RPP Noticias conversó con el escritor cubano, ganador del Premio Princesa de Asturias en el 2015, acerca de su oficio, su paso por el periodismo y la serie “Cuatro estaciones en La Habana”, disponible en Netflix e inspirada en sus novelas policíacas protagonizadas por Mario Conde.
Le llaman el maestro cubano del género negro y para prueba de su magisterio están en las librerías sus novelas policiacas protagonizadas por ese “antipolicía” llamado Mario Conde. Pero Leonardo Padura, escritor cubano ganador del Premio Princesa de Asturias en el 2015 y vecino orgulloso de su barrio habanero Mantilla, está más allá de los cotos del policial.
Porque es también autor de “El hombre que amaba los perros”, la maravillosa novela que narra el asesinato del líder revolucionario ruso León Trotsky, y también de varios reportajes, crónicas y ensayos sobre literatura y Cuba que han sido publicados en diversos medios del mundo. Un escritor, en suma, que se forjó en las oficinas de redacción de diarios habaneros.
A propósito de su participación en la edición virtual FIL Lima 2020, donde sostendrá una conversación el 29 de agosto con el escritor peruano Martín Roldán acerca de detectives y literatura, Padura conversó con RPP Noticias en una llamada a larga distancia sobre su oficio, su romance con el periodismo, “Cuatro estaciones en La Habana” —serie de Netflix inspirada en sus novelas de Mario Conde—, entre otros temas.
Usted ha dicho que escribir literatura sobre lo que vivimos ahora con la pandemia de la COVID-19 es irresponsable. ¿Cuánta distancia necesita un autor para escribir sobre un hecho como este?
Depende mucho de cada escritor y la distancia que necesite tener respecto a los acontecimientos. Cuando un proceso está en curso, escribir sobre él es muy arriesgado, porque la realidad demuestra que pueden ocurrir muchísimas variantes. Cuando algo está caminando, pues está caminando, y generalmente la literatura necesita un periodo de reflexión diferente al que se utiliza para el periodismo, que requiere cierta inmediatez, aunque no es solo su función, pero está en su esencia. Y la literatura necesita la mirada reposada y reflexiva sobre los acontecimientos.
Casi 70 años después de la muerte de León Trotsky, usted escribe “El hombre que amaba los perros”. El 21 de agosto se conmemoraron 80 años de su deceso, luego de que lo asesinaran en México. ¿En qué sentido podría seguir vigente su legado?
No sé hasta qué punto el legado de Trotsky siga vivo. Depende de muchos factores y lecturas, incluso de coyuntura o de puntos de vista que pueden ser muy disímiles: para unas personas puede estar muy vigente, para otros puede ser intrascendente ya, agua pasada. Lo curioso ha sido que este agosto, alrededor de los 80 años del asesinato, se han publicado una enorme cantidad de textos periodísticos a ese acontecimiento, a lo que significó, cómo fue organizado, lo que trajo para el Movimiento Internacional y al trotskismo. Hay alguien que dijo que Trotsky era como un rockstar, y de pronto esa característica ha aflorado de una manera que para mí es sorprendente. Es una figura que por el hecho de haber sido el que perdió en la confrontación directa con Stalin, pues despertó cierta simpatía. Y por ser al final una manera de entender lo que ocurrió con el comunismo en el siglo XX, pues eso le da otro atractivo.
Como con la literatura, tiene un gran romance con el periodismo. ¿Cuánto ha contribuido a su ficción?
En los años ochenta, yo era un periodista que escribió una primera novela y al final de la década empecé a escribir la segunda en la que aparece el personaje de Mario Conde, pero fundamentalmente hice periodismo en esos años. Primero en una revista cultural y después en un diario vespertino en el que durante seis años escribí largos reportajes para las ediciones dominicales. Y yo creo que esos seis años trabajando en el periódico, un trabajo que requería una investigación y en el que propuse una escritura con recursos más propios de la narrativa que del periodismo, fueron para mí un aprendizaje importante. Es muy evidente que entre mi primera y segunda novela ha ocurrido una transformación en mi escritura, en mi concepto de la literatura, en mis capacidades y posibilidades, y pienso que eso se forjó en este trabajo periodístico. En el sentido técnico, literario, de conocimiento del mundo, de Cuba y de mi propia posibilidad como escritor. Fue un periodo muy fecundo para mí.
¿Puede el periodista ocupar el lugar de un detective en la novela negra?
El detective de las novelas son personajes muy de ficción. En la vida real, los crímenes de sangre por lo general lo investigan los policías. La policía, desde el siglo XIX, empieza a aprovechar los avances científicos que se producen en el mundo y por lo tanto tiene las capacidades y posibilidades de hacer las investigaciones policiales. En la realidad, los detectives privados investigan infidelidades y algunas cosillas más, pero nunca crímenes. Eso hace que en la realidad tengan un espectro muy reducido, aunque ese espectro en la literatura se aumentó como una especie de personaje simbólico, que es capaz de hacer estas investigaciones y encontrar verdades. Es un personaje que tiene un carácter ético en esa búsqueda de la verdad. En ese sentido, sí tiene una relación con el periodista: su relación ética con la búsqueda de la verdad. Hay un nexo posible, sí.
¿Mario Conde podría haber sido un buen periodista?
Yo necesitaba que Conde tuviera un trabajo que me permitiera realizar determinadas investigaciones de una forma muy literaria, por decirlo de alguna manera. En la primera novela, Conde necesitaba ser policía, porque no era verosímil si no estaba dentro de un cuerpo policial en la realidad cubana. Después decidí que lo iba a saltar de este cuerpo que lo ataba a una forma específica de realizar la investigación, y lo iba a hacer por las bandas con investigaciones específicas y causales en cada caso. Una vez le pide un excolega que le haga una investigación, otras le pide un amigo… y de esa manera Conde puede hacerlo. No lo imaginé nunca como periodista. En Cuba, hacer periodismo tiene unas condiciones que lo hubiesen llevado a forzar más la verosimilitud del personaje. Creo que le encontré buen oficio con la compra y venta de libros de segunda mano.
En el Perú, el género policial no ha sido muy explorado por nuestros narradores. ¿Cómo ocurrió en Cuba? ¿Pasaba lo mismo cuando empieza a escribir las novelas de Mario Conde?
La novela policíaca cubana como movimiento surge en los años setenta y mantiene cierta presencia durante toda la década de 1980. Es una novela que trata de cumplir una función ideológica y es sostenida y promovida por el Ministerio del Interior cubano. Y funciona en dos modalidades: la novela policíaca de investigación y la de contraespionaje, una reflejando la realidad de la delincuencia y otra la de estos enfrentamientos entre cuerpos de inteligencia de países capitalistas y socialistas. Y fue una novela que por cumplir a cabalidad ese carácter ideológico, se olvidó muchas veces de su carácter literario. Era una novela, por lo general, con una utilidad muy expresa, pero con una elaboración literaria limitada. Cuando empiezo a escribir este tipo de novelas, trato de reaccionar contra eso y darle un valor literario, y eliminar esa parte propagandística y dejarlo en un nivel ético de relación con la verdad y justicia. Por eso Conde actúa de formas poco ortodoxas para un policía, pero siempre con una eficiencia y un apego a la realidad, a la verdad a la que llega a través de sus investigaciones.
Su estilo se aleja de las convenciones del policial. ¿Cómo ha forjado este estilo? ¿Bajo qué lecturas?
Hay dos maneras de escribir: la fácil y la difícil. La fácil te complica poco la existencia y puedes escribir una novela perfectamente legible, incluso con una cierta dignidad narrativa. Pero en la difícil te impones algo de estar más allá del recurso conocido, de las estructuras tradicionales, de los comportamientos de los personajes y las anécdotas que han sido utilizados con frecuencia. Decía Raymond Chandler que uno de los problemas de la novela policíaca es que tenía una manera lamentable de interesarse solo en lo que le interesaba. El escritor debe interesarse en algo mucho más amplio que en el hecho de que se cometa un delito. Tiene que intentar entender por qué se comete, quién lo comete y en qué sociedad ocurren esos acontecimientos. Todo eso, si se trabaja con una voluntad de estilo y un aliento literario, lleva a una escritura de cierto nivel estético más alto. Eso he tratado de hacer desde mis posibilidades. Siempre digo que cada una de las novelas que he escrito, en cada uno de los momentos, es la mejor novela que era capaz de escribir.
Suele haber la idea de que mientras más se escribe resulta más complicado el oficio. ¿Le sucede esto?
Sí y no. Sin duda, el oficio existe, uno desarrolla un aprendizaje y va perfilando capacidades en la medida que hace su trabajo literario y van pasando los años. Lo que ocurre es que uno puede escribir con el oficio o escribir con las vísceras. Y en mi caso trato de escribir con las dos cosas: que el oficio me ayude a escribir, pero que las vísceras me ayuden a expresar algo que esté muy dentro de mí. Y eso implica que haga exámenes de consciencia, a veces investigaciones históricas, encontrar nuevas soluciones para viejos problemas y puede ser que se me complique la escritura de un libro de una manera que tal vez no se corresponde con lo que he aprendido gracias al oficio.
Se viene una nueva temporada de “Cuatro estaciones en La Habana” en Netflix. ¿Qué siente al ver su ficción en una pantalla?
El hecho de llevar una novela al cine siempre es un acontecimiento traumático, un tránsito en el que la novela tiene que dejar de ser novela para convertirse en otra cosa. La novela cuando pasa al cine debe alimentar una historia que está escrita con otros códigos y para otra función, que es completamente distinta. Y en ese tránsito ocurren muchas transformaciones que a veces desvirtúan lo que uno originalmente concibió al ser transpolada a un medio completamente diferente. Y uno tiene que asumir esto con distancia y profesionalidad. Hay veces que las versiones para el cine son mejores, hay veces que son peores, pero siempre son distintas, por muy cerca que este de la novela. Y si lo que ves en el cine es la novela, es un fracaso para al cine. Hay que tener eso en cuenta y aceptarlo, porque es un salto mortal sin ninguna valla protectora de abajo.
¿Y qué impresiones le ha producido hasta el momento esta adaptación para el streaming?
Muy satisfactorias. Al principio me produjo un extrañamiento del cual yo era parte, porque mi esposa Lucía López fue la guionista principal y yo el acompañante, pero estaba muy al tanto de lo que habíamos escrito. Eso, pues, ya evitó una parte del extrañamiento. De todas maneras, yo tenía un Conde en la cabeza que era muy mi imaginación a la hora de concebirlo así como al resto de personaje que lo acompañan. Y al verlo en la pantalla, por supuesto, hay una distancia. Creo que la mayoría de actores lo hicieron muy bien y, específicamente, Jorge Perugorría haciendo el papel de Conde se apropió de la esencia del personaje y lo convirtió en una figura asimilable desde el punto de vista visual como un Conde posible.
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