En la Atenas del siglo V AC, las condiciones culturales, políticas y sociales de dicha ciudad estado, propiciaron que la indagación reflexiva se dirija hacia el ser humano. Este viraje hacia nuestros asuntos fue conocido como el “giro hacia el humanismo”, y tuvo repercusiones en la filosofía, la práctica política, la literatura, el teatro y las artes plásticas. El movimiento intelectual hacia lo humano debe haber sido uno de los mayores logros de nuestra historia.
Sobre la autoría de la célebre sentencia, “conócete a ti mismo”, se ha investigado mucho sin llegar a establecer quién fue creador. Solo se sabe qué se encontraba en el templo dedicado a Apolo en Delfos. Todo aquel que quisiera conocer lo que el futuro le deparaba, debía, en primer lugar, tener en claro quién era. Pues conocer el futuro puntual de alguien, es imposible si aquella mente está fuera si, se encuentra alejada de si misma. Fuera de uno mismo, no se vislumbra ningún porvenir.
Si nos concentramos en el sentido profundo de “el conócete a ti mismo”, extrapolándolo hacia el ámbito educativo, nos daremos cuenta de que el cultivo del autoconocimiento se desenvuelve a partir de la materia que nos ofrecen las humanidades. En efecto, la filosofía, la historia, la literatura, las artes y las diversas disciplinas sociales nos proporcionan las bases críticas y afectivas para conocernos. Nos forman en palabras, en nociones, en imágenes de diverso origen, que permiten convertir en objeto de examen nuestras vidas.
Por otro lado, el conocimiento de sí mismo, no se queda en el plano personal. Conocerse implica situarse en un contexto comunitario, que también es temporal. Pues emergemos de un medio en el cual hay tradiciones, costumbres, prácticas culturales y normas morales que le dan cauce a nuestra personalidad. Asimismo, esta dimensión contextual se entronca a los procesos de creación y de edificación histórica; de ahí que el saber de uno mismo implica tener en cuenta la historicidad de nuestra comunidad, y de nosotros dentro de ella.
Al cultivar las humanidades, humanizamos nuestra comprensión de nosotros mismos. Aprendemos a observar lo que somos, tomando en cuenta diversos planos de nuestra existencia individual o comunitaria. De ahí que minusvalorar a las humanidades, ocasiona el olvido de lo que somos; nos conduce a la peor de las ignorancias: la imposibilidad del autoconocimiento. Pues, de plano, se le niega al joven la posibilidad de conocer el lenguaje de la autoexaminación. Si carecemos de la cultura espiritual para la evaluación personal, es muy difícil acceder al conocimiento de uno mismo. Y siendo ignorante de lo que somos, nos es muy difícil aprender de nuestros errores y, mucho más aún, de reconocer nuestros aciertos. Si queremos ciudadanos de bien, démosles los mejores medios racionales y afectivos para que se conozcan a ellos mismos.
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