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Gioconda Belli: “El cuerpo de la mujer es el territorio de la discordia”

Gioconda Belli presenta
Gioconda Belli presenta "Las Fiebres de la Memoria" en la FIL Lima 2019. | Fuente: RPP

RPP conversó con la escritora nicaragüense sobre el feminismo, la situación política de Nicaragua, y su más reciente libro “Las fiebres de la memoria”, que presentó el sábado 27 en la FIL Lima 2019.

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El primer sueldo que recibió cuando trabajaba en una agencia de publicidad lo utilizó para comprar una máquina de escribir. Luego de colocarla —como si fuera un tesoro— sobre su escritorio, Gioconda Belli se sentaba a contemplarla por horas. Cientos de palabras se hilaban en su mente.

Pocos años después, mientras sus tíos y tías la enfrentaban con reclamos e incómodos silencios en las reuniones familiares, sus poemas eran publicados a página completa en el suplemento cultural más importante de Nicaragua “La Prensa Literaria”. “Nace una voz en la poesía nicaragüense”, escribieron aquella vez.

Gioconda Belli es una mujer que ama a los hombres y a las mujeres. Escribe sobre ambos con la misma pasión con la que se arregla —o alborota— los rizos antes de que permita que le tome una fotografía a propósito de su participación en la Feria Internacional del Libro de Lima (FIL Lima 2019). ¿Quién es realmente? ¿Una revolucionaria? ¿Una poeta? ¿Una pionera en el descubrimiento de la sexualidad femenina?

Gioconda es, por encima de todo, una escritora que se ha apropiado de sus memorias, de su soledad y de su cuerpo como solo ella podría hacerlo: desde la subjetividad y con el amor que siempre albergó para la literatura. “A mí me marcaron como un hierro”, afirma cada vez que es encasillada dentro de la literatura erótica, pues lo suyo ha sido cantarle a los cuerpos y todo lo que escribe es prueba de ello.

¿Por qué empezaste a escribir poesía? 

Tenía 20 años. Leía mucha literatura del Boom de los 60's y, de pronto, un día sentí que me estaban pasando frases por la cabeza, como esos aviones que llevan mantas con mensajes. Y empecé a escribir… no pensé que iba a ser escritora pero me gustaba. Escribía muchas cartas desde que estaba interna en el colegio, en España.

¿A quiénes le escribías cartas?

A mis amigos, a mis padres y a un novio que tenía. Ese fue mi primer descubrimiento de lo que se podía hacer con la palabra. Fue una consecuencia lógica de ese amor que yo tenía por la literatura.

Y ese amor por las letras te llevó a que publicaran tus primeros poemas en el semanario cultural de “La Prensa”.

Me sentí orgullosísima. Los amigos que trabajaban conmigo me dijeron: “vamos a llevarle tus poemas al director del suplemento cultural más importante de Nicaragua” y a él le encantaron. También creo que sintió que iba a ser un escándalo. Los publicó y fue una gran alegría, que luego por supuesto se convirtió en un problema.

¿Por tu familia?

Para mi familia fue un escándalo. Los domingos nos reuníamos con todos los tíos y las tías y yo llegué pensando que me iban a felicitar por haber salido en una gran página en el periódico con mis poemas, pero todos estaban callados y una tía me dijo “¡Cómo es posible que hayas publicado esas cosas tan íntimas!”. Además, la gente se me quedaba viendo en la calle, pero yo pensaba que a eso se le llamaba una sociedad hipócrita, porque esos temas los han escrito los hombres por muchísimo tiempo y nadie los condena. Con mi poesía yo estaba celebrando el ser mujer y no la categorizaría como erótica. Es más bien muy sensual, muy celebratoria del ser femenino, muy llena del cuerpo, de la carne y también la mente. De toda la mezcla que somos.

Cuando una mujer escribe algo de corte erótico se le encasilla, pero con un hombre no pasa lo mismo.

Claro, no se le dice “el poeta erótico”. A mí me marcaron como con un hierro. Siempre es la poesía erótica lo que sobresale; pero cuando realmente la lees, es sensual y abierta a lo que sentimos las mujeres que también ha sido condenado. El cuerpo de la mujer es el territorio de la discordia porque siempre están queriendo dominar qué hacemos con él o se considera que una tiene que cuidarlo, porque es un instrumento de seducción peligroso. Hay toda una discusión sobre el cuerpo femenino y, por eso, hemos tenido que tener este debate con nosotras mismas. Yo realmente sentía que tenía que cantarle al cuerpo femenino porque es una de las maravillas de la creación. Simone de Beauvoir lo hace maravillosamente en “El segundo sexo”: habla perfectamente de la complejidad de nuestros cuerpos.

En tu poema “Amo a los hombres y les canto” dices lo siguiente: “Me felicito por estar con hombres y mujeres” y relacionas esta afirmación con la importancia de tu existencia.

En ese momento yo estaba involucrada clandestinamente en la lucha contra la dictadura de Somoza y fue el último poema que publiqué antes de irme al exilio. En ese poema revelé, de alguna manera, la felicidad que sentía de ser parte de un pueblo que estaba luchando por su libertad. Me felicitaba también por tener la vida porque creo que tener la capacidad de ver, de sentir, de oler, de tocar, de estar con otra persona es extraordinaria.

Y también tenemos la capacidad de amar. Para Kate Millet, el amor era “el opio de las mujeres”. Para Gioconda Belli, ¿qué es el amor?

El amor es el fin de la soledad. Creo que todos estamos muy solos… nacemos solos y nos vamos a morir solos. Nadie puede penetrar —realmente— dentro de uno mismo: somos seres cerraditos. El único momento en el que la soledad se pierde es cuando vos amás a otra persona. Ese tipo de amor nos abre, nos hace vulnerables, nos expone y nos saca de nosotros mismos.

Como el amor a un hijo.

Como el amor a un hijo, pero es otro tipo de amor que también te hace vulnerable. Uno tiene que tener un centro; uno tiene que saber quién es y tiene que saber lo que el amor significa. A veces te vas a encontrar con amores que no van a ser tan buenos y que te van a hacer daño, pero entre tener uno que te va a dañar y no amar nunca, prefiero que me dañen.

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Hay experiencias que uno tiene que vivir y tú viviste muchas porque hablaste del cuerpo femenino y de la sexualidad femenina cuando eras muy joven y la sociedad era aún más conservadora. Recibiste muchas críticas por eso, ¿cómo lograste sobrellevarlas?

Creo que me ayudó muchísimo leer literatura de mujeres. Eran los años 70 y el movimiento de liberación femenina era muy fuerte. Habían libros extraordinarios —como los de la australiana Germaine Greer, o la estadounidense Betty Friedan—. Entonces, yo estaba muy consciente de que había una lucha alrededor del cuerpo femenino y alrededor de qué pensábamos de nosotras mismas y de qué pensaba la sociedad. No me fue difícil darme cuenta que había contado el sexo desde mi subjetividad y no como objeto sexual. Eso era realmente el escándalo: que yo me apropiara de mi sexualidad y hablara de ella con libertad. Era algo que rompía con un patrón injusto y por eso lo seguí haciendo.

Los protagonistas de tu más reciente entrega “La fiebre de la memoria”, que presentarás este año en la Feria Internacional del Libro de Lima, reinventan su identidad constantemente. ¿Tú has tenido que hacerlo?

Sí, y lo he tenido que hacer varias veces. Por ejemplo, cuando tuve que vivir en el exilio, tenía que llamarme de otra manera. En la lucha clandestina me llamé Laura, me llamé Gabriela, me llamé Justina. Tenía que aparentar que era otra persona e inventarme padres y todo tipo de experiencias.

Pero no te inventaste a Rosa Blanca, una de las protagonistas de este libro.

Solo me inspiré en la realidad. Esa mujer existió: fue la abuela de mi abuela y era famosa por bella, por valiente (porque manejó una hacienda) y tuvo una gran influencia en Matagalpa. La llamaban así porque siempre vestía de blanco. 

La FIL Lima 2019 se inauguró con el escritor peruano y Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, en una mesa que ha generado polémica pues no había una sola mujer. ¿Por qué crees que es vital que tengamos representación en todo tipo de espacios, sobre todo en los culturales?

Porque la mujer tiene una enorme presencia en la literatura desde hace mucho tiempo. Desde que era niña estuve influenciada por mujeres escritoras (a través del siglo XVIII digamos), porque es cierto que la mujer llegó tarde (si no la dejaban ni estudiar). En 1927, Virginia Wolf tenía que pedir permiso para entrar a la Biblioteca de Oxford; pero, en estos tiempos, no tiene perdón que la mujer todavía siga siendo una segundona dentro del mundo de la literatura. Eso ya tiene que ver con una mentalidad machista que hay que destronar.

De eso hablabas en el último artículo que publicaste en “El País”: La pluma femenina reclama su importancia.

Sí, en ese artículo aclaré que esto es motivo de reflexión para los hombres. No se trata de un feminismo recalcitrante; se trata de que estamos exigiendo que en las catedrales culturales y en las instituciones deba haber una representación femenina, porque hay un enorme público lector de mujeres y porque las mujeres somos parte de la vida cultural de la gente. Nuestros libros se venden y el 70% de los lectores son mujeres. Entonces, ¿cómo es posible que la Academia y las grandes instituciones solo consideren a los hombres? Hay que demandarles reflexión, pero no podemos tratarlos como enemigos, porque no lo son. Yo amo a los hombres. Tanto hombres como mujeres hemos sido criados bajo un sistema machista y lo reproducimos.

Es un trabajo de constante de reflexión.

Así como nosotros tenemos que hacer un trabajo interior para sacudirnos de todo eso que nos imbuye —como cuando estamos chavalas y nos dicen que tenemos que ser serviciales y lindas—, así también tienen que hacerlo ellos: tienen que pasar por un proceso de reflexión. El problema es que nosotras lo hemos hecho y ellos no.

Viviste la revolución sandinista desde adentro. ¿Cómo ves la situación de Nicaragua ahora?

La revolución sandinista fue una de las cosas más fantásticas que me tocó vivir porque fue una lucha enorme, colectiva, de todo un pueblo contra una tiranía. Fue una lucha tremenda, llena de grandes momentos heroicos, pero también de sacrificios y tristezas. Al final, vimos el triunfo de la revolución que termina cuando empieza el poder.

¿Qué significó la revolución para Nicaragua?

La revolución no significó tomar el poder de alguien; significó volver a empezar, porque todo se acabó en Nicaragua y eso significó un reto que no supimos llevar bien. Queríamos cambiar las cosas, y lo hicimos con mucha generosidad. Hoy, Daniel Ortega ejerce el poder como un tirano, porque le ha dado la vuelta a su propio pueblo para conservar su poder y ha ido cerrando los espacios democráticos. Ha matado… y eso marcó un antes y un después en Nicaragua. A 40 años de la revolución sandinista, la matanza que hubo el año pasado de 325 personas —la mayoría estudiantes— fue de gente joven. Es imperdonable. Eso ha alterado toda la situación de Nicaragua. Estamos siendo secuestrados, silenciados, no se pueden hacer manifestaciones porque salen cientos de antimotines a la calle. Es una situación peligrosa, impredecible, donde dos personas que parecen psicópatas están decidiendo por nosotros nuestro futuro.

¿Qué mueve a la juventud en Nicaragua?

Muchos jóvenes no vivieron la revolución, pero tienen su herencia, como el poema que tengo que dice “se hereda el ardor contra los tiranos”.

Se nos ha quedado corto el tiempo.

Es que me has hecho unas preguntas muy provocadoras….

EL DATO

Gioconda Belli presentará su nuevo libro "Las fiebres de la memoria" este sábado 27 de julio, en el auditorio Laura Riesco de la Feria Internacional del Libro de Lima 2019. 

Adriana Chavez

Adriana Chavez Redactora

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