro, las culturas prehispánicas y la religión? Por no hablar del sexo, su especialidad. Pero tal vez su secreto no se encontraba tanto en su ilustración sino en su capacidad para difundir los tantos temas que conocía o decía conocer. Esto es, su rol como vulgarizador.
Es en este punto que Denegri se relaciona estrechamente con Manuel González Prada, escritor que también se interesó por transmitir sus conocimientos y sus reflexiones al gran público. A riesgo de no crear una obra homogénea, el autor de Horas de lucha optó por publicar en diferentes folletos, panfletos y diarios de corte humorístico y anarquista para estar en contacto con los obreros y los trabajadores que podían llevar a cabo la acción revolucionaria. Estos artículos no eran muy extensos y sus temas eran siempre muy concretos, pero permitía a estos lectores estar en contacto con temas que difícilmente hubieran estado a su alcance en circunstancias diferentes. Si tenía que hablar del 1 de mayo o de la injusticia, González Prada citaba a Kropotkin, Goethe o Cincinato, además de alguna obra de arte o de alguna anécdota de la historia universal. Su generosidad no se encontraba solo en el campo de las ideas sino también en el campo de los conocimientos.
Pero además de ser un intelectual interesado en ilustrar a las masas, González Prada también reflexionó sobre el valor de la divulgación. En su ensayo “Notas acerca del idioma”, publicado en Pájinas libres, resalta la importancia de compartir los nuevos conocimientos con el público: “Sin el vulgarizador, las conquistas de la ciencia serían el patrimonio de algunos privilegiados”. La divulgación del conocimiento permite romper las barreras elitistas, de las que a veces se arropan los sabios, y logra llegar a esos espacios en los que todavía no ha llegado la costumbre de la lectura: “Donde no logra penetrar el volumen, se desliza suavemente la hoja, y donde no resuena la austera palabra del sabio, repercute el eco insinuante del vulgarizador”.
Marco Aurelio Denegri fue un reconocido admirador de Manuel González Prada. Además de citarlo con frecuencia en sus programas televisivos y en sus artículos, estuvo a cargo de la edición de los dos ensayos que Luis Alberto Sánchez escribió sobre él (Elogio de Don Manuel González Prada, Universidad Inca Garcilaso de la Vega, 2015). En este sentido, es muy probable que se haya sentido reconocido con Prada. A su modo y con los medios de su tiempo, ambos se preocuparon por compartir sus conocimientos y conjeturas con el público de a pie, no con el claustro. También fueron personas que se preocuparon por reflexionar sobre esa tensión entre el intelectual y las masas, un tema que hasta ahora despierta grandes debates (leer su artículo “El encierro de don Manuel”, publicado en el diario El Comercio).
Para terminar, solo quiero agregar que el año pasado, durante el Congreso Internacional Centenario de Manuel González Prada, organizado por la Academia de la Lengua y la Biblioteca Nacional, más de uno comparó al escritor de comienzos de siglo con el hombre de la televisión. Es posible, por tanto, que no solo haya sido el propio Denegri sino el propio público el que se haya dado cuenta la estrecha relación que había con su distinguido antecesor.
Comparte esta noticia