RPP Noticias conversó con la escritora Micaela Chirif sobre su nuevo libro álbum “Una canción que no conozco” y las maneras para combatir los estereotipos que afectan a la literatura infantil.
Como en toda literatura, la del género infantil también está amenazada por los lugares comunes que pueden truncar el placer de la lectura en los más pequeños. Pero combatir estos clichés requiere de un trabajo que va más allá del oficio. Y para Micaela Chirif, autora de libros infantiles y ganadora del Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños 2019, los esfuerzos deben apuntar a transformar nuestra perspectiva sobre la infancia.
En conversación con RPP Noticias, la escritora hizo una defensa de los niños y las niñas como lectores a quienes no se les debe subestimar por su edad. Y como muestra de lucha contra esos prejuicios, la misma Chirif ha construido una obra en la que el formato del libro álbum ocupa un lugar central para contar historias entrañables que asimilan la curiosidad infantil.
Su última publicación, precisamente, es un poema titulado “Una canción que no conozco” (FCE), complementado por las ilustraciones del mexicano Juan Palomino, que aborda la muerte de un ser querido —el poeta José Watanabe, en su caso— para explorar, en pocas páginas, los sentimientos de nostalgia y ausencia, pero también ofrecer una nueva mirada sobre la rutina como una forma de comunión.
¿Qué estereotipos afectan todavía la literatura infantil?
Pues todos, muchísimos (ríe). El problema principal de la producción de literatura infantil no es la capacidad de escribir —hay gente que escribe buenos libros para adultos y muy malos para niños—, sino la idea de infancia que tenemos y de qué cosa puede leer un niño o qué cosa es un “libro” para niños. Entonces creemos que, si hay una palabra un poco complicada, ya no la puede leer un niño, porque no la va a entender. O la idea terrible de que los libros para niños deben ser bonitos, rosados, limpios, felices y llenos de diminutivos. Tenemos que romper con esa idea de infancia para poder producir una mejor literatura infantil. Hay que renovar nuestra mirada sobre la infancia, escuchar a los niños y, sobre todo, tratarlos con respeto, no desde la condescendencia.
Hay clásicos que han pasado a ser considerados literatura infantil sin que por eso carguen con el prejuicio de “género menor”. ¿En qué momento surge la etiqueta?
La idea de la literatura infantil surge después de la idea de infancia. Durante muchísimo tiempo, los niños fueron considerados como una especie de adultos chiquitos y la idea de infancia como algo completamente distinto de la adultez, algo que debemos proteger como una etapa formativa, no era tal hace algunos siglos. Es muy reciente.
Por ejemplo, cuando los hermanos Grimm recopilan toda esta tradición oral europea y la publican por primera vez, lo hacen con las versiones originales que son bastante crueles, truculentas y terribles, y luego sacan una versión un poco más lavada, diciendo que es para niños por un motivo comercial. Ellos piensan que con eso podrán llegar a hogares más burgueses y así su público se va a ampliar. Esa es la razón principal para calificar a la literatura infantil, porque es un nicho de mercado. Es una clasificación con un objetivo comercial.
Sueles establecer una diferencia entre libro ilustrado y libro álbum. ¿Este último te ofrece una mayor libertad?
Es un formato que me interesó incluso antes de saber qué era eso. Me interesaba esa interacción muy cercana y cerrada entre texto e imagen. Si lees un libro ilustrado sin las imágenes, la historia no pierde nada, solo un elemento ornamental. Pero en un álbum no puedes separar el texto de la imagen, porque la historia se queda coja. En el libro álbum, la ilustración no repite al texto sino genera una narrativa y un significado propio. Incluso a veces se opone al texto. La historia no está completa sin los dos elementos. A mí me interesa mucho ese formato. Pero lo que agrupamos bajo el título de literatura infantil reúne una gran cantidad de géneros posibles: hay libros álbum, ilustrados, informativos, poesía… es un panorama muy amplio al que ponemos esa etiqueta, pero no es que sea lo mismo. Y creo que la gente interesada en literatura infantil va eligiendo según sus propios intereses, maneras de escribir y exploración creativa.
¿Cuán concentrada has estado en la imagen como para sostener que la poesía te ayudó a libertarte de ella?
Cuando empecé a hacer libros álbum, escribí muchos libros como guiones. Lo que hacía era poner el texto y describir la imagen. Cuando escribía, lo hacía pensando mucho en la imagen. Pero “Una canción que no conozco” fue un poema que luego se me ocurrió convertir en algo más. Extendí un poco el texto, pero como había nacido como poema, no tenía idea de cómo se ilustraría. Y a partir de ahí, volví a escribir y el ilustrador hizo lo que pudo. Fue un retorno a ocuparme mucho más del texto y permitir que el ilustrador cree desde su propia perspectiva, independiente a lo que yo haya querido pensar.
Es curioso, porque la poesía es un espacio más íntimo, pero ahora está compartido, como si el ilustrador interviniera en los versos. ¿Cómo fue el trabajo con Juan Palomino?
Es extraño, porque tienes imágenes verbales, pero no gráficas. Juan es un gran ilustrador que piensa y narra desde la gráfica. Lo primero que vi fue un storyboard armado sobre el cual se hicieron muy pocos ajustes. Y me encantó. Porque un ilustrador al que le entregas un texto es un primer lector. Me gustó mucho la manera en que resolvió la llamada sin hacerlo literal, usando una chompa y un pájaro azul. Me gustó esa imagen de la mesa que es como un agujero y una mesa del otro lado. El texto es tuyo, pero el libro no, sino de dos. En un libro álbum, el texto no es el libro, sino un componente. Y me gusta que algo que tú has producido también sea inesperado para ti. No todo está bajo control ni tienes todos los elementos.
El poema es una expresión de la nostalgia, producida por la pérdida de José Watanabe, pero también una resistencia a la soledad en espacios rutinarios.
No me propuse escribir sobre la muerte, eso surgió naturalmente. Y cuando uno pierde a alguien muy cercano, uno lo echa de menos o siente esa ausencia en las cosas cotidianas, más triviales y diarias. Uno no extraña metafísicamente. Extrañas sentarte a la mesa a comer, las palabras que decía, el olor, la ropa, esas conversaciones domésticas de nada. La intimidad de una relación se construye en lo cotidiano. Nuestra vida, al final, está hecha de esas cosas cotidianas y pequeñas, con un abuelo, un tío o un amigo.
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