El dueño de la famosa revista para adultos falleció este miércoles y detrás suyo deja una vida de fiestas, excesos y polémicas.
Cuando la mansión Playboy fue vendida por 100 millones de dólares en agosto de 2016, se hizo pública una cláusula del contrato que permitiría a Hugh Hefner vivir en ella hasta su muerte, la cual ocurrió la noche de este miércoles. El hombre y la casa eran parte de una misma cosa desde que la compró por un millón de dólares en 1971.
La casa de estilo neogótico colinda con el Country Club de Los Ángeles y fue diseñada por el arquitecto Arthur Rolland Kelly en la década de 1920. Pero no fue hasta cincuenta años después que se convirtió en un ícono de Los Ángeles, de Estados Unidos y del mundo. Hefner dejó su natal Chicago para mudarse ahí con el fin de ampliar los negocios del imperio Playboy y rápidamente la casa se volvió escenario de una fiesta sin fin.
Todos los que vivieron ahí o pusieron un pie al menos en el jardín tienen una historia para contar. "Eran fiestas salvajes, pero también era todo muy respetuoso", dijo Pamela Anderson, la conejita de Playboy más famosa de la década de 1990. "La gente me ha rogado para los detalles, pero solo diré que los besos no son mi estilo".
Mitch Rosen, quien fue mayordomo de la mansión, le dijo en 2016 al diario inglés The Telegraph que vio a famosos vivir excesos en la mansión, porque confiaban en que todo lo que pasa en la casa se queda en la casa.
El bajista de Kiss, Gene Simmons, comentó que cualquier hombre "daría su testículo izquierdo por ser Hefner" y vivir en esa mansión. Justamente fue ahí donde el músico conoció a su actual esposa, la modelo Shannon Tweed.
Periodistas de la propia revista Playboy encontraron imágenes y planos que confirman que la mansión tuvo túneles que conectaban con las casas de los actores Jack Nicholsin, Warren Beatty, Kirk Douglas y James Caan, vecinos y asistentes frecuentes a las fiestas de Hefner. Estos túneles habrían sido clausurados en 1989, cuando el magnate se casó con la conejita Kimberly Conrad y la convirtió en una residencia familiar.
Hay también una visión desencantada de quienes llegaron sin comprar de arranque la fantasía que prometía Hefner, su mansión y el mundo Playboy. "No sucede gran cosa en estas famosas fiestas de la mansión. Ni siquiera en la legendaria gruta a la que me llevó la jetbunny junto con los dos tipos de los anillos de matrimonio", contó el periodista John Carlin en un artículo de 2004 publicado en El País de España.
"Era una especie de gran jacuzzi de roca tan húmedo como una sauna, con una luz tenue y una playita a los lados, y en ella, un colchón grande cubierto de cojines. Se suponía que éste era el epicentro sexual del universo Playboy. 'Al final de cada fiesta, la gente suele terminar aquí, desnuda', nos prometió la jetbunny, solemne, como si nos estuviese desvelando un secreto de Estado. Justo antes de irnos, antes de subir al autobús para volver al hotel -que llegó puntualmente a medianoche, como la carroza de Cenicienta-, volví a echar un vistazo y la gruta estaba vacía, en silencio, salvo por el chapoteo y gluglú de las olas artificiales".
Hay sí algo de real detrás del artificio publicitario. La mansión cuenta con más de 30 habitaciones, una zona de piscinas, otros edificios y replicas más pequeñas de la misma mansión, un enorme staff trabajando las 24 horas del día y otras gollerías. "La casa es la única residencia privada en Los Ángeles con licencia para fuegos artificiales y una de las pocas que tiene permiso para tener un zoo", asegura la revista Playboy.
En los últimos tiempos fue tanto la casa de Hugh Hefner como un set de televisión, desde el cual se proyectó al mundo The Girls Next Door, una serie sobre las esposas del empresario y su convivencia como parejas, en ese límite que Hefner supo dibujar primero que nadie en la frontera que divide la realidad de la ficción.
La vida del empresario estuvo envuelta en la polémica, atravesada por las alegrías y miserias propias de cualquier tipo, por euforias que lo hicieron popular y depresiones que arruinaron algunos de sus últimos matrimonios. Sin embarrgo, desde alcanzó la cima, siempre repitió que esa vida de mansión, mujeres y batas de seda era lo más parecido a lo que él siempre soño.
Hugh Hefner ya no está más en este mundo, pero su mansión seguirá en pie como un evidencia de un estilo de vida que hoy parece irrepetible.
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