Partimos de una idea aceptada por la mayoría de historiadores, de humanistas, de científicos sociales y, en general, por aquel grupo social comúnmente llamado “intelectuales”: la “historia” no se escribe a sí misma; no toma decisiones sobre el lugar moral que este u otro personaje público va ocupar en la narración de los hechos de una comunidad. Por ello, considerar el “juicio de la historia”, como si fuera una jueza externa a nuestro devenir, parte de un fundamento sobrenatural, ajeno a cualquier concepción racional de la historia y del mundo.
Esta creencia (la historia como un tribunal sobrenatural), sigo siendo extendida. Muchos de los supuestos líderes de nuestra opinión pública, repiten con frecuencia que tal o cual personaje tendrá su juicio definitivo cuando la historia llegue a un veredicto determinante. Esto ha sido evidente, una vez más, tras saberse la muerte autoinflingida del expresidente Alan García. Varios, desde diversas orientaciones políticas, han apelado al “juicio de la historia” como la forma definitiva de calificar el ejercicio público del difunto mandatario aprista y la resolución radical que tomó al acabar con sus días. Con esta creencia, se le transfiere a esa idea de la historia, la potestad de considerar un acto de heroísmo o un acto de cobardía la decisión final de García Perez. De ahí la pomposa y vacía frase: “la historia lo juzgará”.
Es evidente que la historia no se escribe a sí misma y que tampoco es una jueza determinante e implacable de las acciones humanas. Asumir esto sin mayor examen, revela que muchos poseen una visión mágico-explicativa de los procesos humanos. Esto resulta preocupante. Porque no hemos logrado integrar una perspectiva lógico causal de los fenómenos sociales y sus repercusiones. Así, parafraseando al célebre humanista austriaco Ernst Gömbrich, “la historia sobrenatural no existe, existen tan solo los historiadores”. Es decir, existen aquellos que, a partir de métodos propios de su labor intelectual, construyen una historia de matriz crítica. Estos académicos, según las teorías y enfoques que privilegien, ubicaran a los personajes, dentro de determinados procesos políticos, sociales, económicos, culturales, entre otros. E, identificarán, las motivaciones de sus acciones y las consecuencias de las mismas, reconstruyendo el escenario y la situación histórica a partir de datos comprobables. Es decir, reconstruirán un entorno comprensivo que explique la actividad subjetiva o identifique cómo se produjeron los hechos y qué consecuencias ocasionaron.
Como es evidente, algunos historiadores, tras su investigación, tendrán conclusiones similares. Y, otros, tenderán a ofrecer posiciones divergentes. Esto hace que la historia sea una disciplina académica, científica y humanística y no un credo religioso con juicios determinantes, proferidos por una jueza caprichosa.
El lugar que ocupe Alan Garcia en la sucesión de hechos peruanos, será producto de una investigación académica, intelectual e interdisciplinaria. Esta indagación seria es la que nos permitirá distinguir entre un acto heroico (donde se juega un valor: la vida del otro, la patria, entre otros.) y una acción determinante, producto de los reales miedos y temores subjetivos.
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