Hoy que el sector educación hace denodados esfuerzos por asegurar el servicio educativo en las comunidades rurales en medio de la pandemia, es buen momento para reflexionar sobre la educación. No es exagerado decir que la pandemia ha puesto en cuestión no sólo el modelo capitalista neoliberal sino las formas de vivir la vida como humanos, convertidos en consumidores, en profundas desigualdades y en pésima relación con la naturaleza. Y entonces ¿Qué rol ha jugado la escuela?
La escuela como la conocemos hoy es hija de la escuela europea, nacida para la formación de obreros en serie para la próspera y creciente industrialización y urbanización. Era indispensable que la masa obrera pueda leer y escribir, conocer las operaciones matemáticas básicas y reglas de urbanismo, y así, separados por sexo y edades debieran gradualmente pasar por el sistema hasta alcanzar los logros esperados que les permitirían ser parte del engranaje industrial. Los más privilegiados aprenderían otras materias y se especializarían para conducir las riendas de la industria. Después de todo el conocimiento es poder y la educación no es neutral. Hoy, se han explorado diversos modelos educativos pero la escuela de cuatro paredes sigue siendo esencialmente la misma y no podemos imaginar la vida sin ella, por eso nos preocupa que la educación a distancia no sea una buena alternativa.
En las comunidades andinas y amazónicas, niñas y niños se han educado desde siempre y es la escuela la que introdujo cambios que atentaban contra las formas de vida de las comunidades. En el 2018, el maestro awajún Oscar Chigkún escribió en un ensayo académico: que la escuela instalaba relaciones verticales, miradas paternalistas, alienaciones y hegemonismos, implantando la idea que el “desarrollo” estaba lejos de sus realidades. A diferencia de la formación mística, espiritual y en relación con su mundo mitológico y con su oralidad como fuentes esenciales del saber que los convierte en Waímaku (persona con visión). No es distinto en el mundo andino quechua, lo aprendido a lado de sus madres, padres y abuelos, en el hacer cotidiano y comunal, los encamina a convertirse en Runa (persona quechua).
Desde hace muchos años, las familias han confiado sus hijas e hijos a la educación formal y han olvidado que son las formadoras. Cómo no olvidarlo, si el sistema exige que para comprar todo lo que queremos hay que trabajar duro y dejar la casa todo el día. Por su parte, los educadores hemos olvidado que sólo somos mediadores, tutores y acompañantes de procesos pedagógicos para que los niños, niñas y jóvenes alcancen aprendizajes. Cabe preguntarse ¿En qué mujeres y hombres quieren convertirse nuestras hijas e hijos? ¿Qué anhelamos para ellas y ellos? Por lo tanto ¿Qué educación es la que necesitamos hoy?
Lo que está en juego en la educación, no es la efectividad de una modalidad de estudio, es su sentido mismo que no puede entenderse fuera del sentido de la vida y en eso, los pueblos originarios tienen mucho que aportarnos.
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