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El hipócrita en jefe y la violencia racial

Cada año mueren en Estados Unidos más de 40,000 personas por heridas causadas por armas de fuego.

De los muchos males que asolan a la sociedad estadounidense, la violencia con armas de fuego es uno de los más controversiales. Cada año mueren en Estados Unidos más de 40,000 personas víctimas de esta “enfermedad”. Eso significa un promedio de 100 muertos diarios. En lo que va de año han ocurrido más de 250 mass shootings, con un total de 57 muertos. No debe, por ende, sorprender que se hable de una epidemia. Los números son impresionantes, pero como historiador no puedo dejar de señalar que la violencia –especialmente contras las minorías– ha sido una constante a lo largo del desarrollo histórico estadounidense.

A pesar de que las masacres no son nada nuevo en la historia estadounidense, resultan verdaderamente preocupantes las dos matanzas registradas este fin de semana. El sábado 3 de agosto, un joven manejó nueve horas para entrar a una tienda de la cadena Walmart (por cierto, el mayor vendedor de armas en Estados Unidos) en la ciudad de El Paso y matar a 20 personas, ocho de ellas mexicanos. Menos de 24 horas después, otro joven con record de misoginia, entró a un bar en Daytona y mató a nueve personas. Además de su hermana, asesinó a ocho afroamericanos.

Donald J. Trump, presidente de Estados Unidos.
Donald J. Trump, presidente de Estados Unidos. | Fuente: AFP

Desafortunadamente, los 100 muertos diarios que ya mencioné no son tan rentables para los medios, por lo que no reciben gran atención. Las masacres, por el contrario, son muy rentables y, por ende, reciben una gran atención mediática, hasta que son olvidadas y ocurre una nueva masacre.  El mercado lo controla todo.

El asesino de El Paso dejó un manifiesto señalando que actuaba para proteger a Texas de la invasión por los hispanos, grave error, pues éstos llevan viviendo siglos en Texas. Si alguien invadió al estado de la estrella solitaria, fueron los anglos a mediados del siglo XIX. Es curioso el uso del concepto invasión, pero no sorprendente ya que forma parte del discurso del extremismo blanco estadounidense. Esto me lleva al actual residente de la Casa Blanca y causa de mis desvelos, Donald J. Trump. Es cierto que Trump no apretó el gatillo en ninguna de estas masacres. No, él estaba jugando al golf cuando el terrorista blanco y cristiano entró a Walmart borracho de odio. 

Por más que intenten sus defensores, es imposible desvincular al Emperador de la violencia racial en Estados Unidos. Trump ha basado su carrera política, con la ayuda de Fox News, en la propagación del odio y el racismo. Basta recordar el odio visceral con que atacó a los cinco chicos negros injustamente acusados de violar a una mujer blanca a finales de la década de 1980. El magnate llegó la presidencia acusando a los hispanos de violadores, asesinos, etc. Una vez electo, no cambió su discurso. Por el contrario lo afianzó y tuvo el descaro de señalar, tras los trágicos eventos de Charlottesville en agosto de 2017, que había gente buena a ambos lados de las protestas.  De igual manera como no hay tal cosa como un Nazi bueno, tampoco existe un miembro del KKK bueno. Es necesario destacar que se ha referido a los emigrantes hispanos como una amenaza invasora y que llegó a movilizar tropas a la frontera con México. Según el diario británico The Guardian, su campaña de reelección ha usado la palabra invasión en 2,199 anuncios publicados en Facebook, que han sido vistos entre 1,059,000  y 5,559,801 de ocasiones. Trump no apretó el gatillo, pero su presencia e influencia en el manifiesto del asesino de El Paso es clara. Como Presidente ha sido incapaz de condenar no sólo con palabras, sino también con actos, al extremismo blanco estadounidense.  Todo lo contrario, sus acciones promueven y dan legitimidad a la violencia racial.

Estas masacres no sólo son producto del odio y del racismo. El fácil acceso a armas de fuego, especialmente, de uso militar, también juega un papel fundamental en este problema. Adquirir una arma de fuego en Estados Unidos es más fácil que manejar legalmente, pues no se necesita una licencia o carné. Tanto en El Paso como en Daytona, los asesinos usaron armas semiautomáticas adquiridas legalmente. A pesar de que el 70% de los estadounidenses –Demócratas y Republicanos– favorecen se regule el acceso a este tipo de armamento, no se toma acción política decisiva en ese sentido. Son muchos y poderosos los intereses involucrados.

En un acto de sinigual hipocresía, Trump le atribuyó ambas masacres al efecto de los juegos de video y a los problemas de salud mental. Fiel servidor de uno de sus principales donantes políticos, la National Rifle Association (NRA), una de las primeras cosas que hizo Trump tras su juramentación como presidente, fue eliminar una directriz de Barack Obama obligando a la oficina de Seguro Social a informar al National Instant Criminal Background Check System (NICS) los nombres de quienes fueran diagnosticados como enfermos mentales por el sistema de retiro estadounidense. Con ello se buscaba negarles acceso a proveedores de armas de fuego con licencia federal. Estados Unidos no es el único país donde hay juegos de video violentos. Tampoco es el único país con enfermos mentales, pero sí es el país con el mayor número de mass shootings en el planeta. No creo en las coincidencias.  

Como ya dije, son muchos los males que asolan a la sociedad estadounidense. Tal vez el peor de todos sea el poder de los grandes intereses económicos que bloquean, a través de los políticos que controlan, cualquier reforma que afecte sus bolsillos como en el caso de la violencia con armas de fuego.

NOTA: “Ni el Grupo RPP, ni sus directores, accionistas, representantes legales, gerentes y/o empleados serán responsables bajo ninguna circunstancia por las declaraciones, comentarios u opiniones vertidas en la presente columna, siendo el único responsable el autor de la misma.
Norberto Barreto

Norberto Barreto Historiador

Profesor de la Universidad del Pacífico. Es doctor en Historia de Estados Unidos por State University of Nueva York y magíster en Historia por la Universidad de Puerto Rico. Miembro del Observatorio de la Relaciones Peruano Norteamericanas.

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