
La sociología clásica de Émile Durkheim entendía la anomia como un estado de desregulación que afecta a la sociedad en su conjunto, un desorden que surge de la ruptura de los lazos de solidaridad. En el Perú, esta desregulación se ha intensificado debido a la rápida modernización no planificada y al desborde cultural masivo que empezó hace más de seis décadas. La ruptura de las estructuras sociales tradicionales ha dejado a muchas personas sin referentes claros de conducta, creando un vacío en las normas que regulaban la vida comunitaria. Este vacío genera un sentimiento o "momento en que nada existe ni vale la pena," como lo describió el autor, lo que refleja la confusión y la pérdida de sentido en un país que se debate entre la tradición y la modernidad.
El sociólogo estadounidense Robert Merton adaptó el concepto de anomia para explicar la desviación social. Él argumentó que la anomia surge cuando hay una discrepancia entre los fines culturalmente prescritos (como el éxito económico) y los medios institucionalmente aprobados para alcanzarlos. En el caso peruano, la promesa de prosperidad y desarrollo ha chocado con la realidad de la desigualdad, la pobreza y la falta de oportunidades. Ante esta frustración, muchos optan por lo que Merton llamó "innovación": recurren a medios ilícitos para alcanzar los objetivos deseados. Este es el origen de la proliferación de la informalidad, la corrupción y el "vivo" que sortea la ley para obtener beneficios personales, lo que ha llevado al resquebrajamiento de la confianza en el sistema y en las propias instituciones.
La anomia permea la esfera política del Perú, donde la falta de una ética pública sólida ha debilitado las instituciones democráticas. La constante crisis de liderazgo, la inestabilidad presidencial y la corrupción sistémica en el Poder Judicial y el Congreso son ejemplos de un sistema donde las normas y los valores de rendición de cuentas parecen haberse disuelto. En lugar de priorizar el bien común, las decisiones gubernamentales a menudo se basan en el beneficio personal, la asignación inequitativa de recursos y el favoritismo. Esta "transgresión institucionalizada" de las normas fomenta la desconfianza ciudadana y una polarización social que dificulta cualquier intento de organización colectiva. La sociedad civil, por su parte, luce acéfala y desarticulada, incapaz de canalizar las demandas de la población de manera organizada.
Desde una perspectiva ética, la anomia en el Perú se manifiesta como una crisis de fundamentos morales. Los indicadores de esta crisis incluyen el incremento de la violencia, la inseguridad ciudadana, y la primacía de un bienestar material y egoísta por encima de los valores tradicionales de solidaridad y justicia. Se ha perdido el sentido de la pertenencia a la sociedad, y los ciudadanos se sienten excluidos, lo que hace que la ambición desmedida de riqueza o poder se convierta en una justificación para la corrupción. La sociedad se enfrenta a una paradoja: la ausencia de reglas claras se percibe en un contexto donde las injusticias históricas y la impunidad frente a la ley han sido normalizadas.
Aunque anomia y anarquía son conceptos distintos, la anomia sí puede ser un factor que contribuya a la anarquía, entendida no como un ideal político, sino como un estado de caos y desorden social. Cuando la anomia prevalece en una sociedad, la falta de normas y el debilitamiento de las instituciones generan una profunda desconfianza y desintegración social. La gente pierde la fe en las reglas y en los líderes que se supone deben hacerlas cumplir. Esto puede llevar a un vacío de poder y a la desobediencia masiva, lo que en última instancia puede desencadenar un colapso del orden establecido, abriendo el camino hacia la anarquía en su sentido más caótico: un estado sin control, donde la violencia y la ley del más fuerte prevalecen en ausencia de una autoridad funcional. Estamos avisados.
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