En las primeras décadas del siglo XX, la música académica occidental vivió un radical proceso de modernización formal, que cuestionó gran parte de la tradición sonora precedente y los cánones dominantes desde el renacimiento hasta el posromanticismo. Las vanguardias musicales propiciaron un nuevo escenario cultural, que favorecía la exploración y la investigación en la composición.
Un músico importante en el tránsito del romanticismo nacionalista hacia la modernidad fue, sin duda, el compositor cuzqueño Teodoro Valcárcel (1902-1942). Muy joven, tuvo la oportunidad de viajar a Europa donde se contactó con las experiencias posrománticas e impresionistas, lo que le propició abrirse a las formas populares de la música vernácula andina. Valcárcel construyó un lenguaje propio y rico que se evidencia en obras celebradas como la Suite Incaica (1929) y en el ballet Suray Surita (1939), entre otras obras de primer nivel. Otro importante músico del tránsito hacia la modernidad, fue el arequipeño Roberto Carpio (1900-1986), en cuya notable producción pianística se destaca 3 Estampas de Arequipa (1927) y la Suite Hospital (1928).
La fundación de la Orquesta Sinfónica Nacional (1938), permitió la llegada de músicos europeos que huían de las condiciones sociales y políticas anteriores a la Segunda Guerra Mundial. Esta situación, hizo posible que los jóvenes compositores peruanos tuvieran acceso a la producción musical contemporánea desde el Perú. Además, los medios de difusión fonográficos y bibliográficos, favorecían la interacción con la producción internacional.
Ya instalada la vanguardia musical en nuestro país, asistimos entre los años 1940 y 1950 a una notable explosión creadora, de obras de evidente interés. Destacan en ese grupo, Enrique Iturriaga (1918) quien, con un siglo de vida que pasó desapercibido, nos ha legado grandes obras como Pregón y Danza (1952) y la Sinfonía Junín y Ayacucho (1976). También, el cuzqueño Armando Guevara Ochoa (1924-2013), con obras como el ballet “El último de los Incas” (1947) y el impresionante Concierto para violín y orquesta (1948). Asimismo, destaca por su labor de director y de teórico, el músico chalaco José Malsio Montoya (1924-2007), probablemente uno de los compositores más cultos de nuestro medio. También, fue fecunda la labor del maestro Francisco Pulgar Vidal (1929-2012), con una extensa producción musical, en la que destaca Paco Yunque (1960) y Cascay (1986).
En las exploraciones musicales más radicales de nuestro medio, las encontramos en maestros como Enrique Pinilla (1927-1989), creador de obras de diverso formato. También es necesario ponderar el amplio registro creativo de Celso Garrido Lecca (Piura, 1926), cuya obra es, con justicia, una de las importantes de América Latina: Simpay, Intihuatana, el Movimiento y el Sueño, Retablos Sinfónicos, entre otras, son solo una muestrario de lo que Garrido Lecca ha sido capaz de elaborar. Otros compositores importantísimos en la innovación musical fueron los maestros Edgar Valcárcel (1932-2010) y César Bolaños (1931-2012), investigadores inteligentes de lo sonoro que, en contextos culturales más propicios, serían grandemente reconocidos.
Más allá de la brevedad del espacio y la injusta omisión de muchos maestros, queremos mencionar a Pedro Seiji Asato (1940) , Alejandro Núñez Allauca (1943), José Sosaya (1956), José Carlos Campos (1957), Carlos Ordoñez (1958-2015). Asimismo, a los compositores del Círculo de Composición del Perú (CIRCOMPER), por su perseverancia en medio tan hostil a la creación. Señor Ministro de Cultura, usted tiene la palabra con miras al bicentenario.
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