En las discusiones del día a día y en forma muy común entre los políticos, surgen las eternas soluciones para todo aquello que nos aqueja: educación.
Cuando hablamos de violencias contra las mujeres, la situación no es distinta. En la radio, la televisión y en la calle escuchamos a políticos, funcionarios, gestores y ciudadanos sin estos títulos atribuir a la educación la capacidad de freno contra la violencia que sufren las mujeres. En esa misma línea de ideas, si por tener más educación ellas cuentan con trabajo se encontrarán más empoderadas y serán capaces de frenar la violencia.
Un estudio reciente* focalizado, incluido en el libro “Violencias contra las Mujeres. La necesidad de un doble plural” partió de esa misma incógnita y se preguntó si en el Perú más años de educación en ellas disminuye la probabilidad de que sea objeto de violencia en su relación de pareja.
En dicha investigación, realizada por Rosa Luz Durán, se comprueba que la ecuación “más educación, menos violencia” no es universal. Por el contrario, es más compleja de lo que parece.
Durán pone de relieve una paradoja inquietante. El grupo de mujeres más afectadas es aquel que al mismo tiempo poseen indicadores que deberían mejorar su posición en el hogar y brindarles mayor poder de negociación.
El escenario más riesgoso es aquel en el que ambos en la pareja tienen pocos años de educación, pero él menos que ella. La autora interpreta este hallazgo como un desafío al status quo masculino, un escenario en el que ellas tienen más camino por recorrer al verse empoderadas por su mayor logro educativo y lo que esto permite tener (más ingresos, más redes, más oportunidades, etc.) individualmente y mostrar hacia los demás.
La importancia de lo anterior es central. Cualquier programa, estatal o no estatal, que busque empoderar económicamente a las mujeres, no puede ponerse de costado frente a ese hecho. En lugar de sacarlas de su situación, fomentar el empoderamiento las puede poner en una situación de riesgo mayor. Por eso, es que todos los programas de empoderamiento, sí o sí, deberían tener un componente prevención de violencia en relaciones de pareja.
En un sentido inverso, acumular más años de educación es un factor asociado a menor violencia. Pero, solo si él tiene acumulado un capital educativo importante en términos de los años que ha recibido de educación. Es probable que parejas con más educación también vivan en contextos socioculturales diferentes, en los que el machismo existe pero al ser menos fuerte no extiende sus efectos hacia el lado violento de las relaciones.
La condición de trabajo, asumida como panacea universal, muestra un mensaje constante en los resultados de Durán. Siempre hay un mayor riesgo de violencia cuando ella trabaja frente a cuando no tiene esta condición. Resultados de este tipo ilustran que trabajar es un desafío a la autoridad masculina la cual, en una sociedad sexista, releva explicaciones socioculturales detrás de quienes tienen más o menos educación.
En breve, lo que el trabajo que acá comento sugiere es algo mayor. No es la educación per se la que protege o pone en riesgo. Por eso, no se trata de más educación y punto. Se trata, más bien, de los roles de género y los estereotipos que están instalados con mayor fuerza en las relaciones de aquellos que tienen menor logro educativo (y ellos con aún menos) y que probablemente no han tenido una mayor capacidad crítica y un contexto favorable para enfrentarlos. Por supuesto, esto no libra a los grupos más educados de la violencia contra las mujeres. Pero quizás, una ventaja más en estos grupos, la educación ahí sí tiende a amortiguar, mas no eliminar, la violencia.
* Durán, Rosa (2019). ¿Más educadas, más empoderadas? Complementariedad entre escolaridad y empleo en la probabilidad de violencia doméstica contra las mujeres en el Perú. En Wilson Hernández (ed.), Violencias contra las mujeres. La necesidad de un doble plural. Lima, GRADE, PNUD, CIES.
Disponible en:
http://www.grade.org.pe/publicaciones/violencias-contra-las-mujeres-la-necesidad-de-un-doble-plural/
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