Uno de los libros más comentados de Daniel Bell (1919-2011), fue, sin duda, “El fin de las ideologías” (1960). En ese célebre texto de sociología política, el científico social norteamericano, consideró que en las sociedades industriales /postindustriales, como la suya, los conflictos ideológicos habían sido superados por la técnica política y económica, avalado en la aceptación general de cierto consenso constitucional. En el esquema social sobre el que teorizaba Bell, los problemas económicos, políticos y culturales, eran resueltos desde una perspectiva racional instrumental, basada en el conocimiento objetivo de las dinámicas societales. Siguiendo a Weber, Bell observaba que la población iba perdiendo interés por lo político ideológico, en la medida que la sociedad era administrada técnicamente y los ciudadanos se concentraban en sus asuntos.
La descripción que hizo Bell correspondía a las sociedades de Occidente, que estaban alcanzando altas cuotas de desarrollo a partir de la generalización del estado de bienestar o del estado social. La estabilidad interior, no conocida hasta ese momento, daba la impresión de que cada país había aprendido a superar sus problemas sociales, aplicando una serie de medidas económicas y políticas eficaces. Sin embargo, esa “estabilidad” ocasionó, como el mismo Bell advirtió en otro texto fundamental de su extensa bibliografía, “Las contradicciones culturales del capitalismo” (1976), la aparición de un nuevo fenómeno social, relacionado al consumo en un estado de bienestar. Las sociedades de bienestar, al resolver los problemas materiales, habían producido un “nuevo individualismo”, sustentado en el hedonismo, la gratificación personal y el culto a la experimentación. La contracultura de fines de la década de 1960 y comienzos de 1970, habría surgido de ese nuevo individualismo que, entre otras cosas, socavaba los principios sobre los cuales se había edificado el capitalismo: culto al trabajo, responsabilidad individual y valores familiares. Por lo tanto, el capitalismo podría desaparecer bajo sus propias contradicciones.
Para regenerar “al espíritu del capitalismo”, el movimiento neoconservador de los Estados Unidos y de Inglaterra, empezó una guerra ideológica contra los estados de bienestar responsabilizándolos de la contracultura progresista que corroía los valores de la “ética protestante”. Para ello, era necesario retornar al “laissez faire”, “deconstruir” al estado de bienestar, reencausar al individualismo hacia el ámbito emprendedor, estratégico, y liberalizar al mercado para que los individuos sean responsables de sus destinos personales. Las políticas económicas globales de los años 1980 y 1990 tuvieron esa finalidad con resultados dispares. Pues en países subdesarrollados, como el Perú, sin estructuras de estado nación, sin industrias y sin derechos laborales generalizados, la liberalización tuvo resultados distintos y descontrolados. Ocasionó la desestructuración de las relaciones sociales, que ya estaban afectadas por la crisis de la deuda de la década de 1980, y cuyas consecuencias socio conductuales recién se están observando.
Ciertamente la emergencia sanitaria global y sus efectos integrales, ha ahondado la desestructuración sociocultural que se estaba formando en nuestro país, antes del 2020. De ahí que la actual coyuntura política se haya crispado más que en otras ocasiones, evidenciando tensiones ideológicas que en circunstancias “normales” no se hubieran manifestado. La inestabilidad y la incertidumbre disparan los conflictos subyacentes en las sociedades. De modo que el “fin de las ideologías”, deja su lugar al retorno de los esquemas ideológicos.
Vuelven al vocabulario masivo términos como “comunismo”, “socialismo”, “liberalismo”, “conservadurismo”, “izquierdas”, “derechas”, etc. O categorías sociales de uso peyorativo, como “ricos”, “clase media”, “populismo”, “burguesía”, “limeños”, “provincianos”, etc. Palabras que eran utilizadas por los grupos más politizados del país, pero que ahora retornan para ser usados como etiquetas que se refieren a determinados segmentos de la sociedad. El leguaje se hace virulento y representa las tensiones sociales de un país en crisis sistémica.
El espectro ideológico se ha vuelto nítido y muestra fracturas peligrosamente polarizantes. Las mismas que pueden pasar del ámbito del discurso al espacio de la acción en cualquiera de los dos escenarios posteriores a la segunda vuelta. Cuando los ánimos colectivos están dominados por la ira o el terror cualquier cosa puede pasar.
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