El Perú es un país que se caracteriza por sus ecosistemas diversos y maravillosos. Contamos con mar, costa, sierra y selva que generan contrastes únicos y nos otorgan una riqueza incalculable que conocemos como biodiversidad. No solo somos uno de los países con mayor diversidad biológica en el mundo, también somos reconocidos como centro de origen y diversificación genética de especies de importancia mundial para la agricultura y la alimentación, y a ello se suman los conocimientos tradicionales asociados.
Esta diversidad y los conocimientos ancestrales cobran más relevancia en un contexto donde la crisis climática impacta con mayor fuerza sobre nuestras vidas. Por esta razón resulta difícil comprender por qué otra vez se quiere abrir el debate para flexibilizar la moratoria a los organismos vivos modificados (OVM), también conocidos como transgénicos, en nuestro país.
La agrobiodiversidad comprende la variedad de animales, plantas, microorganismos y ecosistemas, todos necesarios para mantener la producción agrícola; es decir, todo lo vinculado a los insumos que en conjunto son parte de uno de los principales símbolos de identidad y orgullo nacional: nuestra gastronomía. No conozco un solo peruano que no se enorgullezca de su comida, de lo ricas que son sus frutas, de las miles de variedades de papa, así como de los coloridos ajíes y maíces. Cada vez es más habitual escuchar a los peruanos expresar lo importante que es promover la sostenibilidad y proteger nuestro patrimonio natural.
Las prácticas agrícolas sostenibles nos ayudan a preservar nuestra biodiversidad, mantener suelos y ecosistemas sobre los cuales se articulan conocimientos locales y ancestrales. Según la FAO, los agricultores familiares, quienes poseen estos conocimientos y practican estas formas de cultivo, desempeñan un rol decisivo en garantizar la seguridad alimentaria del planeta. A pesar de tener este dato importante, ¿por qué poner en riesgo nuestra agrobiodiversidad? ¿Por qué, en vez de seguir generando mecanismos para fortalecerla, queremos debilitarla?
Si bien cuando se estableció la “Ley de moratoria para transgénicos”, esta no era para siempre, sino que fue una aplicación del principio precautorio, el cual permite restringir una actividad ante los indicios del posible daño que podría producir, sin necesidad de requerir certeza científica absoluta. En el caso de los transgénicos no se tenía, ni se tiene aún, certeza sobre su impacto en la agrobiodiversidad. Entonces, teníamos el gran reto de empezar a generar esta información, documentar lo nuestro para no perderlo. Si bien hemos avanzado, aún no hemos acabado, y por ello no tenemos certeza de que si permitimos el uso de los OVM nuestra agrobiodiversidad no será perjudicada. ¿Estamos dispuestos a correr ese riesgo? Tenemos demasiado en juego, es mucho lo que podemos perder.
La Amazonía andina es la zona con mayor biodiversidad en el mundo, contiene el 30 % de los bosques y provee de servicios ambientales indispensables para el desarrollo regional. En el caso del Perú, 80 % de los productos alimenticios que se consumen provienen de los Andes, de esquemas agrícolas de pequeña escala, comunales o familiares, más no grandes extenciones de monocultivos como en Canadá o Estados Unidos. El ingreso de transgénicos podría significar el cambio de estas dinámicas con resultados impredecibles.
Como país podríamos perder patrimonio natural y cultural. Por ello, antes de permitir el ingreso de los OVM deberíamos identificar estrategias y acciones concretas para proteger nuestro patrimonio, y fortalecer el importante rol de los agricultores. Todavía no ponemos en valor toda nuestra riqueza natural, nuestros centros de origen, y cuando lo logremos mejoraremos las condiciones de vida de nuestros agricultores y fortaleceremos ese orgullo e identidad que tanto nos hace inflar el pecho.
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