La falta de oportunidades lo obligó a trabajar en un almacén y a hacer 'chambas' de soldadura. Ahora, con 27, cumplió su sueño, lleva dos goles en la Liga 1 y ya estudia para ser DT. Esta es la historia de Carlos Canales.
Su abuelo vestido de Papa Noel en cada Navidad, regalándole chimpunes o acompañándolo a sus partidos. Su mamá siempre preocupada por que él esté bien. Su papá jugando la finalísima de la Copa Perú sin poder ganarla. Los tantos amigos que se quedaron en el camino. Algunos de sus hermanos queriendo ser futbolistas. Una de sus hermanas y su abuela cuidándolo desde el cielo. Todo eso, quizá, le pasó por la mente en ese momento, pero tenía que ser racional: debía renunciar al fútbol.
Era 2012 y tenía 20 años cuando dejó de ser solo Carlos Canales para convertirse, además, en el papá de Keisha. Esa fue la segunda vez que la idea de colgar los chimpunes sin haberlos usado en Primera pasó por su mente. Su contrato con Inti Gas ya había terminado y únicamente le quedaba en la estadística un par de partidos en la reserva. Pero no importaba. Ahora el objetivo era que a su hija no le falte nada, aunque eso significara trabajar en cualquier cosa.
No parecía imposible. Total, un par de años antes ya lo había hecho. Cuando aún no pasaba las pruebas para entrar al equipo de Ayacucho, ingresó a una empresa grande de logística y almacenes. Esa fue la primera vez que pensó en el retiro. A los cinco años empezó su formación en Comandante Porteño –un equipo de su barrio, entre Loreto y Anchas- y luego, entre los 10 y los 11, se perfeccionó en la Academia Cantolao, pero a los 18, mientras muchos ya tenían un lugar en algún equipo, él no. Por eso sintió que lo mejor era, tal vez, dedicarse a otras cosas.
La intención duró poco. Luego de su experiencia laboral en esa empresa, decidió darse una chance más en lo que realmente le gustaba. Pasó las respectivas pruebas y se convirtió en el nuevo jugador de las divisiones menores de Inti Gas. Armó las maletas, dejó el calor de su hogar chalaco y se mudó a Ayacucho, ciudad en la que, ya instalado, conoció a la ahora madre de Keisha Patricia Canales Herrera, su primera y, hasta ahora, única hija.
Con esa nueva vida en su vida, las cosas cambiaron. La falta de oportunidades le hizo volver a meditar la idea de dedicarse a otra cosa. Y así fue. Durante todo 2012 ayudó a su tío en trabajos de soldadura que le permitieron, a distancia, alimentar y atender a la bebé. Pero no estaba completo. Sabía que faltaba intentarlo por lo menos una vez más. Solo una.
El resultado fue mejor que el esperado. Su siguiente camiseta era la que él y la mayoría de su familia querían desde siempre: la de Sport Boys. Sin embargo, el plan no salió como se pensaba. No obtuvo carné de cancha y no pudo jugar hasta el siguiente año. Fue paciente y en 2014, por fin, tuvo sus primeros partidos en Segunda División.
Su vínculo con la rosada terminó al final de la temporada, pero una llamada de Los Caimanes le permitió seguir en el mismo torneo profesional. Y aunque, efectivamente, en 2015 llegó a Puerto Etén, una lesión a los meniscos lo obligó a perderse casi todo el campeonato. En 2016, el DT Marcial Salazar no lo usó más que en dos partidos. Carlos, entonces, dio un paso al costado.
‘Profe’, una chance
Su celular no sonaba. Estaba libre, sin equipo, y nadie lo llamaba. Decir que nuevamente pensó en cambiar de profesión está de más, pero finalmente desistió. Tocaba intentarlo otra vez, aunque esta sí fuese la última. Quedarse esperando a que alguien le pasara la voz podía jugarle en contra, por lo que no le quedó más que tocar puertas, entrar a estadios y pedir una oportunidad.
El club Molinos el Pirata, como se llamaba en ese entonces, tenía dos años de fundado y, en la última edición de la Copa Perú, había llegado hasta el repechaje de la Etapa Nacional. Con la sola intención de probar suerte, recorrió los 27 kilómetros que separan Puerto Etén de José Leonardo Ortiz y se dirigió al Carlos Castañeda, estadio en el que el equipo que tenía a Jack Sparrow en su escudo acababa de entrenar. Luego de hablar con César Sánchez, el entrenador, acordó pasar pruebas. El ‘Flaco’, exjugador de Juan Aurich y entonces técnico del cuadro de Lambayeque, aceptó verlo jugar.
“A mí no me gusta cerrarle la puerta a nadie. Pensé que por algo había jugado en Segunda, en Boys… algo debía tener. Desde que uno lo ve, nota que tiene condiciones. Hablé con los dirigentes para que lo incorporaran y en 2017 fue uno de los mejores jugadores”, cuenta Sánchez. “En Pirata me dieron la mano cuando nadie confiaba en mí”, dice Carlos.
Ir a Copa Perú era un retroceso. Así lo sentía él, pero no tenía otra opción. Era eso o despedirse, ahora sí, del fútbol. “Debía agarrarlo porque no tenía ningún otro equipo. Nadie me llamaba, nadie confiaba en mí. Se me pasó por mi mente varias veces dedicarme a trabajar, pero gracias a Dios seguí insistiendo. Llegué a un equipo como Pirata que nadie conocía. Nadie creía que iba a llegar a Primera, pero se dieron las cosas y ya está. Queda disfrutarlo y aprovechar esta oportunidad que tengo. Es la última, tengo 27”.
Ahora lo tiene claro, pero hace un año no. Ser uno de los miles de equipos que buscaban avanzar desde la etapa distrital no era para nada alentador. No solo en lo deportivo, sino también en lo económico. En 2017, tras quedar eliminado, se convirtió en refuerzo de Carlos Stein y conoció contactos que, en 2018, cuando estaba nuevamente en Pirata FC, le ofrecieron ‘cachuelearse’ en partidos de fulbito, en paralelo al torneo. Ni siquiera lo dudó.
Al enterarse, el ‘Flaco’ no lo tomó nada bien. “A mí no me servía. Lo quise botar. Le dije ‘juegas fulbito o fútbol’. Los dirigentes me dieron la potestad. Ya no lo querían y él lo sabía. Hablamos. Lloró. Nos quedamos en el estadio hasta las 2:00 pm. Me convenció de darle una nueva oportunidad y se la volví a dar porque todos nos hemos equivocado. Yo sabía que tenía talento. Le hice entender que el camino para ser profesional es la disciplina, la perseverancia. Ahora míralo… Me da gusto que haya entendido el mensaje”, asegura el actual DT de Deportivo Bracamoros.
Una pizca de perseverancia
De un retiro prematuro a un debut tardío. Esa puede ser la sinopsis de su vida. Porque cualquiera pensaría que, si no pudo hasta entonces, menos podría después, pero Carlos estaba ahí para dar la contra, para ser la excepción a la regla. Ya lo había hecho antes. En su picante barrio del Callao, por ejemplo, cuando lo llamaban cobarde por no portar armas ni consumir cocaína, éxtasis o alguna de las otras drogas que, finalmente, acabaron con tantos amigos suyos (y que siguen llevándose a otros).
Algo similar, pero en distinto contexto, hizo años después, cuando más de uno le dijo que el fútbol no era para él, que lo asuma de una vez, que ya estaba tarde, que se le había pasado el tren. Porque una cosa –poco común- es dar el salto después de los 26 años y otra muy distinta es debutar recién a esa edad. Y él lo hizo. Dio la contra y lo hizo. Con 27 años recién cumplidos, logró el sueño de papá: ganar la Copa Perú. Dos meses después alcanzó el suyo: jugar en Primera División. Y con gol incluido.
Su familia no lo vio. Por lo menos no en vivo. El 2-1 de Pirata FC ante Real Garcilaso, por la fecha 1 de la Liga 1, no fue transmitido por TV. Hasta ese 18 de febrero, el club recién ascendido no tenía acuerdo con ningún canal de televisión. Por eso, ni su mamá, ni sus hermanos, ni su hija lo siguieron. Pero no fue excusa para desmotivarse. Al contrario: a solo cinco minutos del final, Carlos le dio el triunfo al equipo que le devolvió la ilusión.
Cuatro días después, la historia fue todavía mejor. Y no solo porque su segunda anotación con Pirata FC sí fue televisada, sino además por la expectativa que generaba enfrentar a Universitario. Ya había estado en la cancha del Monumental alguna vez, con la reserva del Boys, pero con el primer equipo era una emoción distinta. Sobre todo porque en algún momento pensó que nunca pasaría. “La verdad es que no imaginé jugar ahí, pero con trabajo y sacrificio las cosas llegan solas”, menciona.
¡Mamá, prende la ‘tele’!
En la cuadra 6 de Jirón Contralmirante Villar, en su casa de siempre, Mariela Elizabeth, su mamá, está con Yamir (9) y Adriano (8), sus sobrinos e hinchas número uno. En otra casa, dos de sus cinco hermanos, Manuel y Evelyn (mamá de los pequeños fanáticos), se han reunido con un primo para comer, brindar y disfrutar del partido.
Todos, incluso los que no están ahí, gritarán de emoción al ver a los 33 minutos ese remate desde fuera del área convertido en el gol del descuento. Todos, hasta Eduardo.
Son seis los hijos de Mariela y Humberto (Cinthya, un par de años mayor que Carlos, falleció a los 12 por un soplo al corazón). Eduardo es el segundo. Y aunque es casi ley en los Canales Fernández, él no es hincha rosado. Con su abuelo materno -el mismo que se disfrazaba de Papa Noel, los llevaba a campeonatos de fútbol y les regalaba chimpunes- comparte no solo el nombre, sino también el amor por Universitario de Deportes.
“Quería que cambie la camiseta con Germán Denis, pero no se pudo. No hubo chance”, dice Carlos Canales, días después del encuentro. Sin embargo, sí la hubo. Fue el propio delantero crema quien se le acercó al final del triunfo crema para felicitarlo, pero la euforia pudo más. “Le di las gracias, pero no me acordé. Cuando le conté a mi hermano que el ‘Tanque’ me felicitó, me dijo ‘oe’ hue… ¿y mi camiseta?”, cuenta, y se ríe.
Quien no le pidió nada fue el otro Eduardo, su abuelo. Pese a la arritmia cardiaca y la fibrosis leve que padece, el responsable de que nunca les faltara un pan en la mesa no se perdió ni un solo segundo de los 93 minutos de fútbol. “Está delicado, pero consciente. Llegué a verlo al día siguiente y se acordaba de todo. Me alegra que se ponga contento de ver a su nieto jugando en la profesional”.
Sí se pudo
“Papi, te vi en la ‘tele’”, le dice Keisha, por teléfono, un día después. La bebé que le cambió la vida en 2012 es ahora una niña de siete años y, aunque no le gusta mucho el fútbol, prende la TV para verlo jugar. Vive aún en Ayacucho, pero, con videollamadas, ambos le sacan la vuelta a la distancia. Claro que se extrañan, y por eso él viaja de vez en cuando, pero, mientras tanto, la tecnología les alivia un poco la pena.
Papá debe estar lejos y ella lo entiende. Sobre todo ahora, que lo ha visto ya tres veces detrás de la pantalla chica. Él también sabe que es necesario esforzarse para darle lo mejor. Total, aunque es consciente de que lo más difícil es mantenerse, llegar hasta donde está no le fue nada fácil. Y él lo hizo derrumbando prejuicios y demostrando que el tren vuelve a pasar para los que no se cansan de esperarlo.
Ya con 360 minutos en Primera División, tiene claro que las cosas han cambiado. Antes comií en la calle y no tomaba vitaminas ni proteínas, pero ahora está obligado a descansar más y alimentarse mejor. “Carretilla, agachadito… ya fue. Me quedaré con las ganas, pero hay que cuidarse”, afirma.
Si no fuese futbolista, hubiera sido obrero. Pero la vida quiso que sea lo que soñó. Que vista camiseta y chimpunes, y que los use en la profesional. Y eso hace, aunque sabe que, aunque en todas las profesiones hay un tiempo de vigencia, en el fútbol suele llegar pronto. Por eso, porque tiene claro que el físico no le durará siempre, ya estudia en el estadio Elías Aguire para ser director técnico. Pero eso es pensando a futuro. Ahora su carrera recién empieza.
Con dos goles en cuatro partidos, el admirador de Juan Román Riquelme busca mucho más. “Quiero dar todo por Pirata, jugar en un equipo grande y llegar a la Selección”. ¿A la Selección Peruana? Sí. “La tengo en mente. Todo jugador de fútbol la tiene. La edad no es impedimento. Mientras esté en buen nivel y forma, eso es secundario”, opina. Le gustan los retos. Sabe que cada uno avanza a su tiempo. Que ser racional es bueno, pero tener sueños lo es mucho más, siempre y cuando se luche por ellos.
Su abuelo, el que le regalaba chimpunes y lo llevaba a sus torneos, lo vio debutar en Primera. Su papá, el que no pudo ganar la Copa Perú, lo vio alzar el trofeo. Su mamá, la que siempre se preocupó por que esté bien, lo llamó tras su debut en la Liga. Su hija, la que le cambió la vida, seguro habla de él en el colegio. Sus hermanos, los que también tenían talento con la pelota, gritan sus goles. Y por Eduardo no se preocupen. Ya Carlos tendrá chance de pedirle la camiseta a Denis.
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