Con la vacunación ad portas de culminar para gran parte de la población, ruge fuerte el espíritu de los reencuentros. Parece que, en nuestro imaginario, todo va a volver, ahora sí, a esa «normalidad» a la que nos habíamos habituado antes de la irrupción de la pandemia, la que, súbito, nos mantuvo sobrenadando para mantener nuestro bienestar a flote. Sin considerar que han pasado casi dos años desde que tomamos la vía del distanciamiento social (algunos convencidos, otros casi por obligación), nuestra mente nos imagina reuniéndonos con las mismas personas a las que dejamos de ver por protegernos a nosotros mismos o a las personas de riesgo que viven en casa. Sin embargo, esta expectativa del regreso al vínculo exacto y preciso que mantuvimos hace dos años puede que tropiece con los cambios que ha ido desarrollando cada persona -porque, aunque nos cueste admitirlo a fuerza de protegernos del dolor, las personas cambian- y genere un caudal importante de emociones negativas.
Pensemos en la siguiente viñeta para entenderlo mejor: para estudiar un posgrado o conseguir un trabajo en el extranjero, decidimos viajar por un par de años. Luego de la tradicional fiesta de despedida, tomamos el avión para instalarnos en lo que será nuestra nueva y temporal vida. Pasan los meses, hacemos videollamadas para ver, aunque sea en una pantalla, a esos seres que ya son parte de nosotros; luchamos contra nuestros deseos, los que muchas veces son antagónicos (p. ej., deseamos «avanzar» a nivel profesional, pero también deseamos seguir estando inmersos en nuestro mismo círculo social); y logramos, al cabo de dos años, retornar a nuestra ciudad. ¿Qué creen que pasará?
Esta pregunta puede tomar diferentes matices dependiendo de múltiples factores. Para algunas personas, puede que nada o muy poco haya cambiado: sus amigas y amigos siguen en el mismo lugar en todo nivel (se comportan igual, ríen y se pelean igual, hasta hacen los mismos chistes y se quejan de los mismos dramas). Es como si esos dos años de ausencia, en realidad, nunca se hubiesen dado. No obstante, para otras personas, es posible que nada o muy poco sea igual: algunos amigos se han mudado, otros han viajado e, incluso, otros ya no forman parte del grupo por algunas riñas que no vieron solución. Los pocos que quedan parecen ya no ser los mismos: además de llevar otra apariencia física, los embarga otra apariencia individual (p. ej., están más callados, más serios o, simplemente, más distantes). Para este cluster de personas, los dos años en el extranjero se notan en carne viva.
Les hablo de esto debido a que es un escenario posible en algunos casos y, de acuerdo a nuestras expectativas, nos va a afectar en mayor o menor medida. Si bien es cierto que, como nobles ciudadanas y ciudadanos occidentales, siempre afrontamos las situaciones con expectativas (de las que somos conscientes o no), es importante que las conozcamos para que las gestionemos y les demos un cariz más realista. Poder visualizarlas nos entrega poder frente a ellas y frente a sus efectos emocionales, en tanto las podemos cambiar y adaptar a lo que nos dice la experiencia. Inclusive, si somos practicantes de algún tipo de meditación o seguidores de las prácticas budistas, podremos anularlas para vivir la experiencia sin esperar nada y con un pleno disfrute de lo que sucede. Por ello, frente a los reencuentros que se hacen cada vez más inminentes, hagamos el ejercicio de identificar y rectificar nuestras expectativas; así, lograremos complacernos por las amigas y los amigos que encontremos, sean o no los que dejamos de ver hace dos años.
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